Dichato 97

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En el horizonte se podía vislumbrar un amanecer, y las carpas estaban sobre la fina arena, porque en la ciudad no pasaba nada y tal vez en la playa podía pasar algo o más que algo. Algunos sabían de antemano a lo que iban, otros dudosos del porque se habían apuntado al plan, se lanzaban a bañarse al mar. Un gran mar helado y de olas pequeñas.

Éramos como diez en una sola carpa, dormíamos apretados y decidimos que nos turnaríamos las noches en la disco para que cupiéramos todos dentro de la improvisada tienda. La primera noche íbamos a ir solo cuatro, mientras los otros se quedaban en la carpa, en la playa, contándose chiste o anécdotas de las más extrañas.

Cada uno tenía su propio panorama, podría inventar la cosa que fuese y siempre iba a haber alguien que iba a apañar. Algunos deseaban con urgencia ir a una disco, porque había sido un mal año y tal vez bailando se soltarían todos los males. Otros se la pasaban de lujo jugando a las paletas o jugando a la pelota con los pies descalzos como los brasileños. Y también estaban los que solo se reían y creaban las invenciones más graciosas que alguien se le pudiera ocurrir. La talla, echarse el pelo, o simplemente bromear, porque éramos jóvenes, éramos niños con la libertad de webear a cualquiera, porque todos se reirían.

La noche en que al Saul le tocó ir a la disco y lanzó una talla, fue una de las peores noches de su pobre existencia.

Saul estaba un poco abrumado, el lunes tenía que presentarse en el cantón de reclutamiento de su distrito, había sido llamado para hacer el servicio militar, una labor que su padre había aceptado y que terminó como un gran suboficial de la armada. A Saul la idea no le gustaba, entrar al servicio era ir a perder el tiempo por todo un año, pagaban mal y te trataban peor. Entendía en cierta parte porque su padre se había enrolado y había decidido tener una vida de mar. Su padre era pobre y las oportunidades eran pocas. Además, el mar era hermoso, cualquiera podría haber caído a los pies de esa inmensa masa de agua que caía cariñosamente en todas las playas del mundo. Como en Dichato, en el año noventa y siete.

En el primer campeonato de paletas de Dichato, la delegación de LorenzoSound ha decidido de forma unánime que el que gane este campeonato elegirá a otros tres afortunados para ir a la disco. Y se armaba la grande. Porque así como había algunos que solo iban a las paletas, o a pelotear o a la disco, el Saul iba a todas, porque en las mañanas salía a recoger conchitas con el Caco, mientras el Chilino y el Pichichu iban a comprar el almuerzo o el desayuno o quizás la cena, obviamente la cena. Al desayuno una chela, al almuerzo una chela, a la cena una chela y de repente a algún genio se le ocurría comprar pan con cecina o queso y con eso sobrevivíamos. El Caco, con su olfato característico de alguien que le gusta comer, ya había encontrado todas las picadas de Dichato. A veces se perdía con el Saul y el Cofré e iban a comer mariscos ahí mismo donde los sacaban o se iban a comprar las empanadas de mariscos de las más ricas que había en toda esa playa y efectivamente era así.

Para sobrevivir la primera noche compramos como dos docenas de empanadas de mariscos. Si el olfato del Caco era bueno, culinariamente hablando, el olor de los peos después de esas empanadas de mariscos hizo que se dañara de forma notoria y casi irreversible su olfato, porque como por un mes más o menos, el Caco no pudo oler.

Los cuartos de finales estuvieron reñidos. Había muchas reglas, pero la más importante es que todos teníamos que estar curados, todos teníamos que estar en igualdad de condiciones. El Paté decidió fumarse un prensado de marihuana y corrió entre los participantes. Ni el Saul ni el Guaren fumaron, porque los dos pelmazos querían ir a la disco para dejar afuera al otro. Una rivalidad estúpida, que formaba una atmosfera de webeo permanente.

El Caco le había puesto Guaren al Guaren, porque tenía costumbres de un roedor. En su casa el Guaren no tenía que comer y algunas veces se entendía que pidiera repetición al almuerzo, o que se llevara algunos pancitos para su casa. Un día se encontraron con el Caco, que era un experto en pasear por casas cercanas de amigos con su olfato culinario. Ese día había ido a la casa del Saul, donde estaban las mejores empanadas de pino de toda cuadra, porque en todas las cuadras tenía una empanada favorita y eso de ser amigo de todos era hermoso para él, porque podía pasar a todas las casas de sus amigos y comer. Y al Guaren igual le gustaba comer, por temas distintos eso sí, no tanto por gusto como al Caco o por costumbre, sino por necesidad, porque en su casa había poco y nada para comer.

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