Capítulo 19

124 4 4
                                    

CALIENTE

KARMA

Aiden se movió hacia mí, esas botas caras pisando la puerta caída. El sonido metálico del metal llevó mi mirada a sus manos, y mientras lo veía sacar un cinturón de sus presillas, mi corazón se hundió en mi estómago.

Iba a azotarme como Cristian Grey azota a Anastasia cuando se porta mal.

A la mierda con la dignidad.

—¡Lo siento! —Las palabras se escaparon con un suspiro entrecortado.

Nah en verdad ni lo siento.

—No, no lo sientes, pequeña perra.

Con las piernas llevándome hacia atrás, él siguió mi retirada. La frescura del suelo de piedra de la ducha se encontró con mis pies. Estaba atrapada, y él se estaba acercando a mí con ese cinturón laxo en su agarre. Debo aceptar el dolor para devolverme a la realidad, recordar su compañía no era más que un heraldo de la muerte. Sonaba bien en teoría, pero ¿en realidad? Parecía que iba a doler muchísimo.

Claro que iba a doler .

Agarrando una botella de gel de ducha , se la tiro —¡Te lo merecías maldito hijo de puta !

Lo esquivó y todos los demás objetos que le tiré.

Atrapándome por la cintura, su voz oscura presionó contra mi oído.

—Así como tú te mereces que te azoten el culo y te folle tan duro que no puedas caminar en semanas .

Empujé contra él, tratando de darle un rodillazo en la entre pierna , pero me agarró el muslo dándole un apretón de castigo antes de que este pudiera hacer cualquier movimiento.

—Vuelve a darme un rodillazo en los huevos —gruñó—, y aliviarás el dolor.

—¡Déjame salir! —Seguí luchando, pero él tenía mis muñecas en un agarre inquebrantable mientras envolvía su cinturón alrededor de ellas y hacía un nudo.

Papi Cipriano volvió.

Cuando se apartó, traté de escapar, pero tiró del otro extremo del cinturón y choqué con su caliente pecho.

Aseguró el otro extremo a la moderna regadera del techo, levantando mis brazos por encima de mi cabeza.

Jadeando, miré hacia arriba con cuidado —¿Qué estás…? —El resto de las palabras se me escaparon como un grito cuando encendió la regadera y llovió agua helada.

Era lo suficientemente alta como para que ambos pies descansaran planos en el piso, pero no había suficiente holgura en el cinturón para escapar de los chorros de agua . Farfullé y me atraganté con el aguacero inesperado que era tan frío que alfileres y agujas pincharon mi piel.

—¿Qué te dije sobre pelear conmigo? —Agarró mi rostro, levantándolo para que pudiera mirarlo a los ojos.

Un violento escalofrío me atormentó cuando un torrente procedente de la Antártida me empapó el pelo y me pegó el vestido al cuerpo. Parpadeé el agua de mis ojos. No sabía si era el agua helada o el alivio deque no me iba a azotar, pero la lucha interior se desvaneció, dejándome temblorosa y sola.

Amores Que Hieren [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora