𝐹𝓇𝒶𝑔𝓂𝑒𝓃𝓉𝑜𝓈 𝓇𝑜𝓉𝑜𝓈

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Mis pies se movían al ritmo de la música. Me sentía como si estuviera danzando sobre las nubes, volando en cada giro, deslizándome suavemente sin problemas, no he bailado sobre nubes antes, es más bien como yo lo imaginó. Bailo y bailo hasta que la música se detiene y mi corazón casi junto a ella. Solo había un detalle, yo... no podía bailar, esto era una idea de lo que yo hubiera hecho si no me hubieran matado. Los Park lograron su acometido, mataron a su heredero legítimo, no lo dudaron.

Un par de manos acariciaron mis pies, era la señal de que tenía que bajar del escenario. Mis pies deberían de estar a nada de la orilla como ese día, di unos pasos adelante hasta que sentí las manos deslizarse por mis piernas, me agache para tocar los hombros de la persona, al hacerlo me tomo de la cintura ayudándome a bajar, mis pies tocaron el suelo, esta vez las piedras no se enterraban en mi piel. Mis manos viajaron al rostro desconocido, era apuesto, con una sonrisa radiante y un par de ojos verdes. Pero recuerda que esto no es real, sigo ciego y no puedo ver al chico sin rostro. Los Park mataron a Jimin, no sin antes romperlo primero. En su lugar quede yo, soy los pequeños pedazos fragmentados que no se hicieron polvo al caer al acantilado. Soy el trabajo de restauración de dos amables personas.

Un par de indicaciones me trajeron de regreso a la habitación de un hospital. Me encontraba sentado en una camilla. La calidez de una mano conocida envolvió a la mía, la aprete fuerte, estaba aterrado. Sujetar aquella mano de nuevo, me hizo darme cuenta de que el terror que sentía no era por lo que estaba sucediendo, era porque tenía miedo del hecho de pensar en que llega el día en que no pudiera sujetarla.

—Respira —me dijo acariciándome la espalda suavemente.

Casi olvido como respirar en este cuerpo tan ajeno.

—Lo haces bien —volvió a hablar.

El vendaje finalmente fue deslizado de mi rostro. Apreté más la mano.

—Ábrelos. No tengas miedo, estoy aquí —la voz era insistente.

—Estamos aquí —una segunda voz se unió a la primera.

Dos voces tan conocidas. La primera era de Jung Dong. Abrí los ojos, temeroso. Conforme iba abriéndolos la visión era borrosa.

—Tengo miedo —murmure. Me encontraba en una zona segura donde podía hablar libremente de mis sentimientos.

—Estarás bien —dijo Dong.

Mis ojos estaban húmedos cuando los abrí totalmente, no tenía una visión clara aun así podía distinguir. La oscuridad se había esfumado y el brillo de la luz volvió a iluminarme. A lo largo de los últimos cuatro años los Jung lograron volverme a hacer sonreír. A pesar de las lágrimas que derramaba en el momento mi felicidad era más grande.

Jung Dong lucía un cabello negro azabache, probablemente pintado para su edad, recién cumplió 63 años. El hombre no parecía viejo, tenía porte y elegancia, no era parecido a lo que esperé e imaginé tantas veces.

—Soy yo. Dong —el rostro un poco borroso apareció delante de mí, Dong agitó la mano alegremente.

—Hola, abuelo —sonreí para él.

Dong me abrazó, lo cual no me sorprendió. Era un hombre cariñoso que le encantaba demostrar afecto. Esta era la primera vez que le llamaba de esa manera, siempre fue Sr. Jung, insistía en que debía dejar de llamarlo así, que para el yo era como su nieto y por lo tanto debería llamarlo abuelo. No me atrevía a tomarme la confianza, al verlo quise que sonreirá más y sabía que lo lograría llamándolo así.

El abuelo dejo de apretujarme para jalar a otra persona del brazo y acercarla hacía mí.

—Él es Hoseok —presentó. El abuelo parecía un niño mostrándole a un bebé cada cosa del mundo.

𝓕𝓻𝓪𝓰𝓶𝓮𝓷𝓽𝓸𝓼 𝓡𝓸𝓽𝓸𝓼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora