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En cuanto las cosas se calmaron después de unos años, Shinsō y Denki acompañaron a Izuku ha buscar a Kacchan. Las noticias que recibieron hundieron a su amigo en la más mísera tristeza.

Todos estaban de acuerdo en lo cruel que es la guerra, nadie gana, y solo arrebata vidas. No únicamente las de los soldados, sino también las de los seres queridos que se quedan atrás. 

Izuku ya no era el sol alegre y vivaracho que todos conocían. Su vida se escurría ante sus ojos y odiaron ver cómo se iba marchitando, hasta su último aliento.

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La oscuridad se cierne insensible sobre el hormigón. El olor a rancio, el cual se parece mucho a la putrefacción, es insidioso y enloquecedor. El ruido de las respiraciones que cada vez son menos nítidas y se apagan con el soplido de una vela ya no me causan curiosidad. No veo nada pero sé que entre estas cuatro paredes estoy realmente solo. 

Mis pensamientos ya no son coherentes, hace días que el hambre ya no me molesta, y la sed ha pasado a ser como papel de lija en mi garganta. Pero no importa, no tengo con quien hablar, así que aunque no se me entendiera, tampoco habría nadie interesado en escucharme. 

Algo por lo que sí debería preocuparme es la nula movilidad que tengo en mi pierna derecha. Dijeron que vendrían a tratar mi herida, pero creo que se han olvidado de mí. 

No sé cuánto tiempo ha transcurrido desde la última vez que vi el sol, pero estoy seguro de que el recuerdo que tengo de su luz no es correcto.

El último rayo que contemple creo que fue una sonrisa acompañada de dulces mejillas cubierta por puntitos color café. Unas esmeraldas tan brillantes como para reflejar mi amor por aquella estrella. Pero por más que lo intento hay nubarrones tapando su órbita. La lluvia también acompañaba su desesperación. Y aun así ese pequeño revoltijo de nervios, terror y verde pelo desordenado, hacía su mayor esfuerzo para iluminar y calentar el recorrido lleno de sombras que me esperaba.

Estoy seguro de que nadie ha escuchado el sonido que hace el astro al cual le debemos la vida, mas yo sí lo sé. Os compartiré el secreto, se parece mucho al susurro de un te quiero de sus labios.

Tiene distintos tonos y frecuencias. Muchas son emocionadas, otras molestas y enfadadas. Las hay cargadas de deseo y algo entrecortadas, de mis favoritas. También aquellas que te llenan de un dulce sentimiento de plenitud, a veces en la madrugada o antes de irse a dormir, como si fuera un hasta luego. 

Finalmente está la última entonación de la que fui testigo, un te quiero desgarrador, la tristeza y desolación tronaba como en las peores tormentas. Pero son aquellas tormentas que ves desde una burbuja, y no eres capaz de oír, solo ver el desastre que pueden ocasionar. 

Ya que tú, mi querido sol, querías que me llevará la mejor versión de tu canción. Que pena que acabara siendo amarga, pues esperábamos un arcoíris al final de los truenos. 

Lo siento mi vida, creo que no podrá ser.

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– ¿SHINSŌ DÓNDE ESTÁ? JODER DIMELO!

Denki intentó acercarse al peli verde, pues parecía al borde de un ataque de ansiedad.

Las bolsas negras bajo sus ojos determinaban lo poco que había dormido durante ese tiempo. Su joven rostro al contrario de lo que pudiera parecer, había envejecido. Líneas de expresión se marcaban con surcos profundos de preocupación. 

– Lo siento Izuku, no lo sé. – la voz de Hitoshi sonaba impotente, dado que no sabía cómo ayudar a su amigo. 

– Es tú culpa, tú y tu asqueroso país me ha arrebatado a Kacchan. – sollozos escapaban de la temblorosa voz. – Devolvérmelo... te lo suplico.

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