En el jardín de los muertos

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Había notado ya un comportamiento extraño en el Doctor Griswell, se volvía cada vez más extraño y misterioso. Y aunque hacía tiempo que no lo veía, mis recuerdos sobre él registraban a otro tipo, a un sujeto un poco más feliz y físicamente más vivo, aunque muy seguramente era mi débil memoria quien me estaba jugando alguna broma o fallando respecto al recuerdo del Doctor Griswell.

Tenía un jardín enorme lleno de bellas flores y árboles de gran tamaño al fondo de su enorme casa. Me mudé a vivir con él después de la muerte de mi tía Cristin, eran grandes amigos y por eso opté por irme a residir con él, además que le conocía desde pequeño.

Había escuchado muy buenas críticas de su persona, según me había contado mi tía Cristin era un excelente doctor veterinario, además de ser un gran biólogo y por si fuera poco también era un brillante científico. La gente que lo conocía lo estimaba mucho y era reconocido por la ciudad entera y quizás mucho más. Era sin duda alguien ejemplar, lejos de ser el científico loco protagonista de alguna película de Hollywood.

Tenía un pequeño laboratorio en donde hacía experimentos, supuse eso ya que algo había escuchado de la voz de mi difunta y apreciada tía, confieso que me llamó mucho la atención ese laboratorio, y aunque desconocía y bastante sobre esos temas, estaba interesado en aprender y compartir conocimientos con el doctor Griswell. Y no es que el doctor asesinara animales o hiciera algún tipo de sacrificio, pero según sabía yo, cada animal o mascota que le fallecía él lo guardaba celosamente en su viejo laboratorio de investigaciones, ¿para qué?, no sabía, y por respeto no quise cuestionarlo, era sumamente raro.

Desperté muy temprano aquel día a causa de un chillido que provenía de la cocina, dos ratas peleando por un pedazo de carne ensangrentado, había manchas de sangre por todo el pasillo que conducía al patio trasero. –Doctor Griswell, ¿se encuentra bien?, –exclamé yo, –¿se encuentra bien?, –repetí, –¡hay manchas de sangre por todas partes! –le grité pensando que había sido él quien se había accidentado. –¡Sí! ¡Estoy bien! ¡Retírate!, ¡fueron los perros que destrozaron a un guajolote! –me gritó desde el jardín.

Y en verdad le creí, pues los perros eran muy bravos y agresivos, pero no pasó mucho tiempo antes que pudiera notar algo que no tenía lógica ante el ataque o travesura de cualquier animal, las manchas de sangre eran enormes y hacían una línea casi recta en dirección al patio trasero, me era complicada la idea que algún animal fuera quizás tan ordenado y preciso a la hora de atacar, pero, me sobresalté un poco al notar que tampoco había restos o plumas desprendidas de algún guajolote, y en verdad me había esmerado en buscarlos pero no pude encontrar nada, se me hizo extraño lo confieso, pero también cabía la posibilidad de que el doctor Griswell hubiese limpiado gran parte del desastre, siempre había sido tan pulcro, también pensé que eran paranoias de un inocente forastero no acostumbrado a su nuevo hogar, así que decidí no cuestionar ni entrometerme más y salir a dar la vuelta por el pequeño pueblo.

Caminaba a la orilla del pequeño río Subers, vi sentada a una linda chica de cabello rizado, con falda negra y zapatillas blancas, así que decidí acercarme para entablar una conversación. –Hola, ¿cómo te llamas?, –pregunté. –Helen, ¿y tú?, –respondió algo seria. –Mi nombre es Greg y vivo con el doctor Griswell. –¡Oh, con el señor del bastón! –exclamó ella. –Mmm ¡sí!, ¿por qué?, inquirí. –Ese señor, el doctor Griswell me provoca miedo –dijo ella un poco agitada. –¿Y eso por qué? –le cuestioné yo sorprendido y muy curioso. –Bueno, además de que es muy misterioso y raro, siempre me levanta la falda cuando pasa cerca, y tiene una fama de mujeriego con las señoras de este pueblo. –argumentó ella.

¿Pueden creerlo? Jamás lo imaginé del Doctor Griswell. Tenía yo alguna imagen quizás errónea de él.

Era agradable conversar con alguien joven, hacía tiempo, desde la muerte de mi tía Cristin que no conversaba con una chica de temas diferentes a la muerte y tristeza, era agradable escuchar a alguien que no me diera el pésame y por lo contrario que me diera motivos de quedarme en ese pueblo, a empezar quizás una nueva vida.

En el jardín de los muertos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora