Prólogo

102 9 0
                                    

Erase una vez...

En alguna ciudad vivía una niña, alegre y enérgica que llenaba de alegría a quien se acercara. Su nombre era Star.

Ella vivía cerca de un parque, con muchos juegos donde se podía escalar, balancearse y ocultarse, ideal para cualquier niño de espíritu juguetón pero, para Star, era algo triste porque siempre jugaba sola.

Un día, escuchó que la casa del frente, que estaba vacía mucho tiempo, se llenaba de voces y de ruidos de movimiento. Una nueva familia se había mudado y vio por su ventana que un niño bajaba del camión de mudanzas. "¿Será posible que...?" pensó Star mientras abrazaba uno de sus peluches.

El muchacho empezó a visitar el parque al que Star iba a jugar, pero había algo extraño en él. Era bastante serio y no se acercaba a los otros niños, como si quisiera estar solo y sin que lo molesten. Además, su presencia daba un poco de miedo.

La pequeña Star vio al recién llegado jugando en el columpio y se le acercó.

—Hola, me llamo Star, tengo siete años. —Le saludó. —Te he visto antes, vives en la casa del frente ¿no? ¿También estás solo? ¿Tus padres están trabajando?.

El niño no respondió. Vio a Star y desvió la mirada pocos segundos después.

—Yo vengo a jugar aquí después de la escuela mientras espero a mi mamá que está trabajando. —Siguió la niña. —No tengo amigos que vivan cerca, así que juego sola, ¿Quieres jugar conmigo? ¿Cómo te llamas?

Finalmente le hizo caso y volteó a verla.

—Me llamo Moon y no voy a jugar con una enana como tú. —respondió de forma altanera.

—Mucho gusto, Moon —respondió Star inmune a su repelente actitud, feliz de que al fin le dirigiera la palabra y confundida por la forma en la que le hablaba —¿Enana? ¿Soy muy pequeña? ¿Cuántos años tienes?

—Diez años y contando. —dijo con orgullo.

—Pero aún eres un niño como yo, sólo eres tres años mayor, así que podemos ser amigos.

—¡Yo no necesito amigos! ¡no me molestes! —dijo muy molesto pero su mirada decía otra cosa. Sus ojos mostraban una gran tristeza, como si le doliera decir que no le importara estar solo.

—Está bien, entonces sólo me sentaré aquí cerca y me columpiaré. Solo finge que no estoy.

—Como quieras.

Y así, Star iba cada día al parque para ver a Moon. A veces lo encontraba y a veces no, y cuando estaba ahí se sentaba cerca de él mientras jugaba en el columpio, esperando que se anime a hablarle y ser su amigo.

Para Moon, Star era una niña muy extraña. Siempre estaba sonriente y era muy habladora. Aunque, al principio, mantuvo su distancia con ella y trataba de alejarla con su actitud, no pudo evitar acostumbrarse a verla y a agarrarle cariño. Star siempre le contaba cómo había sido su día en la escuela, sobre los niños que la molestaban, sus clases, sus amigas, lo que hizo su madre para la merienda y otras cosas que a una niña de su edad le parecían importantes. Moon ponía mucha atención a lo que decía pues, aunque no hablaba tanto como ella, le encantaba escucharla tan emocionada y contenta.

Con el pasar de los meses se hicieron amigos muy cercanos y sus madres también. Cenaban en la casa del otro, jugaban y salían juntos al patio o al parque. Él la ayudaba con sus tareas a veces, ya que iba un poco más adelantado que ella y Star le entendía muy bien, como si fuera el maestro que siempre necesitó. Moon se sentía por primera vez en su vida tan a gusto en un lugar y, para ella, era la primera vez que le gustaba tanto pasar tiempo con alguien.

No es cosa de suerte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora