1. Michael

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A Math no le gustaban las sorpresas, y Michael lo sabía muy bien. No era la primera vez que recibía una queja por la conducta de su amigo, y ahora tenía que explicar a un cansado e irritado superior el incidente en los dormitorios.

—Entonces, ¿por qué ambos se pelearon? —preguntó Math mientras controlaba el tiempo con su reloj.

—Una apuesta, señor —respondió Michael—. Al parecer habían hecho una competencia de tiro, y Leo perdió.

—¡Perdí porque Paolo hizo trampa!

Paolo y Leo mantenían una posición de plancha estática como castigo de su pequeña apuesta, mientras que Math controlaba el tiempo y Michael verificaba que estuvieran haciéndolo como se debe.

—¡Silencio, soldado! ¡Estás hablándole a tu sargento!

Leo no dijo nada más, a pesar de escuchar cómo Paolo se aguantaba la risa.

—Por cada palabra que digan a partir de ahora se agregarán tres minutos más —dijo Math, y se volvió hacia Michael —. Ahora, sargento, necesito hablar contigo afuera.

Michael asintió y antes de irse buscó con la mirada a otro soldado.

—¡Ax! Encárgate de que tus compañeros completen su castigo como se debe. Sabes qué hacer si Paolo intenta algo—Ax adoptó una posición de firmes y saludó con la mano.

—¡Sí, señor!





Math y Michael caminaron hacia el despacho de Math. Una vez ahí, Math cerró la puerta y se desplomó en su silla.

—Michael, te dije que te encargaras de Paolo. No puedo perder mi tiempo en asuntos tan infantiles como apuestas, sabes que ahora mismo no es buen momento.

—Lo sé, señor —Michael suspiró frustrado—. Pero usted conoce cómo es Paolo.

—Es muy bueno en las simulaciones y parece no tenerle miedo al combate, incluso diría que lo disfruta. Sin embargo, no pasará mucho tiempo para que termine rebajado a algún trabajo fuera del campo de batalla.

—Haré mi mejor esfuerzo para que corrija esa actitud, señor.

Michael saludó a su superior y dio media vuelta para retirarse, pero Math lo detuvo.

—Espere, sargento. No es por eso que lo llamé —replicó Math.

Michael cerró la puerta y se sentó en una de las sillas frente al escritorio.

—Verá —Math parecía algo nervioso, por algún motivo—, el comandante quiere verlo en privado.

Michael creyó escuchar mal, pero Math lo repitió.

—No entiendo, ¿por qué querría verme a mí?

Math encogió sus hombros.

—Eso solo lo sabe el círculo cercano a él.

El tiempo después de eso pasó muy lento. No importaba si era algo bueno o malo lo que le esperaba, pero Michael sabía que era importante, lo suficiente para ser tratado por el comandante general.


Una semana después, un soldado tocó su puerta y lo escoltó hasta un helicóptero listo para partir hacia la capital.



Michael solo pensó una cosa cuando vio el lugar: enorme. Algo en él le dijo que sería la primera y última vez que vería aquel palacio desde dentro, así que una vez cruzada la reja y la puerta principal, se dedicó a observar cada pequeño detalle y apreciar de lo elegante del lugar. El hombre vestido de camuflaje lo llevó hasta un salón, uno lleno de pilares que guiaban hasta una hermosa alfombra roja que terminaba a los pies de unas puertas gigantes. Ambos hombres se pararon frente a la puerta, y el acompañante de Michael revisó el reloj de su muñeca.

—Es hora —Michael respiró hondo—. Buena suerte, sargento.

El soldado se retiró y cuando Michael estuvo solo las puertas se abrieron. Dentro, lo primero que llamó su atención fueron las paredes, llenas de diplomas y condecoraciones. Lo segundo, los ventanales que dejaban ver grandes y hermosos jardines; y tercero, el hecho de que no había nadie más que dos guardias en el lugar.

Uno de los guardias llamó su atención y señaló con la mirada una puerta al lado derecho de Michael. Era pequeña, muy modesta para lo elegante del lugar, pero no perdió tiempo y tocó la puerta. No recibió respuesta hasta dentro de unos segundos.

—El sargento que solicitó ya está aquí, señor —Michael no supo reconocer quién estaba hablando, pero sea quien sea ya se sabía que estaba ahí.

—Que pase, por favor.

La puerta se abrió con lentitud y Michael entró. El lugar era más pequeño que el despacho principal, pero seguía teniendo un gran ventanal adornado con cortinas verde opaco.

—¡Sargento del vigésimo cuarto pelotón, Michael, reportándose, señor!

En la habitación habían, además de él, cuatro personas más. Las tres primeras fueron reconocidas con facilidad por Michael, pero la cuarta lo descuadró. El tipo era algo bajito, Michael no le calculó más de un metro con setenta centímetros. Llevaba una bata blanca y unos lentes con cristales cuadrados junto con unos pantalones de gala.

—Es un gusto conocerlo por fin, sargento —Michael volteó a ver a Jed. La voz no era como lo imaginaba, era algo aguda, pero tampoco parecía infantil o femenina. Michael respondió con un saludo militar en posición firme.

—Descanse, sargento —dijo el comandante con suavidad—. Necesito comentarle de un asunto importante.

Michael tomó asiento donde Jed le indicó. Uno de los hombres aún de pie sacó una carpeta con papeles dentro.

—Mire esto —dijo Julián mientras le pasaba los documentos—. Hace dos semanas, el equipo de fuerzas especiales fue enviado con la misión de rescatar a un espía encubierto.

Michael tomó los documentos y los empezó a observar mientras que el oficial hablaba.

—Sin embargo, el jefe encargado del rescate fue reportado como desaparecido hace una semana, y tres días después encontraron su cadáver a orillas de uno de nuestros ríos.

El cuerpo que veía en las fotografías era casi irreconocible. Esto no era un mensaje, sino una amenaza.

—Creemos que su unidad tampoco sobrevivió; sin embargo, el comandante está convencido de que el espía infiltrado sigue con vida.

—No entiendo, general, de nada sirve mantener a un espía con vida si no es para interrogarlo, a este punto ya debió haber hablado.

Michael notó como el general se tensó de repente. Algo había dicho que no le hizo gracia. Julián iba a hablar, pero fue Jed quién replicó:

—Está vivo, sargento. Lo sé.

Michael tragó saliva al escuchar el tono de voz con que su comandante había hablado.

—Tiene razón, el espía seguirá con vida hasta haber revelado todo lo que sabe de nosotros. Pero no mandaría a un espía cualquiera a una misión de espionaje, sargento —Jed se levantó de su sillón y dio la espalda a Michael.

—Sé que él sigue vivo, tiene que estarlo. Yal no lo dejará ir ni lo matará hasta que tenga información valiosa, cosa que nunca obtendrá de ninguno de mis hombres.

Michael abrió los ojos. Eso tenía sentido, pero algo en él le decía que no era la única razón para que su comandante creyera eso.

—Por eso, sargento, lo llamé hasta aquí —Jed hizo una pausa para sentarse—. Quiero que su unidad se encargue de rescatar a mi espía.

Vaya. Michael estaba en aprietos: por un lado, se enorgulleció de que su unidad fuera elegida para una misión de tal calibre; pero, por otro lado, sabía que era demasiado bueno para ser verdad. Había un detalle que él había pasado por alto.

—Es un honor que me haya elegido a mí y a mi unidad para un trabajo así, camarada comandante —Michael quiso morderse la lengua por lo que iba a decir—; sin embargo, no creo que seamos la mejor opción para el trabajo.

Jed apretó la mandíbula sin dejar de darle la espalda. Julián, indignado, dio un paso adelante y encaró a Michael.

—Mida sus palabras, sargento —amenazó Julián—. Está hablando con el comandante del ejército entero.

—Julián, basta —interrumpió Jed.

—Pero...

—No me hagas repetirlo.

Julián no dijo nada más y se limitó a ordenar los papeles encima de la mesa.

—Me gusta su valentía sargento; sin embargo, le voy a aclarar una cosa —Jed se acercó a Michael y lo miró a los ojos.

 Si bien era cierto que eran casi iguales en masa y altura, Michael sintió un nudo en la garganta. No estaba hablando con un colega, estaba frente a la máxima autoridad militar.

—No vuelva a cuestionar lo que digo, sargento —Michael tragó saliva—. No olvide que soy su comandante.

Michael había recibido muchos reclamos y reproches por culpa de Paolo, hubo muchas ocasiones donde sus superiores perdían la paciencia y empezaban a maldecir, pero ninguna de esas ocasiones generó tanta tensión en Michael como aquella vez.

—Sí, señor —respondió con docilidad.

—Así me gusta, sargento —Jed aclaró su garganta—. Volviendo al tema, sé que tienes tus dudas, pero como le dije, no tomo decisiones tan a la ligera.

Dan estiró su mano hacia su otro oficial, Toby, y este le alcanzó dos carpetas llenas de documentos.

—Su pelotón es el indicado para una misión de rescate, en eso se especializan, ¿verdad?

—Sí, señor.

—Bueno, tengo varios motivos para elegir a su unidad para el trabajo: uno, el área de rescate es su especialidad —Jed empezó a enumerar los puntos con los dedos—; dos, ahora mismo estamos a contrarreloj, no podemos tomar mucho tiempo, y menos con el reciente avance enemigo por el sur; y tercero, no irán solo ustedes.

Michael arrugó la mirada con el tercer punto.

—Verá —abrió los documentos y Michael los recibió—, serán acompañados por tres unidades extra de apoyo externo.

—Con todo respeto, comandante, solo veo los registros de una unidad, la aérea —Dan sonrió.

—La segunda unidad es la de apoyo a distancia, un equipo de francotiradores lo acompañará.

Michael revisó los documentos que Toby le alcanzó.

—Aquí dice que hay doce francotiradores asignados, pero solo tengo once registros.

—Eso ya lo descubrirá cuando esté ahí, sargento. No se preocupe.

Jed hizo un ademán con la mano y Julián le arrebató los documentos a Michael para ponerlos en una caja.

—No es necesario que revise mucho tampoco. Muy pronto podrá hablar con ellos —Michael soltó el apartado de la segunda unidad.

—¿Y la tercera? —preguntó.

—La está viendo justo ahora —Michael vio cómo la mano de Jed apuntaba a aquel sujeto con bata.

—Él es el doctor conocido como Spec, jefe de la unidad médica que lo acompañará en su viaje.

Michael y Spec se saludaron con un apretón de manos. Desde que entró a la habitación no había tomado muy en cuenta al doctor, a ojos de Michael el tipo parecía un blandengue.

—Un gusto conocerlo, sargento —saludó Spec. Su voz no concordaba con su apariencia: era alguien bajito y delgado, pero tenía una voz grave, incluso más que la de Michael.

—El gusto es mío, doctor. Encargo mis hombres a su cuidado y de sus colegas.

Spec asintió. Por alguna razón, Michael creyó que Spec, a pesar de ser jefe de la unidad, nunca había pisado un campo de batalla.

—Por cierto, sargento —continuó Jed—, me hablaron sobre cierto soldado en su pelotón que podría causar algunos inconvenientes.

Michael sabía a quién se refería, siempre era él.

—Sí, señor comandante. Yo me encargaré de Paolo.

—Perfecto, lo dejo a su responsabilidad.

Michael y Spec fueron llevados de regreso en el mismo helicóptero. Durante el viaje, Michael quiso descansar un poco, no había podido dormir mucho debido a su amigo. Sin embargo, nada más pegó los párpados, el sonido de botas dando pequeños golpes al suelo metálico lo despertaron. Volteó a ver a Spec. Su postura encogida no dejaba ver lo que traía en las manos, pero se notaba algo nervioso.

—¿Está bien, doctor? —preguntó Michael algo incómodo.

—Perdone usted, sargento. Es un mal hábito mío hacer esto cuando me siento tenso.

—¿Por qué estaría tenso?

Spec lo miró confundido.

—¿Lo dice en serio, sargento? Obviamente por esto, por la guerra. No me gusta saber que en cualquier momento puedo morir.

Michael notó cómo, a medida que Spec hablaba, dejaba de ocultar el objeto que tenía entre las manos. Era un collar pequeño, y en el centro llevaba el marco de una foto.

—¿Tu esposa? —preguntó Michael. La incómoda expresión de Spec le dejó en claro su error.


—Es mi hermana, Dios santo ¿Por qué todos piensan que es mi pareja?


—Perdone, pero no se parecen en nada, doctor. Ella es hermosa; usted, bueno...


—Sí, entendí el mensaje, sargento —suspiró Spec, algo irritado—. Pero que sepa que yo sí tengo pareja, una muy bella de hecho.

Spec sacó de su bolsillo una foto doblada en cuatro partes. Al desdoblarla, Michael pudo reconocer a una mujer joven, y ciertamente, hermosa.

—Ella tuvo la idea para presentarme como médico militar —Spec tomó una pausa para doblar y guardar la foto—. En sus palabras, yo era el más capacitado para organizar y distribuir al personal en situaciones de presión.

Michael encontró lo último irónico, más aún tras ver el comportamiento del doctor.

—Bueno, si el comandante Jed lo eligió para el trabajo, entonces su esposa debe tener razón.

Michael se acomodó en su asiento y miró con más detalle la foto de la mujer en el collar.

—¿Puedo hacerle una pregunta, doctor?

Spec volteó a verlo y asintió.

—¿Está su hermana soltera?

Por primera vez, tuvo la oportunidad de ver el ceño fruncido de Spec. A pesar de estar molesto, el doctor no era para nada intimidante.

—¡Era una broma, hombre! —Michael golpeó el hombro del doctor con suavidad—. Supongo que se lo dicen muy a menudo.

—Y no se imagina cuánto, ya estaba a punto de botarlo del avión —Ambos rieron por la broma y entablaron conversación hasta que el helicóptero empezó a descender en algún lugar nevado. Durante al aterrizaje, Michael pudo reconocer que estaban al frente sur. Spec no pudo evitar mover la rodilla de forma frenética, en ese lugar aún se seguía disputando el territorio.

—Señor piloto —llamó Spec—, ¿no es algo peligroso aterrizar un helicóptero en un lugar así?

El piloto respondió sin apartar su mirada.

—Ya llegamos.

Michael y Spec bajaron del helicóptero y caminaron un poco mientras veían el lugar. Julián les había avisado con anterioridad que iban a llevarlos a conocer a la unidad de apoyo a distancia. Cuando alcanzaron las carpas, una cara conocida para Michael se asomó.

—Mucho tiempo que no lo veía, sargento —Ambos hombres se encontraron en un saludo de mano y un abrazo.

—Lo mismo digo, sargento Gómez.

—Por favor, sabes que prefiero que me llamen por mi nombre.

Michael había conocido a Miguel como su sargento a cargo durante sus primeros años como soldado. Al igual que todos los demás, Miguel tenía un régimen de entrenamiento riguroso; sin embargo, lo que llamó la atención de Michael era la actitud que su sargento tenía la mayoría del tiempo. No podía catalogarlo como alguien que sonreía a todas horas, pero al menos lo hacía.

—Veo que no cambió su actitud —Michael saludó con la mano en su frente y la posición de firmes.

—Usted me conoce, Michael. En estos tiempos una sonrisa puede hacer una gran diferencia.

Era increíble. Cualquiera pensaría que un sargento así sería alguien permisivo, pero Michael era testigo de lo estricto que era y seguía siendo cuando de combate se trataba.

—Ya debió haber conocido a mi colega, el doctor Spec —Michael le dio el pase y ambos hombres se estrecharon la mano.

—Es un gusto tenerlo a usted y a su equipo aquí, doctor. Ahora mismo se necesita personal médico con urgencia.

Michael notó que las carpas estaban repletas de heridos; la cosa no pintaba para nada bien.

—¿Cuántas bajas?

—No muchas, por suerte. Aunque no parezca, ellos están aun peor.

Michael entró a la carpa y pudo contar aproximadamente veinte heridos solo ahí.

—¿Cómo pueden estar peor? Estos hombres no podrán volver a batallar con heridas así.

Spec apenas entró se acercó a una camilla y revisó el estado de un soldado.

—Tiene razón, señor —afirmó Spec mientras revisaba a otro herido.

—Pediré una evacuación tan pronto como acabe esto.

—¿Cuánto cree que tome? —Preguntó Michael.

—Tomando en cuenta que ellos están aquí, no mucho.

Michael arqueó una ceja.

—¿Ellos?

—Sí, ellos. La unidad de francotiradores número dieciséis. 

Los últimos cuatro cartuchosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora