𝘈𝘮𝘰𝘳𝘪𝘴 𝘷𝘶𝘭𝘯𝘶𝘴 𝘪𝘥𝘦𝘮...

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Febrero. Según el pronóstico meteorológico, ese día el clima estaría frío a pesar de la presencia del sol y que al momento del atardecer la temperatura bajaría aún más.

Mingyu no se preocupaba porque ese día no tenía planeado salir. El domingo era su día de descanso y podía disfrutarlo en su departamento todo el tiempo que quisiera. Así que se dedicó a terminar de hacer unos planos que no tenían nada que ver con su trabajo, en el aspecto de que la casa que estaba diseñando era un proyecto personal.

Una casa en la playa.

Ya había arreglado la compra del terreno, ahora sólo necesitaba conseguir el material y construir la casa por sí mismo. Por más loco que pareciera, era algo posible y eso era lo único que Mingyu necesitaba: la oportunidad de realizar y cumplir uno de sus sueños más grandes.

Acomodó su regla sobre el papel y pasó el lapicero con ligereza para trazar una línea.

La llevó hasta el final y bajó el lapicero, estirando su mano izquierda para tomar la copa de vino y beber un trago.

Su reloj de muñeca marcaba las 18:43. Afuera, desde el ventanal amplio de su estudio se podía ver la ciudad de Yabbay, con el cielo permutando a la noche con parsimonia. La luna en su fase cuarto creciente, ya mostrándose como un espejo plateado. El violáceo color combinado al oxidado sol muriendo detrás del cerro. Las nubes cabalgando por su techo, yéndose a dormir con el sol.

Otro trago de su copa de vino, Mingyu con un suéter de cuello alto rojo, sentado sobre el banco alto, con la vid en su mano izquierda; con la soledad en su mano derecha vacía.

Se lamió los labios y volvió a tomar el lapicero, presionando con finura el papel para seguir haciendo el diseño de la casa.

Hasta que alguien llamó a su puerta y el timbre sonó. Rompió la punta del lapicero por la pérdida de concentración, haciendo una mueca por la interrupción.

No esperaba a nadie ese día, aparte de que su departamento de lujo no admitía a cualquiera que subía.

¿Sería uno de sus amigos? Wonwoo y Junhui tenían cinco meses de recién casados, lo que menos querían era visitar a su amigo si se la podían pasar juntos en su recién formado hogar. Tal vez Wonwoo viniera solo. Tal vez fuera Seungcheol para ver un partido de fútbol que se le hubiera pasado a Mingyu. Tal vez Seungkwan lo iría a regañar por razones que escapaban de su memoria.

Se levantó y salió de su estudio, caminando por el pasillo, cruzando la sala y la cocina, hasta aproximarse a la puerta.

Estaba en calcetines y el suelo de madera camufló bien sus pasos. Llegó a la entrada y le sorprendió que su husky blanca, Liv, ya estaba moviendo la cola y apoyada en la puerta como si reconociera a la persona detrás.

A Soonyoung le ladraba, a Hansol le lloraba, así que no era ninguno de los dos. En cambio, parecía más emocionada e inquieta de lo normal.

Mingyu no revisó por el ojo de la puerta y la abrió sin más.

Una golondrina viajera e inusitada, de otoño, posándose en su rama de nuevo.

El arquitecto abrió mucho sus ojos de manera atónita. La sorpresa lo golpeó directamente en los pulmones, en aquella vital actividad fisiológica, pues hasta su respiración se detuvo.

Su perrita corrió a los brazos de su visitante, que la atrapó con una sonrisa que fue una punzada para el corazón de Mingyu.

—Hola, Gyu, cuánto tiempo sin vernos.

Minghao.

Esbelto, con un abrigo largo y elegante color negro, abotonado al frente, lentes de sol sobre su cabello castaño oscuro, dejando al descubierto su frente. Un arete largo que caía sobre su hombro derecho y más piercings en su oreja izquierda.

Palliatus (GyuHao)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora