2. Habitación ocupada

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Valeria era una chica muy linda, la conocí hace un par de días por internet y habíamos conectado lo suficiente para decidirnos a una primera cita. Salimos a pasear al centro de la ciudad, fuimos por unos tragos y después de bailar un buen rato en el antro, las ganas nos quemaban y fuimos a buscar un motel. Con el mundo borroso, sin prestar atención a dónde íbamos, doblamos una esquina para encontrar la sombra de un edificio alto y elegante.

Entramos al lobby, estaba inusualmente vacío, fuimos a hablar con el recepcionista, donde me encontré con una mirada fría proveniente de un rostro inexpresivo, como de muerto. El recepcionista preguntó si podía ayudarme en algo, abriendo su boca de la que asomaban dientes negros y grandes huecos; el recepcionista, en tono indignado, replicó la pregunta: 

-¿Puedo ayudarle en algo?

Me disculpé por la distracción. Valeria tomó la batuta, pagó, me llevó al ascensor tomándome de la mano pues yo aún no me recuperaba de la impresión; la puerta del ascensor cerraba mientras el recepcionista dirigía su tétrica mirada hacia nosotros.

Dentro del ascensor le pregunté si notó lo inquietante que era aquél tipo, pero ella no me respondió.

El ascensor tenía un enorme espejo dentro donde cualquiera se habría dado cuenta de que Valeria era realmente hermosa, nos veíamos muy bien juntos. Apenas cabían dos personas en aquél ascensor, debía ser apretado para varios huéspedes a la vez, pero me gustaba estar cerca de ella.

Mi fantasía entre el espejo y la distancia de los cuerpos se vio interrumpida cuando algo empezó a raspar el techo.

-¿Oyes eso?, pregunté sin obtener respuesta. 

La luz del ascensor parpadeaba decadentemente, pareciera que quedaríamos en completa oscuridad, pero Valeria mantenía la mirada fija hacia la puerta, era como si nada le hubiera llamado la atención hasta entonces.

La puerta del ascensor se abrió. El pasillo era silencioso, apenas había unas pequeñas lámparas amarillezcas en el techo que anunciaban puertas de madera vieja. Cruzamos el pasillo, parecíamos ser los únicos huéspedes pues número tras número: silencio y nada más.

Por fin frente a la puerta del 1211, Valeria metió la llave y entramos a nuestra habitación, una muy cuadrada y simple: cama king size en el justo centro y una televisión enfrente sostenida por un mueble. Pusimos música conectando el celular a la televisión, apagamos la luces y fuimos a la cama.

Apenas entre los juegos que prenden la pasión, apagué la luz en un interruptor justo al costado de la cama y comencé a besarla al erotismo de la música, música que comenzaba a decrecer su volumen hasta llegar al silencio.

Decidí prender la luz para revisar qué había sucedido con la música pero antes de poder tocar el interruptor, un sonido en la habitación chirrió y me taladró los oídos, era como si unas largas uñas rascaran metal, metal que pareciera estar justo debajo de la cama.

Se escucharon unos pasos del otro lado de la puerta por donde entramos, se habían detenido justo enfrente para tocar la puerta dos veces...

Yo tenía la mirada fija en lo que se alcanzaba a ver de esa puerta, entonces Valeria me abrazó fuerte por detrás y me dijo al oído:

-"Hagas lo que hagas, cállate y no te bajes de la cama"

No volvieron a tocar la puerta, pero de dónde había salido aquel chirrido, ahora un ininteligible sonido emergía, una suerte de estática que te llama hacia ella. Solo podía sentir que la cama flotaba en un vacío que esperaba ansioso devorarme.

Después de un rato, todo ruido cesó, Valeria, que al igual que yo, ya no tenía rastro alguno del alcohol en su voz, dijo:

-"Vamonos, es nuestra oportunidad"

Corrimos a la puerta por la que entramos, al girar la perilla el ruido penetrante del metal ahora era el de su ruptura a nuestras espaldas, volteamos para encontrar que por debajo de la cama salían unas manos grises con la carne podrida de la que se asomaban vestigios de huesos y unas uñas enormes y filosas que se arrastraban lentamente hacia nosotros.

Valeria me jaló fuerte de la mano, salimos corriendo sin mirar atrás, atravesamos el pasillo mientras las puertas eran golpeadas y las luces parpadeaban. Sabíamos que lo mejor era no tomar el ascensor, bajamos rápido por las escaleras, llegamos a la recepción en donde no estaba más el recepcionista, salimos corriendo hasta el otro lado de la acera, cuando volteamos a ver si alguien nos seguía, notamos que el motel estaba en obra negra y había letreros en la puerta que decían: "No pasar".

Muerte OníricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora