Capítulo 1. Final

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Tras la muerte del Rey David, quien difundiera la palabra de Dios en la Tierra, éste es elevado al Reino de los Cielos como hombre puro, cerca del trono de El Creador.

En el paraíso, se le fue asignada bajo orden de Dios, la tarea de velar por el legado de sus descendientes, influyendo sobre ellos en celestial dinastía para la toma de sus decisiones.

Los siglos pasaban, y David se inspira a tocar el arpa entre el conocimiento adquirido como consejero, y las musas le miraban en la tarde hacerlo bajo el roble a las afueras de la conocida casa de Dios en los cielos.

Sonaba las cuerdas a modo sencillo y con delicadeza, encontrando en ella la paz que a sus hijos inspiraba en sus momentos de histeria, generación tras generación.

En lo más oscuro del averno, el demonio Abaddon, quien milenios atrás fuese corrompido por las palabras de Lucifer y desterrado hacia el fuego; avanza ahora hacia los límites entre sus tierras y el reino de los mortales.

Seres horridos con cuerpo de caballo, garras de bestia, colmillos afilados, rostro humano, y cabello de mujer le siguen tras su paso agitando sus diabólicas alas.

Envuelto en su ola de ira desgarra las puertas del Infierno dejando salir a su ejército de langostas, quienes drenaron la sangre, pelaron la piel, rompieron los huesos y comieron de la carne humana.

Se estaba llevando en la Tierra el exterminio de la más grande entre las creaciones de Dios.

Cielo y Tierra tiemblan de pavor, el paraíso creado por lo divino ahora se vuelve Infierno. Tras la trágica plaga, ángeles bajan a la Tierra armados con sus lanzas para frenar la oscuridad. Mientras tanto, el destino de la humanidad, se encontraba ya sellado.

Cantos, parecían los gritos de los siervos de Dios, mientras su sangre les era extraída por colmillos, y masticado su cuerpo seco entre las bocas de las bestias. A lomos de Cerbero, Abaddon decidía sobre el destino de la humanidad.

Dios, observando la derrota inminente de sus paladines se siente dolido, al ver pasar frente a sus ojos cientos de generaciones en un instante. Desciende así, una vez más a la Tierra junto a David y a su Hijo Jesús.

Era entonces pues, David, consejero de Dios, y a este dijo - Cuando en tu reino sea expandido el terror, solución restante a tu mano será formar parte del Caos. Mas en cambio, lleva ojo entre el dolor de aquellos quienes a tu figura rodean y fija el otro en quien daño proclama en tu mundo- y de esta manera descienden, a ritmo calmado sobre tres pequeñas nubes; padre, hijo y consejero.

Parecía Dios insignificante en cuanto a tamaño frente a los helados colmillos de Cerbero. Los ejércitos del abismo se encontraban ya dispersos, no había sitio por el cual comenzar a frenar la plaga. Los demonios habían violado y asesinado a cada mortal.

Abaddon desmonta y camina hacia el frente con su rostro inclinado y su tridente en la mano izquierda, torcida sin ánimos de guerra, rindiendo su lucha.

Como quien se humilla ante Dios en el altar, sus brazos extienden aún con tridente en mano. Aprieta fuerte su puño entonces, alzando su rostro de golpe en una fuerte carcajada:

- Soy la merced de aquello que has creado, destruyo ahora tu Paraíso echando abajo sus puertas. Sufrirá cada uno de tus hijos como yo lo hice. De lado me diste, y de lado ahora les doy.

- Consciente eres de tus acciones, consiente soy yo, de las mías. Préndase ahora la llama que te hace vivir hasta quemar tu carne y destrozar tu tímpano - dijo Dios punzando contra el suelo su báculo, en un paso fuerte hacia el frente.

Comienza a entonces a emanar desde el sagrado báculo un chirrido incesante del cual cada demonio sobre la faz de la Tierra fue consciente. Los oídos de las bestias sangraban. Caminaban paso atrás dejando del lado a sus víctimas, buscando manera de calmar el dolor que les era sometido.

Abaddon [Borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora