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A la orilla del bosque se encontraba una pequeña figura de rojizos y ondulados cabellos, apenas se alcanzaba a observar su silueta de lo pequeña que era, incluso aquel que la viera la podría confundir con un chico de esos que salen corriendo del Hospital BuenDía con vestido rosado hasta los tobillos. La realidad era otra completamente diferente, era la primogénita del hombre más famoso del pueblo; Marian. A lo lejos se podía observar a una joven de cabellos similares a los de Marian, gritando el nombre de esta, su madre de apenas 21 años padecía el terror de toda madre perteneciente a su árbol genealógico: ser quemada.

—¡Marian! —grito su madre entre lágrimas de alivio.

La pequeña ladeó la cabeza ligeramente con confusión. Al ver a su madre una sonrisa se dibujó en sus pequeños labios de color morado, al igual que sus manos y su vestido de cuello alto que apenas la dejaba respirar, este se mantenía pegado al cuerpo hasta la parte de su cintura donde se despegaba para formar holanes que le llegaban hasta sus tobillos, pero que por estar sentada en el pasto apenas le recubrían las rodillas.

—¡Mami! —alcanzó a decir apenas tuvo a su madre en su campo de visión.

—Corramos antes de que tu padre nos encuentre en el estado en que te encuentras —se apresuró a decir su madre apenas se dio cuenta del desastre que consiguió hacer su hija.

La pequeña apenas logró observar el bulto de color morado que seguía en la orilla hacia el bosque, donde también se hallaba un pequeño tazón de madera al lado de una cuchara del mismo material. Su mirada denotaba tristeza al alejarse del bosque.

—Te lo he dicho, ¿verdad, cariño? No puedes estar sola en el bosque, no por ahora.

Cuando madre e hija se encontraron resguardadas por las grandes paredes de esa construcción a la que Marian denominó "castillo" al fin la mujer de cabellos rojizos, pero de ojos color marrón pudo dar el primer respiro de alivio con la mirada fija en su hija, no sabía cómo podía hacerla entender sobre el peligro que su nombre y su árbol genealógico conllevaba; tenía solo seis años, no podía arruinarle tan pronto su niñez.

—¿Puedo visitar a la abuela?

Con mirada melancólica hacia su madre le suplicó con el labio de abajo salido y los ojos por completo abiertos que le dejara poner una vela al altar que había improvisado junto con su madre. En el instante en que su madre aceptó los ojos de la pequeña se iluminaron y sus diminutos zapatos con un ligero tacón sonaron con eco en cada habitación que atravesaba.

Con pasos delicados su madre la siguió, observó cada espacio y cada pintura que llegaba a su mirada, posaba ligeros segundos sus ojos en cada una de ellas, pero una en especificó llamó su atención, incluso la hizo detener su andar; la única pintura que había de su madre y de ella, se podía apreciar un pequeño bulto que sobresalía en el vestido que ella portaba a causa del embarazo de su hija, sentada a su derecha la cara desgastada de su madre. No tenía una edad avanzada, pero se le notaba lo cansada que estaba. Por un momento pudo transportarse al pasado, al momento en que les hicieron ese retrato, su recuerdo se vio interrumpido por el sonido de la puerta que la hizo voltear, su único pensamiento ahora era encontrar a su hija tan rápido como pudiera.

—¡Marian! —gritó por lo bajo, para que la persona que acababa de llegar no pudiera escucharlas.

—¿Alicia? —la llamó una voz profunda y masculina.

Trató de hacer el menor ruido posible para que no hallaran su ubicación dentro de la gran casa. Los pasos de la tercera persona dentro de la casa se alejaron, la mente de la pobre madre no pudo descifrar la manera en que podría encontrar antes a su hija. Tan lejos había llegado su preocupación que una persona logró llegar justo a sus espaldas sin que se diera cuenta.

—¿Alicia?

Su espalda le dio escalofríos, sintió cada uno de sus vellos erizarse al escuchar aquella voz. Las palabras no podían salir de su garganta, ahí estaba su marido y todavía no encontraba a su hija. Alicia dio media vuelta sobre su eje para estar frente a su marido.

—¿Dónde está Marian? —cuestionó.

Su voz parecía haber desaparecido, solo quedaban pequeños restos con los que apenas pudo soltar ligeros y casi inaudibles "ah". El miedo le recorrió cada uno de sus órganos, sintió su corazón golpear con fuerza su pecho.

—Claro, Marian está aquí en la casa.

Fue lo único que alcanzó a decir sin lanzarse a llorar por la angustia, si su hija no volvía pronto estaba segura que algo nada bueno pasaría, pero intentó mantener la calma alejando la mirada de ese hombre al que llamaba "marido". Su mirada se mantenía alta.

Solo podía pensar en dónde podría estar su hija, y si ya había terminado su visita a la abuela para que regresara lo antes posible. Fue entonces, a lo lejos y con un ligero eco alcanzó a escuchar los zapatos de su hija sobre el frío suelo. Se tranquilizó un poco al escucharla, pero aún no estaba librada de que su hija pudiera decir alguna palabra sobre dónde había estado. Su esposo simplemente le lanzó una mirada interrogativa.

—¡Mami! —la voz de Marian se alcanzaba a escuchar por el pasillo por donde había llegado su marido hace unos segundos.

La figura de la pequeña se hizo presente en la vista de ambos adultos, el de traje se atrevió a fingir una sonrisa para atraer a la menor hacia sus brazos, la mujer a su lado lo notó así que se apresuró hacia su hija.

—¡Mami, ya volví de-!

Con audacia su madre la sostuvo del brazo antes de que terminara de hablar, la jaló hacia ella con tal fuerza que ambas terminaron cayendo al suelo; su hija encima de ella.

—¡Cariño! Te dije que si después de diez minutos no te encontraba salieras de tu escondite —fingió enojo hacia su hija.

La pequeña trató de excusarse; iba a decir que jamás jugaron a las escondidas pues ella se encontraba en una visita con su abuela, pero su madre le tapó la boca.

—No intentes poner excusas, ya ves que tu padre y yo nos preocupamos mucho —mencionó con ligera preocupación en su voz.

—Mujeres —se dijo para sí el hombre de la habitación—. Iré a mi habitación, espero que al bajar la comida ya esté lista.

Al terminar su oración caminó por el mismo corredor, subió las escaleras y terminó por cerrar su puerta con fuerza. La mujer de cabellos rojizos al fin logró respirar con tranquilidad. Se levantó con cuidado para después ayudar a su hija, la abrazó con fuerza para decirle:

—Perdóname por mentir hija, solo no quiero que nada malo te suceda —le expuso al borde del llanto.

Su hija negó en señal que todo estaba bien. Su madre le sonrió.

—¿Quieres preparar la comida conmigo? —Ante la pregunta su hija asintió con fuerza.

Ambas se dirigieron hacia la cocina con alegría, aunque no era la actividad favorita de la oji-marrón le gustaba poder pasar tiempo con su hija haciendo algo juntas, y solas. 

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Uykieto, ya regresamos con una nueva historia, me parece bastante irreal volver a escribir pero me siento muy bien.

En fin, con la esperanza de que siga publicando y no entre en hiatus nuevamente, digan amén para que HxH y mis historias sigan<3


MarianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora