1. Imparables

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Lazarene se levanto nervioso, sudoroso, sus ojos de color blanco amarillento abiertos en temor, las pupilas dilatadas.

Comprendió que tan solo fue una pesadilla, un mal sueño... otra vez.

Giró la perilla de su ventana, con cuidado de no tumbar el delicado tripode dorado, para darse una idea de la hora.

Oscuridad total, tal solo el cielo nocturno era visible. Tan hermoso, las estrellas, formando complejos dibujos que eran invisibles para muchos. Las lunas, emitiendo leve luz que permitía ver la ciudad debajo. Edificios de piedra negra iluminados con luz roja y verde de velas y, mas novedosamente, sistemas taumaturgicos de runas Igni-Fos, conectadas por un complejo sistema de espejos y flamas de gas, el cual él había ayudado a diseñar (un logro del que se sentía bastante orgulloso).

Finalmente el hermoso anillo que cubría el mundo. Un bellísimo espectáculo de destellos de luz y formas extravagantes. Decidió que ahora no podría volver a dormir, puesto que ya se había hipnotizado a si mismo con semejante espectáculo.

Puso sus pies en el suelo, debajo de la cama fina, y caminó por el fino piso de mármol frío hasta el armario.

Kashas, el nombre de su padre, estaba grabado en la puerta de madera. Hizo un esfuerzo por no leerlo mientras abría el armario y extraía un delicado telescopio de cobre y cristal. Lo colocó sobre el trípode dorado, y sintió un alivio cuando escuchó el "Click!" de las piezas encajando a la perfección (Desde aquella vez en que tiró el telescopio y casi lo rompe, era mas precavido).

Sin mas preámbulos, puso un papel en el lente con curva especial, y utilizando uno de sus lápices especiales de color azul dibujó una runa Kryst, y la activó utilizando el diamante en su cuello. Tanto el cristal como el papel vibraron levemente, y la hoja blanca se transformó en un circulo de vidrio levemente curvado, lo suficiente para permitirle ver miles de colas de distancia.

Su vista primero se enfocó en Anlatii, la luna de escamas, la mas bella de todas. Un brillo verde se emitía desde ella, dando brillo al resto del mundo. Por detrás se encontraban Karakuu, la luna de sangre, y Pamkritka, la luna fantasma, que combinaban sus respectivos brillos tratando de igualar a Anlatii.

Luego el muchacho decidió voltearse lentamente hasta el anillo, ese cinturón de asteroides únicos. Las leyendas decían que eran las almas de las personas que ya no pueden cambiar, vigilando y cuidando a los que si pueden aún hacerlo. No creía en ellas, por supuesto, era un muchacho de Taumaturgia, no Teurgia, pero no podía negar que era un bonito pensamiento,

Los asteroides tenían diversas formas, tamaños y colores. Principalmente dorado, pero estaba todo el arcoíris en ese brillante aro de luz... por algún motivo Laz lloró al verlo, como nostalgia, o tal vez tristeza...

Sacudió la cabeza.

¿Qué hora era? Casi la tercera campanada. El sol saldría dentro de una campanada, suficiente para ver el cielo nocturno un rato mas, a través del delicado telescopio de su padre.


Casi una campanada después, se dispuso a prepararse. Traje azul, cubriendo hasta sus mangas, guantes blancos de seda. El uniforme básico del taumaturgo personal del rey... aún le quedaba grande, pues seguía posponiendo su cita con Aladda.

Bajó por los aposentos de servicios: largos pasillos pobremente iluminados, con puertas que daban a las habitaciones de empleados reales, como consejeros, doctores, teurgos y taumaturgos.

Giro a la derecha y se dirigió por la cocina real, una habitación blanca que olía a comida exquisitamente preparada y cocinada, donde los mejores chefs del reino se dirigían, algunos con varias tabernas en la ciudad. Luego, finalmente llegó a salón principal del castillo.

El Archivo del DragónWhere stories live. Discover now