#11 Amantes

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“Cuando una persona no puede pertenecerte completamente, tener un poco de su atención se vuelve más que suficiente.”

Y era así como la historia se repetía una vez más. Después de un par de horas disfrutando el uno del otro en su totalidad llegaba el momento amargo de la noche: la despedida.

México sabía que aunque le suplicara a Rusia que se quedara un momento más con él, estaba pidiendo un imposible; conocía perfectamente las condiciones que traía consigo el tener una relación de amantes con el más alto, pero eso no le impedía mantener esa pequeña esperanza de recibir una respuesta positiva en algún momento.

Llevaban viéndose a escondidas alrededor de un mes; ni siquiera él lo sabía a la perfección porque lo único que realmente le importaba era tener un poco de esa persona de la que estaba enamorado, de ese chico por el que había prometido hacer cualquier cosa, siempre y cuando tuviera un poco de su atención y afecto a cambio.

–Sólo recuerda dos cosas –dijo el rubio mientras con los dedos de la diestra representaba tal cantidad y su mirada se posaba en esa persona que se encontraba sobre la cama–, primero: me perteneces, y segundo: nadie más puede tocarte.

México se sabía esa frase al derecho y al revés, pues siempre, antes de irse, Rusia las repetía en ese tono serio y amenazador que le caracterizaba, haciéndole una especie de recordatorio de lo que había entre los dos. Pero el pelinegro ni siquiera se inmutaba por tales advertencias, estaba acostumbrado a ellas.

No respondió nada con palabras sino que la sonrisa que se dibujó sobre sus labios fue la encargada de decir todo. Le divertían los celos absurdos y sin motivo que Rusia le demostraba, esos celos que él solo se generaba al imaginar cosas que no venían al caso o las posibles escenas en las que no era su persona quien disfrutaba del pelinegro.

–Lo nuestro no es serio, así que puedo irme con quien se me antoje cuando quiera –se escuchó de México, quien cubría su cadera con parte de las sábanas–. Sería lo justo.

Bajo otras condiciones, lo que México comentó, era lo justo pero no podía ser así y lo tenía presente. Sin embargo, le divertía en gran medida la expresión recelosa que se formaba en el rostro ajeno cada vez que insinuaba el querer estar con otra persona que no fuese el alto chico.

Por otra parte, los pasos que el rubio daba hacia la puerta se vieron truncados después de esas palabras, dejándolo quieto y dubitativo. México tenía toda la razón, pero no quería y tampoco permitiría que eso pasara. De tan sólo imaginar que alguien más pudiese disfrutar del delgado cuerpo que el pelinegro poseía le repugnaba, porque aunque no quisiera asimilarlo estaba enamorado de él también.

–Recuerda que, cuando eso suceda, lo nuestro se terminará y para mí no sería difícil buscar a otra persona con quién divertirme –agregó Rusia sin mirarle.

Sus palabras se sintieron como un puñetazo en la cara. Dolieron. México guardó silencio por unos instantes, sus labios se fruncieron y su mirada se volvió cristalina.

–A veces te odio y odio esa estúpida actitud desinteresada que tienes, pero soy tan débil si se trata de ti –mencionó sintiendo sus mejillas humedecer–. También odio que lo sepas, odio que lo hayas descubierto, odio todo esto, pero a la vez me gusta –y una sonrisa irónica apareció sobre sus labios–, me gusta que seas la persona que se encarga de marcar mi cuerpo, que seas esa persona que me toma sin medida y que me brinda ese placer que no había encontrado en nadie hasta que llegaste.

–Debo irme ya, te llamo después.

Esas fueron las únicas palabras que se escucharon por parte Rusia después de lo que el pelinegro hubo dicho y su presencia se disipó de aquel departamento dejándolo solo, en medio de ese revoltijo de sábanas en las que se convirtió la cama.

–Te detesto tanto, Rusia –murmuró México mientras su desnudo cuerpo se movía por la desordenada superficie para dirigirse al baño y tomar una ducha. Necesitaba revivir por sí mismo las caricias que esas grandes y varoniles manos dejaban por su cuerpo como si el rubio estuviese tocándole otra vez, pues era la única forma de no extrañarle aún si sólo eran minutos después de su partida.

One shots Todos X MéxicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora