Prólogo

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Koski salió de su habitación a la misma hora de siempre. Se le había hecho costumbre el hacer esto cada vez que se sentía ansioso. Se aseguró de cerrar bien la puerta de su habitación y empezó a inspeccionar el lugar mientras caminaba por el inmenso pasillo lleno de habitaciones. En el camino, notó que una habitación todavía tenía luz. 

Caminó hasta estar frente a la puerta; el brillo de la bombilla aún se filtraba por debajo de la entrada, no le extrañaba que su sargento se quede hasta tarde. Pegó un oído en la puerta y puedo escuchar un frenético rasgado de papel con una pluma, el tipo parecía desesperado. Koski prestó más atención hasta escuchar al sargento hablar, y segundos después, recibir respuesta de una radio. Después de casi seis meses en cubierto, pudo identificar la voz que se encontraba al otro lado de la línea: Yal. Era la primera vez que Koski escuchaba su voz, una voz ronca y rasposa. Koski arqueó la ceja ¿qué hacía la máxima autoridad del ejército hablando con un jefe menor de un pelotón?

Quiso seguir escuchando, pero el sonido de la puerta rechinar lo hizo apartarse de un salto. 

—¿Qué haces a estas horas afuera de tu habitación, soldado? —preguntó el sargento mientras cerraba la puerta.

—Nada en especial, señor. Iba a salir un rato a fumar —respondió. Desde el día que llegó, Koski dijo que fumaba, a pesar de odiar el olor del humo. 

—Te acompañaré —dijo el sargento mientras sacaba un encendedor y una cajeta de cigarrillos—. De paso quisiera charlar un rato contigo.

Ninguno de los dos dijo nada más y salieron al patio de la casa. Koski tomó un cigarrillo y lo prendió. Su sargento siguió esta acción y así, entre exhalaciones de humo, contemplaron la oscuridad. 

—Dígame, señor, ¿de qué quería hablar? —El sargento dejó escapar una carcajada. A su soldado le gustaba ir directo al grano.

—Quería hablar sobre ti, de hecho —Koski estrujó un poco el cigarrillo que tenía entre sus dedos—. Eres uno de los pocos soldados que no toman cerveza. El único incluso. 

—No me gusta el sabor del alcohol, además siempre termino dormido nada más tomar un poco. Prefiero fumar, al menos esto alivia el estrés.

—No creía que alguien tan joven como tú tendría que fumar para aliviar estrés, ¿acaso tienes problemas con alguna novia? —Koski forzó una risa, no había tenido novia desde que se enlistó en el ejército.

—En absoluto, señor. A este punto, de hecho, creo que es más hábito que necesidad —terminó para llevar el cigarro a su boca.

—De todas formas, cuando estemos ahí inhalaremos mucho más humo —Lo que tienes tú es adicción, anciano. 

Koski asintió con suavidad y llevó su mano libre a su bolsillo. Acarició la pequeña navaja disfrazada de collar que le dio su padre. Algo no estaba bien, y la duda de porqué Yal había contactado específicamente a su jefe lo hacía perder la cabeza. Quiso decir algo, pero el sargento lo rodeó con su brazo y lo atrajo hacia él.

—No te preocupes, eres uno de los mejores soldados que tuve en toda mi travesía como sargento. Eres bastante ágil y muy bueno con las palabras. No cabe duda que estás más que listo para la batalla —dijo el sargento aún con el cigarrillo en la boca. 

Koski era solo un poco más bajo que él, pero el sargento era alguien fornido. Recordó el día que lo conoció, justo después de haber sido "transferido" a otra unidad. Tuvo que morderse la lengua para evitar reír por un botón que amenazaba con salir volando de tanta presión que ejercía su camisa. También recordó de paso el encuentro con los demás integrantes de su unidad. No importaba de qué bando eran, seguían siendo simples hombres.

 Lástima que la guerra no funciona así. 

Koski se asqueó de su situación, y el sargento pareció comprender que estaba incomodándolo, así que rompió el agarre y le dio una palmada en la espalda antes de apartarse para encender otro cigarrillo. Como amigo cercano del jefe de pelotón pudo comprender muy bien cómo eran las cosas al otro lado. No pasó mucho tiempo para que el sargento confiara en él y le confiara información de interés. Mucho interés. Ahora solo quedaba esperar que las cartas que llegaban cada mes a su padre hayan servido de algo. 

Los últimos cuatro cartuchosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora