Como una inmensa ola chocando contra un muro de arena, las huestes de soldados atravesaron el gran portón de madera. La lluvia abatía sobre sus cascos mientras los caballos luchaban en interminables embestidas contra una leve muralla de lanzas. El acero se entremezclaba con la sangre y los gritos coronaban la batalla establecida bajo un oscuro manto. La actividad entre los soldados que protegían el castillo se volvió más intensa mientras más se veían forzados a retroceder dentro de la fortaleza. Habían perdido la formación y los pequeños grupos se desmontaban rápidamente por la fuerza descomunal de sus adversarios que atravesaban sus escudos, todo el mundo parecía estar corriendo y gritando a la vez.
Los atacantes que asediaron la ciudad dejaban las calles y se adentraban en el interior de la fortificación como una estampida de animales destrozando cualquier defensa. No tenían jinetes, afortunadamente, pero no eran para nada lentos. Ahora que estaban en los pasillos de la fortaleza podían moverse con más rapidez.
Un pequeño grupo de caballeros que aun defendían su lugar sabían lo que les esperaba. Se habían reunidos pr⁸otegiendo la puerta de la habitación de su realeza detrás de algunas columnas buscando cobertura. El ruido de muchos pies y gritos resonaban a través de las paredes como una tempestad que se acercaba con fuerza. Los espadas negras se acercaban.
—Bajo la bendición de Varamonter del Orla y de nuestra señora de las siete divinidades, danos fuerza y tiempo
Se escucharon los leves rezos de uno de los caballeros arrodillado sobre el frio suelo y con la espada entre sus manos
—¿Van a seguir rezando? - exclamo el capitán de la guardia justo al frente de él.
—Nunca está de más capitán
No era solamente él, los rezos se habían convertido en tenues pero estables murmullos por parte del resto de los soldados.
—Los rezos no servirán para nada, al menos no aquí —dijo el capitán mientras pasaba su vista alrededor de sus hombres. Su expectación advirtió el temor que invadía de los uniformados, pero ya no tan valientes soldados— Moriremos hoy, pero no tendrán lo que quieren
Los pasos se hacían cada vez más audibles, se acercaban a gran velocidad.
—¿Cuáles son sus órdenes?
El sudor emanaba sobre las pieles de los hombres
—¡Luchamos!—ordeno el capitán Yelmoretto empuñando su espada.Cuando los atacantes doblaron por el pasillo esperaban encontrar unas fuerzas endebles y desagrupadas, posiblemente en un estado de derrota total. En su lugar se toparon con una gruesa fuerza de cuarenta hombres y flechas que perforaban el aire hacia ellos. A pesar del esfuerzo de los temerosos y aferrados soldados a la vida la diferencia numérica era enorme.
Unos inmensos estallidos de energía oscura comenzaron a abalanzarse mandando a la resistencia por los aires fuera de sus coberturas, una sola hechicera de cabellos violetas había cargado contra ellos con el poder de un ejército. Los atacantes siguieron después y acabaron con las vidas de los pocos hombres que intentaron luchar, desgarrando sus gargantas y rebanando sus pechos quebrando sus armaduras con sus espadas, los pasillos se tiñeron de rojos y los charcos de sangres se esparcieron bajo los cadáveres.
Las tropas embistieron contra las puertas que daban a los aposentos de la heredera de Martadar. No tomaron mucho tiempo forzando la entrada, solo basto con un intento y derribaron la madera en pedazos como un tronco al quebrarse. Un grupo de soldados de adentraron en la habitación amontonándose en la entrada
—¡Apartaos! — ordeno un caballero de capa roja y plateada armadura que se habría camino ente sus hombres mientras limpiaba su espada manchada de sangre.
Entro en la habitación buscando a la hechicera. Se acercó a la cama al lado de la mujer y justo en frente de él, sobre el gran camastro una cascada fresca y clara de sangre recorría la pared. La joven primogénita del antiguo monarca supremo de Martadar yacía sentada sobre la cama con la mirada impregnada en el suelo.
El caballero miro a la hechicera a su lado de manera aprensiva
—Martadar y el castillo de Escama Dragón ya pertenece a las tierras de Volidas —exclamo la joven hechicera
Aquellas últimas palabras hicieron que la habitación retumbara con los gritos de victorias de los soldados mientras alzaban sus armas y golpeaban sus escudos con sus espadas negras. El ánimo se escaló hasta un rugido de triunfo
—Volidas se arrodilla ante usted Carmilla — aseguro el caballero de capa roja —Esperamos órdenes Monarca
Aquella mujer vestía con un fino vestido azul que decencia hasta el suelo, junto con telas doradas doradas que cubrían sus brazos además de sus piernas
—Ser keins, ordenad acopiar todos los cuerpos y buscad a los pintones del sepulcro, el nimbo pronto los reclamara
—Los pintones esperan a las afueras del reino como usted misma ordeno — aseguro el con calma— ¿Que hacemos con la antigua heredera?.
La antigua hereda del reino que acababan de conquistarle tomo provecho de la conversación que sostenían frente a ella para agarrar muy silenciosamente una pequeña daga que encubría detrás de su vestido. Sostuvo con fuerza el mango y sin pensárselo dos veces se abalanzo como un pequeño zorro intentando tomar por sorpresa a su presa. Dejo escapar un frenético alarido mientras sus desnudas piernas le conducían ciegamente en dirección a su objetivo. La mente de la joven se nublo, su única aspiración era clavar su daga en el vientre de la dichosa bruja, ponerle fin a la vida de aquella mujer que asesino a sus padres, a sus hombres y le arrebato su reino. La punta de la daga punteaba hacia el frente señalado el lugar donde los deseos de la joven estallaban en su mente como una frenética esperanza de venganza. Su aspiración se nublo de gris como una nube anunciando una tormenta cuando una fuerza superior e invisible le presiono las manos hacia abajo. El caballero de vellos rubios le había tomado por los brazos. Los dedos de la chica cedieron y se abrieron despojándose del puñal al sentir como le estrangulaban la muñeca para luego derrumbarse de rodillas al suelo. Ser keins al ver como la afilada arma caía sobre el suelo libero la muñeca de la chica y le propino un fuerte golpe en la nariz. La doncella comenzó a sollozar en el suelo mientras su nariz sangraba debido al golpe y maldecía una, y otra y otra vez a los pies de Carmilla.
La mirada fría de la hechicera se centró en la joven
—Llévensela a los nigromantes—ordeno la hechicera
Al decretar aquellas palabras uno de los guardias se adelantó y tomo a la joven por los cabellos que dejo escapar un grito de dolor al ser arrastrada por el suelo cruzando la puerta a través de los aglomerados guardias que se jactaban en risas y burlas.
En las afueras del gran castillo las montañas de cadáveres comenzaron a amontonarse en pilas sobre el suelo debajo de la penumbra que portaba la noche. La lluvia había cesado, pero provoco que la tierra se volviese húmeda y lodosa, induciendo al fango que cubría las botas de los múltiples soldados reunidos en las afueras de las fortalezas. La tierra cenagosa se entremezclaba con los cuerpos pálidos y fríos de los muertos acopiados unos sobre otros, la sangre recorría los suelos y a través de las grietas de la tierra como testigo de la masacre ocurrida en el lugar. Cerca de los cadáveres se reunieron varias carretas donde los soldados arrojaban los muertos. A su alrededor una gran hilera de pintones, criaturas enanas con pieles escamosas vestidas de cuero y gorros rojos se mantenían pacientemente a espera.
—¡Esto ya está!— anuncio uno de los soldados que acababa de llenar una carreta con cadáveres muertos, dirigiéndose a uno de los pequeños ensombrerados cerca de el
—Creo que pueden caber dos más — aquella pequeña criatura de apenas un metro de largo sabía que su carreta podía cargar con más de los que aparentaba. Para muchos no eran más que maderas viejas sobre oxidadas ruedas deterioradas, pero el llevaba años en esta tarea y sabía que su transporte podría llevar casi cincuenta cadáveres
El soldado frunció el ceño, no por la credibilidad de sus palabras, estaba harto de llevar horas acaparando cuerpos sobre una carreta, pero se limitó a seguir montando cuerpos sobre sus hombros y acomodarlos sobre la madera crujiente.
En cada momento que alguien culminaba con su labor en la tierra su cadáveres debían ser lanzado a las fauces, lanzados hacia las gargantas negras, aquellos inmensos hoyos consumidos por la oscuridad. Solo los pintones sabían cómo llegar y eran los únicos que podían abrirse camino a través de las oscuras grietas de los bosques que daban a las gargantas, hogar de los demontres. No se sabe con exactitud como lo hacían o que habilidades tendrán para estar en el lugar y a la hora que una persona moría acompañados de sus carretas deterioradas.
Varios de los pintones del sepulcro tomaron los timones de sus carretas, arriaron sus caballos y luego de algunos notorios relinchos muchos emprendieron sus viajes a través de la ciudad, saliendo de los límites del castillo, atravesando las oscuras calles asediadas con montículos de cuerpos inertes tras ellos. Después de un tiempo habían dejado la ciudad tras sus espaldas, adentrándose en el oscuro y denso bosque rodeado de enredaderas. Las ruedas surcaban sobre las aglutinadas y húmedas raíces del suelo a través de la espesura de un camino que abrazaba la noche, haciéndolo poco visible, pero ellos conocían perfectamente el camino, no les hacía falta obtener una mejor visión para saber qué dirección debían tomar o que caminos evitar. El suelo aún era fangoso, al parecer la lluvia había conseguido abrirse camino a través de las grietas de las ramas y las hojas.
Las pequeñas y filosas garras de uno de ellos que se había adelantado sostenían la soga con firmeza mientras el mudo bosque parecía muerto a su alrededor. De pronto se vio forzado a detenerse, una figura humana se había posicionado en el centro del camino obstaculizándole el paso, la criatura apenas lo pudo percatar cuando estuvo solo a pocos metros de distancia. Se esforzó en definir aquello frente a sus ojos, pero el manto oscuro de la noche apenas le dejo presenciar una extraña figura sombría sobre la montura de un caballo negro. A simple vista y para sus pequeños ojos parecía un monstruo, una imagen de ojos grises con extensas garras que sosteniendo las riendas de su animal. Lo que precisó hizo que se asustara de repente, se paralizo por un instante al ver aquella criatura, pero cuando lo observo con mayor perspicacia se tornó más calmado al descubrir que aquellas garras no eran más que simples guantes de cuero, que aquella figura monstruosa era simplemente una figura humana, al parecer la noche le había jugado una mala pasada.
—Buenas noches— el jinete proyecto una voz un tanto amable —¿cuánto queda para llegar a Martadar?
—Esta apenas atravesar la floresta de rosas, siguiendo este camino— respondió—¿estás seguro de querer llegar ahí?
La encapuchada figura inclino su cabeza en señal de gratitud y dirigió su caballo hacia la dirección de donde el pintón provenía y por donde le había indicado. El pintón observo como aquel extraño hombre que despertó cierta curiosidad en él, se alejaba entre la densa oscuridad.
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Cronicas de DeusDragon I :La Danza de Las Hiedras
FantasyEn el inmersivo y fantástico mundo de las tierras profundas. Sobre un gigantesco continente nacen las cunas de las nuevas guerras de conquista que se ha extendido por todo el DeusDragón. Un mundo donde las fauces exigen los cuerpos de los caídos y l...