Capítulo 2 - Coincidencia inexistente

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Leon abrió el panel que había oculto en su despacho con total discreción. Del armario que había escondido tras este, sacó un chaleco táctico, que se puso sobre la camisa una vez se hubo quitado la chaqueta de traje que llevaba. Lo equipó con numerosa munición para la escopeta de repetición con la que se armó después y añadió dos pistolas y varios cargadores para estas.

Aún no podía creerlo: Chris había sido detenido y encarcelado. Eso suponía un ataque frontal contra él y contra todo lo que representaba. Y tenía muy claro quién iba a ser el siguiente en la lista. Piers y D.C. habían sido apresados también, acusados de apoyar al director de la B.S.A.A., quien había sido acusado de traición.

Así que, era Nadia quien lo había avisado a él y solicitado su ayuda. Al parecer, Chris no iba a ser juzgado en los Estados Unidos. Para infinita sorpresa de todos, iba a ser extraditado a Europa, a la sede central de la B.S.A.A., que se encargaría de emitir un juicio al respecto. Aquello, él no podía permitirlo, el rubio se dijo, decidido.

Salió de su despacho pertrechado de aquella guisa, algo que esperaba que a todos los agentes que lo viesen sorprendería. Patrick iba a reunirse con él a la salida; Anna lo haría de camino hacia el piso franco donde el improvisado equipo de rescate había acordado reunirse. Y Riker y Pierce se unirían a ellos nada más hubiesen regresado de la misión que los había entretenido más de la cuenta, cerca de la sede de la D.S.O.

«El 'equipo original'», el director de la D.S.O. se dijo, con nostalgia, rememorando viejos tiempos, ahora lejanos.

Sin embargo, no hubo nadie en la sala común de agentes, junto a su despacho, quien pudiese sorprenderse. La sala se hallaba vacía, completamente sola, algo que lo tomó totalmente por sorpresa. Sintió un escalofrío de advertencia en el cogote. «Esto no pina nada bien».

El sonido de su teléfono móvil lo sacó de sus elucubraciones, logrando ponerlo en alerta aún más.

—¿Qué sucede? —preguntó, nada más darse cuenta de que era Patrick, quien lo llamaba.

—No sé cómo ha pasado. Pero la mayoría de nuestros agentes está infectada —la voz del moreno le comunicó, desolada—. ¿Dónde estás?

—Saliendo de mi despacho. ¿Cómo que nuestros agentes están...?

No pudo terminar la frase, ya que, por el rabillo del ojo, detectó una presencia amenazadora que se abalanzó sobre él, emitiendo un sonido gutural con la garganta. Se giró rápidamente, cruzando la escopeta para detener aquella alocada embestida. Unos dientes deformes, puntiagudos, intentaron atrapar una de sus manos, desde una boca sanguinolenta y babeante.

«Dios mío, Kevin». Aquel engendro era uno de sus agentes; había sido uno de sus agentes, mejor dicho. «¡Joder! ¡Pero si todos tenemos inoculada la vacuna! ¿Qué cojones está pasando?».

Manteniendo a raya el profundo sentimiento de dolor y de tristeza que aún le invadía cada vez que debía segar una vida infectada, después de tantos años, con una mano mantuvo la escopeta firme, frente al cuerpo del engendro y, con la otra, sacó una de las pistolas y destrozó la cabeza del agente de un disparo certero. Inmediatamente, el cuerpo se desplomó con un ruido sordo, gorgoteante.

—¿Qué ha sido eso? —la voz de Patrick lo sorprendió, a voz en grito.

Se había olvidado de la llamada por completo.

—¿Tú qué crees que ha sido? —respondió, con cabreo.

—¡Mierda! Ya han llegado hasta ahí. Riker y yo te esperamos a la salida. Aquí también hay montada una buena juerga. Cuídate, ¿vale?

El ruido de varios disparos fue lo último que oyó, antes de que la llamada se interrumpiera.

«¿Y Pierce?», había querido preguntar. Pero ya era tarde para hacerlo.

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