Cercanías

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Nunca fuí fiel,

y nunca fui alguien en quien confiar.

Borderline, esquizofrénico,

y garantizado de causar un alboroto.

Nunca fui fiel,

excepto con mi propia zona de placer.

siempre tengo el ojo morado,

producto de un hogar roto.

Nunca fui fiel,

y nunca fui alguien en quien confiar.

Borderline, bipolar,

siempre tocándote las pelotas.

Nunca fui agradecido,

es por eso que paso mis días solo.

siempre tengo el ojo morado,

producto de un hogar roto.

Un hogar roto.

¿Acaso es necesario hacer explícita mis vivencias, si al fin y al cabo las habré desvelado por completo entre líneas, al finalizar mi relato?
En las noches de verano, cuando el calor se vuelve insoportable y el sudor de los cuerpos se derrama como la cera en calor de vela, sentado en el balcón de mi piso en mi ordinaria soledad, escribo historias ficticias de gente normal. Gente real. He narrado la pequeña pero eterna historia de aquel extraño que camina al otro lado de la vía pública, del pasajero perdido en los vagones del tren, de la mujer sentada leyendo en el concurrido café. Solo escribo de gente que llego a ver un par de veces, a la distancia permanente en que vemos al prójimo, sin interacciones ni necesidad de involucrarme en sus vidas, pues no es aquello lo que me interesa. Así y solo entonces, son gente de universos distintos, personas reales que en mi cabeza son libres de su limitada autonomía mundana,  y solo precisan de una arbitraria mente prolífera como la mía
La necesidad de escribir una nueva historia me asfixia, una historia sobre la chica de ojos marrones y airados. Puedo imaginar la fertilidad en cada uno de sus matices, porque es joven y posiblemente ingenua, el protagónico perfecto para cada una mis aventuras. En mis historias soy hombre libre, narrador omnisciente, omnipotente.
A pesar de mi deseo de una nueva creación, me siento incapaz de cometerla. Me frena un sentimiento tan fuerte que se resiste a fragmentar las cortas imágenes que tengo de ella; me niego inconscientemente a manipular lo vivido pues estoy seguro que no ha sido obra de mi imaginación; a diferencia de otros protagónicos cuyas historias son totalmente ficticias, de ella tengo un nombre, un carácter y una viva imagen. Esto ya no es ficción.
Hace un par de días que conocí a Hillary en aquel local de artículos raros, la nitidez de su recuerdo ha mantenido mis sentidos ocupados, es la frescura de aquel encuentro tras la tormenta o tal vez la esperanza de volverla a ver y ser recordado por su memoria.
Entre más dejo pasar el tiempo menor es mi predisposición a buscarla y mayor la posibilidad de ser olvidado.

Durante aquel amanecer azulado, cuando una briza fría alivia el calor de los cuerpos tras una noche en vela, el aroma a café inunda mis fosas nasales al entrar en el recinto descubierto, propio de la paloma blanca. El local, recién abierto, luce tal cual lo recuerdo. Mientras finjo observar distraídamente los objetos sobre las repisas, en su caótico orden habitual, fijo mi objetivo que resulta no encontrarse en el espacio común sino al fondo del local. Me dirijo sigilosamente, buscando naturalidad en mis acciones, al que será nuestro punto de encuentro. Al parecer Hillary no espera clientes a esta hora, pues se encuentra de espaldas a mí. Al acercarme observo que se mantiene abstraída con un cuaderno entre sus manos.
—Buen día Hillary. — me atrevo a decir en medio de un silencio estimulante fruto de mi espera prolongada pero expectante.
Hillary se voltea bruscamente y retrocede unos pasos, trastabillando a punto de caer. Como evitando el final catastrófico logra sostenerse con una brazo en el pared, me mira horrorizada mientras se estabiliza en sus formas y su pulso desenfrenado. Que predecible pueden resultar los actos humanos, siempre con intenciones de alterar su propio método para fingir sus impresiones. Momentos efímeros pero emocionantes aunque no menos cargados de hipocresía.
Soy yo el causante y aun me atrevo a exhibir una culpa impropia o ¿acaso me estoy evidenciando a mí mismo?
—¿Qué estás haciendo? — me entra la curiosidad de preguntar, debido a una muestra de alivio que surge en su semblante.
—Nada… solo… disculpe mi reacción…
Sus ojos no llegaban a mirarme, un desvío constante lo evitaba como si hubiese sido pillada en lo indebido. Como si estuviese en un íntimo momento de auto corrupción. Mente traicionera.
—Usted es el hombre de la otra vez — menciona ahora fijando su vista en mi rostro. Esos ojos marrones parecían ahora corromperme desde que tuve la idea súbita de volver a rondar su incitante existencia.
—Sí, ese soy yo. ¿Me recuerdas?
—Pero si no es tan fácil de olvidar… ¿Desea que lo ayude en algo?
—Bueno, aun no lo sé.
—¿necesita algo? Justo ayer nos trajeron una hermosa pintura al olio, “Lotus Hojas” creo que se llama, eso me dijo el cliente. Se trata de una flor de loto sobre nenúfares en un fondo de agua negro… Me recordó a usted.
Me sorprende la facilidad con que permanece hablando sin inquietud con un extraño cualquiera. Al fin y al cabo, vive en un pueblo de personas simples sin peligros comunes. ¿Pero qué tan común debe ser que hable con un hombre como yo, en la privacidad de un sitio cerrado?
Nenúfares y flores de loto. Parece invocar mi atención.
—¿Ah sí?
—¿Quiere verlo?
—Por supuesto.
Camina cerca de mí y roza mi costado, dirigiéndose al mostrador de la entrada. No articula palabra, suponiendo que la seguiré.
Me llama por usted pero tiene la desfachatez de transmitir un mensaje sin enunciado. Reclama su derecho al silencio desde una edad tan joven.

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⏰ Última actualización: May 05, 2022 ⏰

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