Prólogo

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La habitación estaba bastante iluminada, una decena de personas estaban reunidas vestidas igual. Todos allí eran adultos, excepto un chico de 16 años moreno de ojos verdes que parecía muy apenado, más que el resto, a fin de cuentas, perder a un padre es una experiencia horrible y triste. Una mujer de 43 años acompañada de un chaval de 17 años se acercaron a él para hablar e intentar consolarle.

—Hola, Marcos... ¿Cómo estás?—preguntó la mujer.

—Bien—respondió en un tono triste.

—¡Ey, primito! No estés triste, ahora viviremos en la misma ciudad. Si necesitas algo puedes venir a verme a mi casa.

Marcos estaba confuso, ¿de qué estaba hablando su primo? Él vivía en una ciudad a unos cuantos kilómetros de allí. Su tía y primo notaron su confusión y se lo explicaron.

—Verás... Tu madre y tú vais a mudaros. Ella no soportaría vivir donde una vez estuvo tu padre, por eso quiere mudarse a un bloque de apartamentos en nuestra ciudad.

—¿¡CÓMO!?—exclamó, alertando a todos volviendo la atención en él.

La madre de Marcos llegó, era una mujer de unos 40 años de melena rubia y ojos castaños. La señora tenía los ojos vidriosos y se le había corrido el rímel de las pestañas.

—¿Qué te ocurre, cariño?

—La tía dice que nos vamos a mudar... ¿Es eso cierto, mamá?

Su madre asintió y lo abrazó mientras se lo explicaba. El chico rechistó, no quería perder su vida en esta jungla de ladrillos.

—¿Y qué pasará con el dinero?—preguntó asumiendo su mudanza—No tendrás trabajo cuando vayamos allí. ¿Cómo pensarás mantenernos?

La madre lo miró con cara de cordero degollado y le contó que su tía le  había pagado la matrícula en el internado de su primo para que pudiera vivir allí mientras ella conseguía dinero y así vivir juntos.

—¿Por qué no aceptas la invitación de la tía de quedarnos en su casa?

—Somos muchos, cielo.—contestó su madre—No quiero molestar...

Marcos comprendió que nunca iba a convencer a su madre de quedarse y no tuvo más remedio que asentir con la cabeza y reconocer la derrota.

El funeral de su padre se prolongó durante una hora más y después de ir al cementerio a enterrarlo, volvieron a su bloque de apartamentos. Marcos se sorprendió de ver a gente allí, sacando cosas de su casa. Pensó que les estaban robando, pero en realidad eran los de la mudanza. Habían acudido antes de que terminara el funeral y habían empezado a empaquetar cosas y a cargarlas en el camión. Un hombre se acercó a la madre y le comentó que la mudanza ya estaba casi lista, solo quedaban unas cosas con las que tenían sus dudas. Mientras los adultos hablaban, Marcos aprovechó y se coló dentro. La casa estaba prácticamente vacía y lúgubre. No había electricidad, no había sofá, televisión y las camas estaban completamente desnudas, solo el colchón, el somier y la cabecera. En la cocina, todos los armarios estaban vacíos y la nevera desenchufada. Salió y fue a hablar con su madre.

—Voy a ver a mis amigos.

Su madre no le hizo caso y continuó hablando con el hombre de la mudanza. Marcos salió del bloque y se fue al centro comercial. Allí estaban sus amigos comiendo algo en un restaurante de comida rápida. Se acercó a ellos y los saludó.

—Hola, chicos—dijo un poco desanimado— Supongo que os habréis enterado de la noticia.

—¿Qué noticia?—preguntó un chico de gafas de pelo castaño.

—Me mudo—dijo en un tono seco.

Todos se sorprendieron, sabían lo de la muerte de su padre(además de que llevaba el traje del funeral) y lo habían apoyado ayer, pero no sabían que también se iba a mudar. Le preguntaron por los detalles y Marcos se lo explicó.

—Debe ser bastante duro... Pierdes a tu padre y además te vas de la ciudad. ¿Dónde estudiarás?

—Iré al mismo internado que mi primo, pero es un año mayor que yo, no coincidiremos nunca.

Marcos pidió unas patatas y una hamburguesa de queso para seguir con sus amigos el tiempo que le quedaba. Antes de que terminara las patatas fritas, su teléfono vibró dentro de sus pantalones y lo sacó rápidamente: su madre lo estaba llamando. Seguramente ya habían acabado de cargarlo todo y su madre lo estaba avisando de que era hora de irse. Se comió el resto de las patatas y se fue. Sus amigos se despidieron de él con un gran abrazo, no se volverían a ver en un tiempo.

La madre estaba esperando impaciente ante un coche Renault, pero ya no llevaba el vestido negro del funeral, sino una camisa verde de rayas, unos pantalones tejanos de campana y unas botas marrones. Cuando Marcos llegó, su madre le pidió que se cambiara y él accedió. Entró en el baño, se quitó el traje y se puso una camiseta doble, unos tejanos rasgados y unas zapatillas negras. Recogió el traje y salió de allí. Lo metió en la maleta y se subió al asiento del acompañante. La madre arranca el coche y se ponen en marcha hacia su nueva vida, un nuevo capítulo sin él.

Internado KugonanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora