Inicio

38 1 8
                                    

Era todo lo que podía hacer, estaba en apuros y no encontraba una salida a mi angustia, la misma que provocó mi salida a toda prisa....

Una resplandeciente luz cegó mi vista, ¿Cuánto tiempo había pasado dentro de ese cuchitril? Había perdido la orientación del lugar en el que estaba y en aquel momento relucía en mi consciencia que era incapaz de saber la hora y el día presentes. Mis pies se movían por inercia, caminaban por calles de asfalto recién colocado, ya no veía la arena roja que tantas veces había sentido bajo mis pies. Escuchaba una voz a lo lejos, fracturada por los sonidos del gentío recurrente, aún era capaz de escucharla como la pista repetitiva de una película mala. Pero recuerdo que esa tarde fue diferente, no era yo quien tarareaba inconscientemente la pista, no podía detenerla a pesar de que sabía que estaba dentro de mi cabeza. No fue hasta mucho tiempo después que me di cuenta que siempre había estado ahí.

Un par de tramos más adelante me detuve exhausto, con el cuerpo adolorido y la mente tergiversando incoherentemente entre las cuestiones que para mí resultaron no ser obvias en ese entonces. .... Mientras fijaba mi vista inútilmente sobre un local al otro lado de la calle, un bochornoso momento de iluminación se reveló en mi mente. Lo había hecho otra vez. Había permanecido en la oscuridad de aquella vivienda, entre sábanas de un dulce aroma provocador y paredes de tapices rasgados, viviendo con intensidad un recuerdo o tal vez un sueño, no sería la primera vez que mi mente crea recuerdos de momentos que nunca sucedieron. Y ahí estaba esa voz, persiguiendo mi perturbada situación emocional e interrumpiendo cada momento de ocio. Me había permitido volver a pensar en ella. Pero ahora todo se sentía diferente.

Eran momentos de sagrada epifanía que algunos llamaban delirio u obsesión.

Algo en mí había muerto esa tarde de verano, entre adorables sueños y depravadas ambiciones.

...

Sentí la vulnerabilidad entorpecer mi semblante, de la nada era consciente de las personas que se habían detenido a mirarme con duda expectante, debía verme patético, me entraron ganas de reír y llorar a partes iguales. Atravesé la calle transitada dirigiéndome hacia el local abierto. La perturbación disipándose.

El sonido de una campanilla acompañó la entrada de un visitante, en este caso era yo sin motivos trascendentales, no había razón de mi presencia en esa tienda pero era mejor que permanecer parado allá fuera. Extrañamente me sentí ajeno a lo que veía, mientras intentaba relajarme, había objetos variados reposando en unas mesas bajas y en repisas de madera con delicados trazos de figurillas chinas: discos viejos, libros de ediciones pasadas, cuadros de pinturas bizarras y cuerpos desnudos, masetas con formas extravagantes, lapiceros, estilográficos con nombres pintorescos, frascos con plumas de diversas aves, collares, alfombras sucias y hasta me pareció ver pipas para fumadores en tamaños y formas poco modestas. Mi mirada se detuvo en un par de ojos marrones, airados, con un refinamiento aniñado propio de un alma joven desinteresada. Debió ser mi importunada presencia motivo de su irritación.

Era una joven de belleza simple y facciones blandas. Caminé hacia ella buscando charla para distracción, hablar con extraños siempre era reconfortante, solían decir cosas sin sentido y contradecirse frecuentemente en cavilaciones cuyo razonamiento se inventaban, en tanto a mí me llamaban loco...

— ­ ¿Quién pintó ese bellísimo cuadro? — pregunté con provocación y una ligera sonrisa, intentando que la seriedad se extraviara de su expresión.

— ¿Eh? — denotó su confusión, no se esperaba la precipitada pregunta, había logrado mi objetivo. fue entonces que la miré con seriedad y señalé una pintura que se encontraba detrás de ella, era una copia mal hecha de "Los proverbios flamencos" de Pieter Brueghel.

— Ni idea, debe ser una de esas representaciones gitanas de la vida occidental — Respondió con aburrimiento tras haber visto el cuadro. Una vez más era testigo del sometimiento voluntario a la ignorancia, que gente de todas partes la proclama advenediza, sin darse cuenta.

El miedo a la permanencia en mis pensamientos me obligó a continuar la conversación.

— ¿Se le ofrece algo?

— ¿Qué?

— Que si se le ofrece algo.

— ¿No debería ser yo quien le pregunte eso a usted?

— ¿Entonces te ofreces a ayudarme?

— ¿Qué....disculpe, en qué puedo ayudarlo? — Su semblante había cambiado por completo, en ese momento lucía más dócil y menos maleducada.

— ¿Serías capaz de recordarme si me vieras pasar por la acera del frente?

— ....

— ¿Podrías? – la miré suplicante.

— Supongo que sí

— Y de ser así, ¿saldrías y me saludarías?

— Pero, si apenas lo conozco.

— Me llamo Nenúfar, un gusto – tendí mi mano hacia ella esperando una reacción. Con un rostro dudoso me correspondió.

— Hillary – tendió su mano y nos dimos un ligero apretón.

Para ese entonces mi perturbación se había disipado por completo, me encontraba en vigilia absoluta mientras observaba atentamente el pequeño rostro de Hillary, creí sentir un nuevo afán, un extraño sentido de anticipación me recorrió el cuerpo. Dominaba nuevamente todas mis facultades.

...

Al volver a mis aposentos la noche caía e inundaba mi ánimo sosegado, unas pocas luces se divisaban a la distancia. Mi pequeño hogar estaba tal cual lo recordaba, aparentemente inhabitado, llevaba días durmiendo fueras en la ciudad o en hoteles del pueblo. Esa misma tarde había despertado de un nuevo sufrimiento en la posada de una vecina, una antigua casa de grandes dimensiones y muebles viejos de madera oscura. No me permití verla al pasar cerca, solo yo sabía las intenciones que suscitaba en mí recodar ese momento, pues cuantas veces no me desplomé arrepentido por los deseos de mi inconsciente. Seguí mi camino.

La brevedad de aquel momento de inflexión motivó mi andar. El silencio de la noche no recobró lo indeseable. Era un sentimiento nuevo; caminar en la oscuridad sin la llegada de expectativas lóbregas. Como sentirse tranquilo deambulando con tus propios demonios.

Ya en mi refugio, tendido en la cama, recordé a Hillary. Cual paloma blanca que destila candidez, otra alma humana que apenas comenzaba a saber de mi existencia. Me pregunté vagamente si volvería a verla y de ser así cuales serían mis próximas intenciones. Estaba claro que no tenía planes para mi nuevo comienzo, pero ser alguien nuevo para otra persona siempre resulta tentador, probar una personalidad nueva tampoco está mal. Me preguntó cuál habrá sido la primera impresión que di a Hillary.

Ya cuando el sueño me ganaba, me complací sabiendo que era común que los humanos se interesaran por saber más de una nueva persona. Por saber más de mí.

En lo profundo, deseaba ser yo otro hombre.





En lo profundo, deseaba ser yo otro hombre

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Water Lily - John La Farge 

Matices de Ideas EfímerasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora