Los días fueron pasando y Adriel y Leonardo comenzaron a plantearse la posibilidad de regresar a estudiar.
Durante el tiempo de decaimiento de Leonardo ambos habían dejado los estudios: Leonardo por la pena de haber perdido a su padrastro y Adriel no hacía nada sin su amigo así que había salido de la escuela también.
Pero ya había terminado el momento de "respiro", era hora de volver a los estudios, así que ambos empezaron a buscar una escuela que fuera buena y de buen precio.
Había algunas buenas escuelas repartidas por la ciudad, pero ninguna llamaba su atención.
Bueno, no exactamente. Existía una en el centro de la ciudad. Parecía más un edificio de oficinistas que una escuela. Era enorme. De al menos 50 pisos de altura y ocupaba un área de al menos unos mil doscientos metros cuadrados. Era muy popular entre la gente de la alta sociedad y algunos intelectuales de la ciudad. Parecía la mejor ya que, la mayoría de los alumnos que entraban en ella, salían hechos todos unos profesionistas y rápidamente eran aceptados en empresas muy influyentes de el país. El nombre de esta escuela era Caramoon. El único problema era el dinero. La colegiatura era de al menos unos quince mil reales. Leonardo podía pagarlos gracias a la fortuna de su padrastro pero Adriel... las tendría que ver negras para entrar, incluso con una beca.
Faltaban pocos días para que el ciclo escolar empezara así que tendrían que darse prisa en escoger una escuela a la que ambos pudieran asistir.
-¿Aceptarías que te ayudara a entrar a Caramoon prestándote dinero?
Esas palabras fueron pronunciadas por Leonardo un día que estaban de nuevo saltando techos. Estaban en el techo del señor Almirez (quien hace mucho que se había resignado a que los dos chicos saltaran a su techo de vez en cuando. Tanto así que incluso les dejaba una limonada y galletas en el techo cuando los veía acercarse) y Adriel tradó un poco en asimilar lo que Leonardo le había dicho (en parte porque estaba muy concentrado en las galletas).
-No necesitas...- empezó a decir Adriel.
-Ya sé que no- lo cortó Leonardo-, pero ambos hacemos cosas juntos. No puede ser que ésta sea la primera cosa que no hagamos juntos.
Ambos se quedaron sumidos en sus pensamientos un rato.
-Yo lo acepto, Leo- dijo Adriel después de un rato-. Pero mis padres no sé que opinarán.
-Vamos a averiguarlo- dijo Leonardo con entusiasmo, levantándose del techo y preparándose para saltar al techo contiguo.
Adriel sonrió, se levantó (no sin antes meterse una última galleta a la boca, comérsela con rapidez y dejando una nota de agradecimiento al señor Almirez en el plato vacío) y saltó al techo contiguo en dirección a su casa, seguido muy de cerca por Leonardo.
Diez minutos después ambos amigos llegaban al techo de la casa de Adriel (de ladrillos rojos, con dos pisos, una chimenea y un aire de casa señorial del siglo XVIII) y se arrojaban al patio trasero desde el techo a una piscina que siempre estaba llena de pelotas de colores, hojas o (para fastidio de Rebecca, hermana de Adriel) llena de muñecos de felpa que pertenecían a Rebecca. En ese momento, la piscina estaba llena hasta el tope de hojas. Ambos se arrojaron a ella desde el techo sin demostrar ningún temor.
-Hemos llegado- anunciaron ambos chicos entrando por la puerta trasera de la casa, aún soltando algunas hojas que se les habían enganchado en la ropa y en el pelo.
-¡Hermano!- chilló una voz de niña. Segundos después, una menuda figura corría hacia Adriel y le arrojaba los brazos al cuello para darle un gran abrazo que casi lo tiró al suelo.
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Nagut' Tuku
AdventureAdriel y Leonardo son dos amigos de toda la vida. Al entrar a una nueva escuela muy prestigiosa, descubren un secreto guardado debajo de ella, un secreto que se ha guardado celosamente a la raza humana. La existencia de otra raza más avanzada, más f...