Charlotte
—¿Crees que me ha plantado, Livvie? —pregunto a través de la línea.
—¿Acaso te ha invitado a una cita para decir que te ha dejado plantada?
—No.
—No seas tan exagerada, son las tres y cinco, mujer. Me compadezco del próximo novio que tengas.
Sonrío con diversión mirando al techo. Olivia tenía algo de razón, quizás y yo era muy dramática por cinco minutos de retraso.
No tengo ni la menor idea de porque accedí a salir con él —fuera del ámbito romántico —. Quizás sea porque la comida gratis es una oportunidad que nunca debe desaprovecharse, o quizás porque el tipo me ha caído bien, y me hace falta hacer amigos.
También podría ser que como cosa rara, mamá está trabajando, y por ende estoy siempre aburrida en casa en compañía de Kitty.
—¿Sigues ahí? Me siento como una idiota hablando sola. Tengo una suposición de por qué está retrasado cinco minutos el pobre.
—Ilumíname.
—Tengo la teoría de que le dió diarrea crónica, y que cuando estuvo a punto de salir de su casa se ha hecho un poco en los pantalones y...
—¡Qué asco, Olivia! —la interrumpo, antes de que siga hablando—. Gracias a Dios y no estaba comiendo, porque seguramente habría vomitado.
—No es para tanto, ¿qué sabes tú si son ciertos mis supositorios? Imagínate que siga con su diarrea crónica, y cuando se de la vuelta no haya papel para limpiarse y le toque tomar su media.
—¿Haz hecho tu eso, Olivia? —pregunto, con una mueca que ella no puede ver, pero seguramente debe estar imaginándosela.
—¡No me juzgues! Era una situación extrema y...
Dejo de prestarle atención cuando oigo el sonido de un claxon sonar varias veces. Me asomo por mi ventana, y mierda... al parecer he aceptado salir con un mafioso.
Matteo está afuera de su auto —que tenía pinta costar los dos ojos de mi cara, pero a pesar de lo carísimo que parecía ser, me dí cuenta que él no tenía tan malos gustos que digamos. El rojo era un color que resaltaban las llantas recién pulidas—. Mira a su alrededor con cautela, y quiero que me trague la tierra cuando se da cuenta que lo estoy mirando como una loca a través de la ventana.
Me sonríe amablemente, y hace un gesto con su cabeza para que vaya con él. No respondo, solo cierro la persiana y me miro en el espejo por enésima vez. Estoy decente, y al menos no doy pena.
A último minuto decidí cambiarme los jeans viejos y el jersey, por un vestido veraniego amarillo con florecillas moradas. Estaba haciendo calor, y no pretendía asarme.
Recuerdo que tengo a Liv al teléfono y me despido de ella, y me hace prometerle contarle cada detalle cuando regrese a casa.
Me aseguro de que Kitty tenga comida suficiente para unas horas, y por fin, me encuentro afuera de casa con la mirada de ciertos ojos azules recorriendome de arriba a abajo.
Me postro en frente de él, mirándolo con una ceja enarcada y los brazos cruzados.
—No te ves tan mal, eh —digo con diversión.
—Lo mismo digo de tí, pareces un jardín deambulante.
Ruedo los ojos.
—Lindo auto.
—Lo sé.
—Deberías decirme gracias.
—Dar las gracias por lo obvio no es lo mío, Pitufina —odiaba ése seudónimo, y al parecer él lo sabía y por eso seguía llamándome así—Sube.
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Bajo las estrellas ©
Roman d'amourCharlotte nunca había llegado a experimentar qué era lo que se sentía enamorarse, por el simple hecho de que ningún chico lograba llenar sus expectativas, que alimentaba día tras día leyendo. Ella quería ser amada de la misma manera que sucedía en l...