Los ojos amarillos de Kepta se dispararon a través de la habitación oscura, observando las líneas en el marco de piedra, debajo de las montañas en el centro del mundo, las finas líneas en el granito, con minerales de colores que reaccionaban ante su toque, brillando en un millón de fragmentos de luz distintos. Bellísimo.
Este era el resultado de su trabajo de décadas... siglos? Difícil seguir el tiempo, difícil apegarse a la mortalidad ahora que ya no le pertenecía.
Continuó reptando por el largo pasillo subterráneo, sus escamosos brazos verdes acariciando las runas táumicas que él y sus compañeros descubrieron. Eran parte de su regalo a la humanidad. No el principal motivo de la visita, pero uno no menor. Mas de doscientas runas, cada una con capacidades únicas. En tanto el ser pensante mantenga los registros, y estuviera en contacto con sigo mismo, podrían utilizarlas para crear grandes proyectos que rivalizaran las hazañas de los dioses.
Una lágrima se derramó por su ojo, recordando la nostalgia de días pasados, días en los que era todo mas simple, días en los que él y sus compañeros eran mas que aliados, eran amigos.
Quizás esos días podían volver, una vez terminado el proyecto, podrían regresar, tomar extracto de bayafuego, el sabor ardiente y fresco al mismo tiempo en sus bocas, cantando, riendo. Quizás podría...
Pasos detrás suyo, se dio la vuelta.
Kepta sonrió, de brazos abiertos, recibió al recién llegado.
- ¡Viniste! Sabía que no te lo perderías...
Extendió sus brazos y los envolvió alrededor del lampiño. Sintió el el calor de su piel, junto la fina seda que le gustaba usar, siempre tan a la moda y elegante. Queriendo mostrar lo que era suyo, lo que poseía. Esta bien, el rey de los escamosos sabía que era solo el exterior. Por dentro, por su esencia, por su juramento, su dote y su herramienta, siempre hacía lo correcto.
Sintió algo frío, acero pálido... Una daga.
Luego sintió un rápido dolor en el pecho, mientras el calor de su sangre se extendía por el estómago.
El lampiño tenía lágrimas en los ojos. Soltó a su hermano de armas, dejándolo caer en el suelo, el brillo de las gemas de la caverna corazón disminuyendo, junto con la vida de Kepta.
Sus escamas se retorcieron, su piel se revolvió, su cola se enrolló en un remolino sorprendentemente pequeño, mientras el campeón de las flamas avanzaba, sacando otra daga de acero pálido. No para Kepta, no necesitaría otra para el señor de los largos lagos, pero si para sus compañeros.
La puerta era bellísima, runas, glifos, decoraciones, todo parecía alinearse a la perfección en una mezcla única de simetría y distinción. Se secó las lágrimas, escuchó pasos, sin duda de alguien que vio el cadáver aún caliente del maestro del sur.
Preparó su fragmento. El hexágono plateado apareció delante de él. Dagas de acero no bastarían, se iba a enfrentar a uno de los amos, uno de los grandes reyes del mundo. No podía subestimarlo.
Recordó su juramento, recordó el cambio, recordó su vida. Chispas grises recorrieron su mano, formando una figura, dando ciclos, vueltas en rápidos ángulos, formando el relieve de una hoja de acero altamente decorada, su empuñadura con el rostro de sus hermanos grabado, su mango con el colmillo de la primera bestia que derribó engarzado en el extremo inferior. Cantacuentos, La Asesina de Mentiras, su espada, su amiga, se materializó, justo a tiempo para ver a Divis, señor del norte, aparecer en el pasillo, su mano manchada de sangre que no le pertenecía, ojos inyectados en rabia.
-Tu... -Dijo, claramente conteniendo las ganas de llorar. Extendió la mano. Chispas doradas, agresivas, erráticas, moviendo en largos espirales, se manifestaron. Saltasoles, Bendición de los Campeones. La lanza de un coletazo y medio de largo, apuntando directo al hexágono del lampiño, quién, otra vez en lágrimas, había preparado la pose de combate, una mano con Cantacuentos, la otra con una simple daga mortal de Mineral Pálido- Pagarás...
- Lo se -Respondió con un tono solemne, mientras el guerrero de las altas montañas, con sus largos cabellos marrones que cubrían el cuerpo y sus colmillos largos, afilados, y tan blancos como el acero pálido de su daga (pero mucho mas letal), se abalanzaba contra él.
Adoptó una pose defensiva, absorbiendo el ataque la lanza álmica con su propia arma, reflejando y desplegando su cuerpo ágil y escuálido.
Un riposté mientras el otro utilizaba la culata dorada para defenderse, todo mientras se reacomodaba, listo para lanzar otro ataque.
Un destello de luz roja surgió del lampiño, mientras el calor se incrementaba, forzando al lord de las montañas a sudar. Su dorado hexágono brillaba con intensidad, esta temperatura no lo detendría por mucho, estaba determinado a vengarse.
El supuesto traidor puso las manos en el suelo, y una ola roja y amarilla se levantó, volando hacia el peludo, quien se volvió a su vez como una ráfaga de viento, atravesando el muro de flamas con rapidez.
Agitó su lanza, con intenciones de golpear al asesino de Kepta.
Sus ojos reflejaban angustia. Su mano, cubierta de sangre, temblaba. Sus ropajes estaban arruinados y chamuscados. Estaba desesperado.
- ¿¡Por qué lo hiciste!? ¡Estábamos en esto juntos!
La caverna brilló con su intensidad, con su furia, con su tristeza. Las runas que poseían incluso una pizca de Aéras vibraban con él, emitiendo brisas que se multiplicaban hasta llegar a tornados. Toda la caverna se derrumbaría, con ellos adentro.
Tal vez Divis estaba dispuesto a llegar a ese extremo para vengar a su amigo.
Pero el pálido no. Esto, todo esto, el sacrificio, el sudor, la muerte. Sería todo en vano si él moría. Si uno solo debía sobrevivir era el campeón de blanco.
- ¡Responde! - Exigió Divis
- Hice lo que tenía que hacer.
La respuesta pareció enfurecer al señor de los lobos aún mas, ya que gritó con todas sus fuerzas, un alarido, un eco que removió toda la caverna, una asalto final contra el maestro de las llamas.
Con una cortina de humo y fuego, el pálido hombre se agachó, alzando sus dos dagas mientras Divis saltaba.
Su sangre se desplomó, cubriendo el suelo y al asesino.
Lo último que Divis sintió fue el calor abrasador de su cuerpo a punto de ser cremado, y la sensación de que pronto se reuniría con el resto de su familia.
Era el final de un linaje.
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El Archivo del Dragón
FantasíaVarios años después de que su padre desapareciera, Lazarene, el taumaturgo real, es empujado a una búsqueda hacia el norte para rescatar su investigación, la cual puede ayudar a encontrar una civilización perdida en el tiempo, y evitar que un mal an...