Me tiré en la cama y la gata se acercó a mí ronroneando para que no me sienta tan sola. Las paredes blancas de mi nueva habitación me daban la bienvenida y por un momento imaginé un hogar. Un cuadro allá, unas macetas en esta otra esquina. De a poco, en mi mente empezaba a funcionar.
Un ruido sonó en el techo. Supongo que Dolores, mi mejor amiga, tenía razón cuando me dijo que escuchaba todo lo que sus vecinos hacían las 24 hs del día. Agarré mi celular y busqué su chat: "los de arriba están pasando la aspiradora", me contestó al instante "esperá a que empiecen a cojer". Sonreí.
Hice la cama, desembolsé ropa y acomodé un par de cajas. Conecté el wifi, la compu y la tele. Metí las cubeteras al freezer de la heladera que con tanto esfuerzo habíamos comprado con mi familia. Me parecía una locura haberme mudado sola en medio de una pandemia mundial, pero estaba sucediendo.
Sonó por primera vez el timbre de mi departamento y corrí al teléfono del portero "quién es?". Siempre había soñado con hacer eso, después de haber visto tantas películas y novelas donde la protagonista se adueñaba de su nuevo hogar con pequeños gestos cotidianos, éste era uno que había fetichizado concientemente.
¿Soy yo, me abris? -dijo la voz de mi novio.
Me invadió una nueva sensación, era real, la vida adulta que me parecía lejana me abrazaba en nuevos espacios que habitar. Toqué el botón del portero y esperé ansiosa a que el ascensor lo transportara los nueve pisos hasta mi departamento.
Sentí sus manos golpear mi puerta y abrí de inmediato. Hacía cinco meses que no veía a Fidel, entre la pandemia y su trabajo, seguir juntos era un desafío. Lo abracé y lo besé como si volviera de la guerra, así se sentía. Acaricié su pelo castaño y su barba incipiente.
- ¿Te la estas dejando crecer?
- ¿Eso es lo primero que me vas a decir? ¿Ni un "te extrañé"?
- Claro que te extrañé. ¿Trajiste eso no más? -pregunté señalando su mochila.
- Sí, quería decirtelo pero no tuve tiempo, el domingo tengo que volver a Buenos Aires, surgió una reunión con gente del Ministerio de Cultura el lunes a primera hora y tengo que estar -dijo buscando mi abrazo pero me alejé intentando contener la escena.
- Está bien -murmuré tragando saliva y recordando como respirar, el aire entra por la nariz y sale por la boca.
- Estoy acá, Eloísa, ¿qué más querés? -dijo Fidel resignado, encogiendo los hombros.
Si hay algo que me gusta menos que mi nombre es que me pregunten qué querés.
Estaba en mi nuevo departamento, con mi vida en cajas y teniendo la primera de -lo que pensaba serían- muchas peleas maritales. No quería que nada arruinara aquel momento, me acerqué a su pecho y apoyé mi cabeza en él, esperando el reflejo de sus brazos conteniéndome. Lo hicieron.
- Perdón -susurró y me corrió algunos rulos de la cara para besarme -en dos semanas estoy acá, lo prometo.
Las promesas de Fidel eran endebles pero necesarias.
- Voy a traer un par de cuadros y alguna obra, va a quedar lindo -dijo recorriendo el living.
Es que mi novio es artista plástico y también curador de varias muestras en el MALBA y en el Museo Moderno.
- No quiero que sea tu estudio, quiero que sea mi casa
- Pensé que iba a ser la nuestra... -soltó mirándome.
- Nuestra casa -me corregí- sabés que quiero ir despacio.
- Ya sé, me gusta incomodarte, te pones nerviosa como si estuviésemos en nuestra primera cita ¿Cómo vas con el libro? -preguntó tirándose a mi puff favorito.
- No sé, el editor me pasó algunas correcciones más pero no estoy muy convencida de publicar todavía.
- ¿Por qué no? Lo que leí es muy bueno, lo que hacés es muy bueno, si pudieras leerte con mis ojos te amarías, comprarías todos tus libros como planeo hacerlo yo. A demás ya estuve alardeando en el Moderno que mi novia, la poeta, va a presentar su libro en la sala, así que más te vale que lo publiques -dijo prendiendo un porro. Yo sonreí y recordé por qué me había enamorado de él, a veces se me olvidaba.
Me tumbé sobre sus piernas y apreté mis muslos contra su cadera.
- Tu novia, la poeta... suena bien -le saqué porro de las manos y fumé una pitada. Lo besé bajando mi mano de su pelo a su barba, y de su barba a su pecho, panza, pelvis...
- No puedo -dijo frenando mi recorrido- no voy a poder.
- Probemos -le rogué- vamos de a poco, puedo sólo tocarte y ver qué pasa.
- Me ajustaron la medicación la semana pasada, no voy a poder -dijo resignado y me corrió las piernas para poder pararse- Sé que te molesta este tema, pero quiero que te sientas libre de estar con otras personas, de verdad.
- Pero yo no quiero eso -le dije atándome el pelo. De repente la brisa primaveral de mi balcón se transformó en el aire embotado de cualquier edificio del centro cordobés- es una cuestión de tiempo, vamos a estar bien -le dije abrazándolo.
- Soy un adicto, Eloísa, voy a ser un adicto toda mi vida, el tiempo se vuelve bastante relativo en estos casos, ¿no te parece? -yo lo abracé más fuerte, como si me abrazara a mí misma en realidad, como si me pidiera aguantar un poco más, mantenerme solemne, ser la compañera perfecta, no dejarme caer en la tentación, librarme del mal.
Claro que había pensado en su propuesta de estar con otros hombres, varias veces. En todas ellas me invadía una culpa extrema.
- Me voy a dar un baño -dijo Fidel y lo ví fundirse con las paredes blancas de mi habitación.
Yo me senté en el balcón, y admiré la ciudad desde lo alto. Fumé una pitada más del porro, mientras las grandes torres de la Colón iluminaban un par de lágrimas que me animé a dejar correr.
Escuché mi celular sonar y vi una notificación de telegram, la aplicación de mensajería que menos usaba, digamos que la tenía en caso de que whatsapp se cayera o para hablar con el dealer, como todos. Me sequé las lágrimas mientras mi huella desbloqueaba el teléfono, bajé la barra de notificaciones con el dedo y lo ví.
Caleb Urquía: Hola.