LA AGENCIA

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"Tómate todo el tiempo del mundo Gustavo, todo el que dure tu asquerosa vida" —las lágrimas empezaban a acumularse en mis ojos y con todas mis fuerzas les ordenaba que por favor no salieran —"Cuando se ama no hay dudas, ojalá que te vaya bien, ojalá que no te vuelva a ver" —me bajé corriendo del coche y azoté tan fuerte la puerta que me quedé muy segura de que había quedado sellada para que nunca más la pudiera volver a abrir.

Y así fue, después de ese día no lo volví a ver, hasta la boda de Darío que acababa de ser casi cinco años después.

Gustavo era el mejor amigo de mi hermano Andrés, 6 años más grandes que yo, recuerdo haberlo visto toda la vida ahí. Creció con nosotros. Si no fuera por su tono de piel pudo haber sido otro Madrigal. Andrés y Gustavo eran como la uña y la carne... en las vacaciones incluso venía con nosotros al departamento en Vallarta. Iban en la misma escuela, en el mismo salón y estaban juntos en el mismo equipo de fútbol. Los dos eran muy buenos jugadores, pero el talento de Gustavo tal vez venía en su ADN brasileño por parte de su padre, que había llegado a México debido a su trabajo cuando era muy joven. A Gustavo y a sus hermanos ya les había tocado nacer en este país.

Gustavo y Andrés se fueron a estudiar a Estados Unidos la preparatoria y no regresaron hasta terminar la universidad con 21 años cumplidos. Cuando volvieron yo ya tenía 15 años y el flechazo con Gustavo fue inmediato, me pareció verlo con unos ojos diferentes a los ojos con los que lo había visto literalmente toda mi vida. Era como si hubiera llevado un filtro que de pronto me hubieran retirado. Él había cambiado y yo ya no era la niña de 9 años que él había dejado atrás. Andrés les informó a mis papás que se quería ir a vivir a Estados Unidos porque había conocido a una chica y ahora tenía una relación y una oportunidad de trabajo. Así que si volvió, fue solo para despedirse, pero Gustavo sí se quedó. Me gustaría decir que fue por mí, pero hay que decir la verdad completa, él se quedó porque buscaba trabajar en la empresa de su padre e intentar mejorar la relación con él.

Gustavo era como un parche en su casa. Su madre murió cuando él era un niño de preescolar y su papá se casó prácticamente después del funeral con la que siempre había sido su amante. Tuvieron más hijos y aunque eran sus medios hermanos, nunca se sintió parte de esa familia. Esa era la razón por la que pasaba la mayor parte del tiempo con nosotros, porque en realidad en su casa a nadie le importaba y parecía que no tenía otro lugar a donde ir.

Con la partida de Andrés creí que ya no lo vería, sin embargo él no dejó de ir a mi casa de vez en cuando para saludar especialmente a mi madre. Le gustaba escucharla, le hacía preguntas y siempre que iba ella le preparaba su postre y comida favoritos, mis papás llegaron a verlo como otro más de sus hijos. Le tenían mucho cariño y pasaban horas de sobre mesa platicando con él. Sobre todo me percataba de los ojos de ternura con los que mi mamá lo veía y la forma en la que le pasaba la mano por la cabeza cuando se paraba de la mesa, era como si mi mamá quisiera volcarle el amor que sabía que él no tenía en su casa.

Como mi escuela no quedaba muy lejos de la oficina de su papá, era común encontrarnos. Primero empezó como una coincidencia. Mis papás no pudieron pasar por mí a la hora de la salida, el plan era que caminara de regreso a mi casa porque tampoco es que me quedara muy lejos. Él iba conduciendo por la calle del colegio, me vio y me dijo que podía llevarme. Sería cosa de un día, una afortunada casualidad, pero sin darnos cuenta ya todos los días al terminar las clases estaba esperando por mí. En esos trayectos yo le platicaba de mis maestros, tareas, exámenes y por supuesto las fiestas. Iba en la preparatoria y empezaba toda la euforia de hacer fiestas por la noche y meter alcohol clandestino. Él me acompañó a la mayoría de esas reuniones y la primera vez que me emborraché, él me cuidó, terminé besándolo y asustado me dijo que era la hermana de su mejor amigo, que eso no podía ser posible. Me dio café, comida y esperó pacientemente a que se me bajara la borrachera para ayudarme a entrar a mi casa por la puerta de la terraza trasera y que mis papás no se dieran cuenta del estado inconveniente en el que yo había llegado.

María y su mar de recuerdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora