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Distrito Capital, Caracas.


Ojalá me hubiera partido un rayo a la mitad cuando acepté venir a esta pendejada.

La reunión estaba más fastidiosa de lo que habría imaginado, en realidad, así eran todas las reuniones de Mauricio y por eso huía de él cada vez que me invitaba. Era la misma canción pero con diferentes remix para hacerlo "cool" y por supuesto, mis compañeros de clases que bailaban en medio de la casa como perros en celo.

—De pana que si no te relajas Daniel te dejaré solo, siento las vibras de tu malhumor rodear mi aura.

—¿Mucha junta con Carla o cómo por qué carajos estás hablando así? —murmuré, irritado.

—Ya quita esa cara de perro, que Jennifer no haya venido no quiere decir que no esté interesada en ti. Por Dios, relájate antes de que se te rompa esa vena en la frente.

—Cállate, idiota —gruñí, molesto tomando mi cerveza—. Es que no entiendes Pepe, en un momento está y al otro no, me dice que sí y luego que no. ¡Harto de las mujeres! No las entiendo un carajo —me terminé de tomar el trago e hice una mueca asco al sentirla caliente.

—Primero que todo: Jennifer es mujer, amigo, nadie las entiende. De ser así no tendría tantas ex-novias.

Jennifer se inscribió en El Summit hace dos años, desde el momento en que la vi sentí que había presenciado a una Diosa. Rubia natural, ojos verdes, alta, delgada, con una sonrisa angelical siempre en su cara. Y, sin embargo, no era tan tierna como se veía por fuera, era una mimada y segura de sí misma, lo supe en cuanto la piropeaba y ella alzaba una ceja, retándome. Era difícil, llamar su atención era difícil, y lo peor de todo era que me gustaba. Me gustaba que no cualquiera pudiera hablar con ella o compartir el mismo espacio, era como un reto para mí... al principio, ahora era diferente y me las estaba poniendo más difícil.

La perseguí como perrito faldero mientras la invitaba a salir conmigo a la fiesta del año (según Mauricio, pero parece un after en Pinto Salina). Nadie conocía esta parte rastrera de mí, se suponía que un secreto entre los dos. Al final después de tanto insistir me dijo que le diría a su mamá que pediría permiso. ¿Pero les soy sincero? Lo más probable es que se le haya olvidado y una vez más haya quedado como un arrastrado.

—Uy, mi amorcitooo —la voz cantaría, pero siempre picarona de Betsy me sacó de mis pensamientos—, ¿por qué tan solito? —volteé hasta mi derecha donde debería estar Pepe, pero claramente no estaba. Aparté mis brazos de mis costados para darle un abrazo, dejé la botella a un lado y le correspondí.

—Nada, me dejaron solo —escuché cómo se rio la muy desgraciada, le pellizqué el brazo y ella me manoteó.

—Pues yo también lo hubiera hecho —aseguró, hostil—. Con esa actitud y amargura que cargas a diario —volvió a abrazarme fuerte.

LINAJE CARMESÍ ©  | BORRADORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora