ㅤㅤ«Nos habíamos reparado, pero yo aún nos sentía rotos»
Jung Kook sabe que las pequeñas mentiras que se cuentan por teléfono no pueden sostener una relación, pero tampoco puede hacer mucho cuando se desplaza a su alrededor como el más perfecto...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
𖥸 | PRETTYLIES
Habíamos callado, pero aún escuchaba nuestros reproches; nos habíamos perdonado, pero aún te guardaba rencor. Nos habíamos reparado, pero yo aún nos sentía rotos.
¿Cómo podía olvidar todo y empezar de cero?
Siempre fuiste todo lo que odiaba en un hombre. Irresponsable, altanero. Eras del tipo que cogía y al día siguiente se proclamaba casto; y no era como si me importaran tus mentiras, tú podías hacer de tu vida un cielo, un purgatorio o un infierno y yo no podría decir nada al respecto. ¿Pero era necesario venir y decirme que me amabas para desmentirlo al siguiente día?, ¿Decir “lo juro” en lunes, y “lo imaginaste” en martes?; Estoy cansado de tirar toda la responsabilidad sobre mis hombros, te creí porque no tenías razones para mentirme, ¿o sí?; Después de esa plática en la madrugada, a la entrada de tu departamento, cuando nos quedamos fuera porque estábamos más ocupados con otras cosas y el portero ya no quiso abrirnos pasadas las diez de la noche... justo después de eso debí darme cuenta de la magnitud del desastre que eras.
Reímos bastante. Y después nos seguimos besando, ¿lo recuerdas? En ese entonces dije que nunca había besado a nadie... Pero lo cierto es que los tuyos me hicieron olvidar los besos de los que habían llegado antes que tú. Eras todo lo que había soñado alguna vez. Y quizá era el miedo quien me orilló a apartarte con violencia de un segundo a otro, cuando el calor comenzaba a viajar por otras partes de nuestros cuerpos, porque si bien todo lo que estábamos viviendo parecía una idílica fantasía, también sabía perfectamente cómo solían terminar todos mis sueños.
Era demasiado. Eras demasiado.
Tenías que perdonarme.
—Sé quién eres, Tae —solté entre jadeos que me supieron vergonzosos e infantiles. Un mechón humedecido caía por tu frente, y tu boca era más roja de lo habitual, quizá por la presión de nuestra propia desesperación arremetiendo contra tus vasos sanguíneos. Tu rostro estupefacto me supo intimidante—. Pero, sobre todo, sé quién soy, por eso sé que las cosas no van a salir bien.
Una risotada irónica se dibujó en tu rostro fino. Maldita sea, ¿cómo podías lucir de las maneras más tiernas en un minuto, y al siguiente de las más intimidantes? Creí que estabas enojado. Me tomaste con fuerza de la cintura para arrastrarme y me resistí todo lo que pude. Y aunque siempre fui más fuerte que tú, mi naturaleza tímida no podía hacer mucho cuando me mirabas de esa forma.
De cualquier manera, doblé el brazo y puse mi codo en tu cuello como advertencia, no iba a dejar que me usaras a tu antojo, y lo sabías. No volverías a robarme otro beso por más que lo intentaras, no volverías a mentirme, descarado y malnacido. No volverías a herirme, no si yo no te daba la autorización primero.Entonces acariciaste mi cabello con tanta suavidad y sentí que la dignidad se me caía al piso, que la acarreaban las hormigas hasta sus madrigueras, y que me dejaban allí, sintiéndome humillado e impotente. Mi respiración pesada acompasaba con la tuya, eso también lo recuerdo... También recuerdo la emoción que me embargaba en la boca del estómago de tan solo sentir tu aliento cerca del mío. Y abriste la boca, como si me reprocharas, te hacías el indignado.