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Mommy y daddy

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La niña podía sentir el cuerpo de Ruth acurrucado contra el suyo, caliente y molesto al tacto

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La niña podía sentir el cuerpo de Ruth acurrucado contra el suyo, caliente y molesto al tacto. Ruth se había enrollado un par de veces entre las mantas pesadas que se consideraban decorativas durante el verano. Eleanor se había quedado dormida al otro extremo de la cama, tan pronto como esa falsa sensación de calma provocada por la llegada del ojo del huracán empezó a bajar la intensidad del viento. Toby quedó como muerto y Kendra se preguntó si Clara, conocida por preparar todo tipo de té, le habría dado algo extra con su leche tibia.

¿Dónde estaba Clara? Igual que su padre, la dama de compañía tenía una facilidad envidiable de desaparecer sin rastro. Al menos ella no estaba en el segundo piso. La niña siempre podía identificarla olisqueando el aire hasta dar con ese aroma inconfundible de lavanda. La casa estaba llena de olores extraños esa noche, pero sobre todo había algo fresco y limpio que le recordó que los relámpagos aún no se habían desvanecido, sino que aguardaban en la distancia, junto con más lluvia y viento.

Tenía que darse prisa y averiguar qué estaba pasando.

El poco sueño que pudo conciliar durante el primer embate de la tormenta estuvo acompañado por voces. No solo se trataba del muerto de la colina, que no se cansaba de hablar, sino también un constante susurro que la llamaba a través del laberinto de pasillos y escaleras hacia el ala este. El llamado resonaba en la parte más antigua de la casa, que había estado sellada desde antes de su nacimiento. Allí es donde habían vivido sus otros hermanos. Kendra sabía que mamá había sido viuda y que tenía un hermano mayor, Jean Louis, que se había marchado de la casa a estudiar y hacer su vida antes de que naciera Toby. También estaba el primer par de gemelos, hijos de mamá y papá, que murieron al año de nacer. Esos llegaron antes de Eleanor.

Los recuerdos de vidas pasadas e interrumpidas asaltaron a la niña tan pronto como abrió la puerta que quedó algo zafada por la tormenta. Pensó en Eleanor por un minuto, y en cómo siempre le advirtió que no fuera a averiguar donde no le habían invitado. Su hermana, siempre pendiente de lo propio en el comportamiento de una damita. Pero Kendra no era una dama y no soñaba con serlo.

La habitación principal del ala este estaba sumida en una total oscuridad. Solo la tela que cubría los muebles presentaba una tonalidad blanca o grisácea, suficiente como para ayudarla a navegar entre tanto cachivache sin chocar con algo o perderse. Todo estaba cubierto por una fina capa de polvo que le provocó picor en la nariz, pero nada la detenía de continuar. La voz, que nunca había escuchado, pronunció su nombre con el mismo redoble suave de la "r" que Clara, pero con un tono mucho más sofisticado, casi musical.

La niña había escuchado a la gente hablar con cierta nostalgia sobre la cadencia de la voz de su madre y no tenía ninguna duda de que Miranda Leese la estaba llamando. Era cuestión de encontrarla. ¿Cómo se da con un fantasma? Con paciencia. Un par de pasos más y...

El fantasma estaba bañado por un suave resplandor en el que bailaban finas pizcas de polvo. Era la réplica perfecta, una ilusión de vida apegada a una imagen que la niña había visto mil veces en un cuadro al óleo en lo alto de la escalera. Los pómulos de Miranda Leese, demarcados y elegantes en la pintura, estaban tocados por un gris antinatural, y la mitad de sus largos y suaves rizos parecían perderse en la oscuridad. Algo pequeño se acurrucó en su regazo, haciéndose una bolita cómoda entre sus faldas. Mientras su madre olía levemente a jazmín, esa diminuta criatura apestaba a carne podrida, muy parecido a los cadáveres de animales de camino, de los que se encargan los cuervos. Había algo más, un ruido extraño que hizo eco en la cabeza de la niña. Un gruñir, el chasquido de un hueso al romperse, el roer de dientes.

Ese sonido sería el heraldo de sus pesadillas en años por venir.

—¿Mommy? —No estaba segura de cómo llamar a alguien que nunca había conocido.

La aparición la miró, o, mejor dicho, se fijó en un punto a través de ella. Esos ojos vacíos ansiaban la vida, representada en la pequeña inocente frente a ella.

—¿Cómo te llamas? —Si existe tal cosa como una mezcla de agresividad y bondad, el fantasma la tenía. Pero el esfuerzo por mantener sus emociones en un balance estaba destrozando a la aparición. Las tonalidades grises se empezaron a desplazar de forma vertiginosa, distorsionando su rostro humano, tratando de dar forma a algo concebido en la oscuridad. En la mente infantil de Kendra, no había otra manera de decirlo. Su madre estaba luchando por mantener lo bueno de sí a la vista. Parecían tener eso en común.

La pequeña pensó en responder: "Soy la niña", pero eran tan pocas las ocasiones de afirmar su identidad que se sorprendió al oírse decir—: Mi nombre es Kendra. 

Ante la mención de su nombre, la cosa en el regazo de su madre levantó la cabeza. Los ojos rojizos de la criatura la estudiaron antes de que los labios se curvaran sobre una hilera de dientes pequeños pero afilados. No era un animal, sino algo extraño y salvaje. Le recordó a la niña el único consejo que Toby le había dado y que podía considerar útil. No confíes en los caimanes, incluso si parece que están sonriendo.

Pero fue difícil no ceder. Siniestro y todo lo demás, ese niño se parecía a ella, excepto que traía un toque más salvaje. Supo que estaba en problemas cuando se descubrió pensando que, al menos por una vez, daría lo que fuera por intercambiar lugares con ese pseudo-animalito extraño. El pequeño fantasma pareció agitarse, dejando caer el hueso y la carne con la que había estado jugando.  Miró a su madre, curioso, como demandando saber si él también tenía un nombre. El fantasma mayor solo tenía palabras para la niña.

—Dile a tu padre que lo siento. En noches como esta, no es fácil cuidar de perder los estribos. Él ha pasado por un infierno desde el día en que naciste, pero está vivo, y cada día se renuevan sus fuerzas.  Yo estoy muerta y los muertos deben descansar. Lo siento, querida niña. Si no me hubieras encontrado, entonces esta sería otra historia. Ahora está fuera de mis manos. Tu padre ha tratado de contener tu heredad dentro de sí hasta ahora. Y más que nadie, deseo que tenga éxito, pero es imposible. Tú eres la séptima de mi sangre. Es inevitable.

El pequeño fantasma saltó del regazo de Miranda y corrió hacia Kendra, atravesándola. Le dejó en la boca un sabor a podredumbre de tumba, y el brillo de la luna estampado en los ojos. La obligó a seguir su rastro plateado como a una diosa en lo alto, presa de una fuerza que la llevaría por caminos que ella preferiría no elegir. Y entonces le regaló un aullido tan ensordecedor que provocó que olvidara todo lo que había escuchado de boca de su madre.


Y entonces le regaló un aullido tan ensordecedor que provocó que olvidara todo lo que había escuchado de boca de su madre
***

Una ráfaga de viento sostenida arrancó un panel en el segundo piso, anunciando que la fase final de la tormenta estaba a punto del embestir la estructura. Rugidos atronadores seguidos de relámpagos iluminaron la habitación. Los niños despertaron a la vez. Eleanor les rogó que se quedaran tranquilos. No tenían idea de dónde estaba Clara, y en su pánico, ni siquiera se habían dado cuenta de la ausencia de la niña.

—¡Hay algo ahí fuera! —Toby gritó para llamar la atención de su hermana. El panel que zafado pertenecía a la ventana del cuarto y dejaba el vidrio expuesto—. Creo que es un oso.

—¡Aléjate de la ventana, Tobías! ¡Si algo viene volando hacia nosotros, habrá vidrios por todas partes! —Eleanor tomó la mano de Ruth solo para darse cuenta de que le faltaba Kendra—. Escuchen, niños. Vamos abajo. Kendra probablemente se antojó de algo y Clara debe andar con ella en la cocina.

—No... cierto. ¡No... es... cierto! —La angustia de Ruth le provocó hipo, lo que hizo reír a Toby, hasta que la muchachita logró armar una oración entera que lo hizo congelarse en su lugar—. ¡A mamá le duele la cabeza, y a mí también! ¡No mires, Toby, no mires!".

—¡Los dos, al pasillo! —Eleanor se aventuró a mirar por la ventana. No era un oso. Era algo grande y corpulento, más grande en estatura que cualquier hombre o bestia. Por un momento, pudo ver unos ojos rojizos que absorbían la luz, fijos en la ventana del piso de arriba. La bestia, que parecía sostenerse de forma segura sobre sus patas traseras, se perdió en la arboleda unos segundos después.

La mayor de los Leese sintió que se le iba el mundo con una combinación de escalofrío y náusea. Fuera lo que fuera la enorme bestia, no fue lo más preocupante que alcanzó a ver a través de la ventana. Le costó respirar cuando vio el amarillo pálido del camisón de su hermanita. La niña estaba allá afuera, expuesta al viento, la lluvia, la oscuridad y corriendo en dirección hacia donde había desaparecido ese animal infernal que la tormenta seguramente había traído hasta las puertas de su casa.

Desde el pasillo llamó a Clara y a su padre, pero nadie respondió. Mientras bajaban las escaleras, Eleanor tuvo la certeza de que la creciente sensación de seguridad de los niños era vana. Era costumbre de los adultos de la casa responder de manera inmediata. El silencio no era buena señal. Le entregó la responsabilidad de la lámpara de gas a Toby, mientras sostenía la mano de ambos niños con fuerza.

—¿Daddy? —La puerta del estudio estaba abierta de par en par.

Con la primera persona que dieron fue con Clara, tendida en el suelo. Junto a ella aparecía una tetera vacía y una taza hecha añicos. Por un momento, los tres niños pensaron que estaba muerta, fue suficiente como para que Eleanor perdiera el poco valor que le quedaba. Corrieron a su lado. Ruth sostuvo el rostro de su madre en sus pequeñas manos, rogándole que se despertara. La mujer reaccionó; se levantó tambaleante, mientras un pequeño hilo de sangre goteaba en la comisura de sus labios.

—¿Dónde está Kendra? —Clara entró en pánico ante la ausencia de la niña, ignorando incluso a su propia hija.

—Kendra se fue a correr, mamá. —Eleanor entendió que la hija de la criada había visto lo mismo que ella; no había ninguna duda.

—¿Dónde está nuestro padre? —Toby estaba tan exigente como Eleanor.

—Señor Leese... ¡Santo cielo!

Clara tanteó el piso. El té había sido absorbido por la madera. El pequeño continuaba insistiendo y a Clara se le estaba agotando la paciencia. Terminó levantando la mano casi al frente de la nariz del chico.

—Tu padre fue tras la niña. La niña corrió hacia la tormenta y él fue tras ella.

Eleanor cuestionó la elección de palabras de la mujer. Sabía que a Clara le molestaba en gran manera cuando la gente se refería a Kendra como "la niña", a veces incluso se atrevía a corregir al propio Kendall. Era como si, de repente, Clara culpara a su hermana menor de todo lo que el pueblo la hacía responsable. Pero sus dudas se disiparon de inmediato cuando la dama de compañía, ya en posesión de todas sus capacidades, decidió llamar su atención. 

—¡Eleanor Leese! Solo por esta noche, se te pidió que te responsabilizaras por tus hermanos.  ¿Cómo es que no te diste cuenta de que tu hermana había salido de la habitación? Tu padre te ha advertido, una y otra vez, que no la dejes husmear en las habitaciones cerradas. ¿Creíste que la tormenta la detendría?

Clara estaba en pie de guerra y los más chicos se movieron instintivamente a su lado, buscando la protección constante en lugar de la lealtad condicional de Eleanor. La jovencita se sintió traicionada y por eso arremetió, con el último ánimo de desafío que le quedaba.

—¡No descargues tus responsabilidades conmigo! ¿Ahora soy responsable? ¿Cuántas veces no te he rogado que me des parte de la condición de mi padre? Pero no, suyas son las obsesiones y las conversaciones secretas. ¡No te importa que me desespere el no saber qué le aflige! Para eso no tengo entrada, así que, ¡me niego a ser la adulta en esta circunstancia! Tú más que nadie eres responsable por mi hermana. Estábamos agotados, nos quedamos dormidos. Y a ti te da por tardarte más de lo que hace falta para hacer un té... ¡Bravo! No te apures, Daddy siempre te perdona los pecadillos de omisión.

Clara la abofeteó sin darle tiempo a chistar. Podía lidiar con lo que dijo, pero no con la forma en que lo dijo, cargada del mismo veneno que las chismosas del pueblo que tanto juzgaba desde su posición de niña rica. Toby y Ruth se cubrieron la cara, horrorizados.

—¡Esto no se queda así! —La rabia de Eleanor era evidente, sus ojos estaban al borde de las lágrimas. Había sido descartada antes, pero nunca humillada de forma pública. Ni siquiera su padre le ponía una mano encima. Su voz se apagó en un siseo de odio puro.

Clara no era de las que daban la espalda a las cosas hechas. Cruzaría ese puente una vez que llegaran allí.

—Si quieres hacer un escándalo con la ofensa, este no es el momento. Tu padre y tu hermana están ahí afuera, y se avecina un segundo golpe de la tormenta. Todos se mueven a mi habitación. ¡Ahora! La habitación es pequeña, pero se acomodan como puedan. Total, en lo que queda de noche, nadie va a pegar un ojo.

Acomodó a los niños en la cama. Pasaría el resto de la noche despierta y rezando. Tan pronto como llegara la luz del día, comenzaría a preparar una nueva porción de té. En ese momento, para Clara, lo más importante era mantenerlos a salvo. Y su habitación protegida por tres pesados cerrojos de plata, era el espacio más seguro de todos.



 Y su habitación protegida por tres pesados cerrojos de plata, era el espacio más seguro de todos

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