Me dispuse a dialogar con un muchacho de mediana edad, muy bien vestido, a decir verdad, quien supuestamente había solicitado el permiso para poder entrevistarme y así continuar con el desarrollo de su tesis de grado, trabajo que estudia las razones por las cuales una persona puede volverse un asesino. Me pareció bastante interesante que me solicitara que escribiera una especie de carta hacia un anónimo, relatando parte de los hechos que me llevaron a estar encerrado en esta prisión. -Puede ser dirigida a una persona en específico si es que desea, pero lo ideal es que no la mencione- mencionó. Fue enfático en que no contara la historia completa en una sola carta, pues, según un estudio que el poseía -las personas cambiaban la forma en que relataban los hechos a medida que avanzaba el tiempo-. Me pareció un poco lógico, puesto que mientras más tiempo pases hurgueteando en tu memoria más recuerdos aparecerán. Así pues, me comencé a escribir mi primera carta:
Aquel sentimiento de culpa e incomprensión finalmente ha emprendido su rumbo lejos de mí, junto con las pocas gotas de humanidad que se escapaban en una efímera briza de invierno. Me he transformado en un ser que no merece ser utilizado siquiera como un reformador ejemplo para los jóvenes. He analizado con la frialdad de un invierno en Siberia los hechos que me han llevado a este cruel destino del cual no me permiten escapar y he de confesar que no tengo el más mínimo grado de arrepentimiento respecto a lo que he hecho, pues considero que era lo más correcto. Reconozco absolutamente toda mi culpabilidad, pues me he esmerado en dejar mi marca sobre aquella grotesca escena rojiza.
Aquella parte de mí que pensaba que todo esto era irreal finalmente ha desaparecido mientras asimilo la severidad de los hechos. Sin embargo, ya es demasiado, tarde pues mi humanidad ha muerto. He dejado de considerarme un ser humano y con justa razón. Antes de despedirme de mí, decidí recordar el camino que recorrí antes de llegar aquí. Aquella fina llovizna que besaba mi rostro en esas bellas mañanas de junio mientras caminaba hacia la escuela, con la mente embobada observando el paisaje que penetraba violenta pero dulcemente en mis ojos. En mi mente resonaba el cantar de las aves y los chillidos de los vehículos que cruzaban raudamente por la avenida 5. Todavía puedo sentir el calor que emanaba del quiosco de la esquina, donde servían unas deliciosas sopaipillas con chancaca.
¡Qué bello día para estar vivo! - pensé – Sin embargo, no podría haber estado más equivocado.
Cuando ingrese a la sala 231 me di cuenta de que nada volvería a ser como antes.
Inepto, mantuve mi felicidad y la irradiaba por toda la sala, tal vez por esa razón fue que me gané el odio de aquel grupo de personas. Honestamente ya no me importa.
- ¿Me prestas tu lápiz?, ¿Oye, me puedes ayudar con la tarea?, ¿Te gustaría ir al arcade de la plaza? – Como me arrepiento de haber respondido aquellas preguntas.
Quiero que comprendas que no estoy afirmando que la soledad era algo que me gustaba, pero hubiese preferido sumirme en ella antes de haber generado un vínculo tan grande con aquellas personas. No busco excusarme de mis actos tampoco, pero creo que debes tomar mi experiencia como ejemplo de que todos en este mundo buscar una forma de destruirte, de tenerte bajo su control, de tomar tu fragilidad y abusar de ella.
Como desearía que aquel 4 de julio no hubiese ido a aquel parque, porque ese fue el día en que comenzó mi metamorfosis.
Me gustaría detallarte todo, pero mi mente comenzó a bloquear aquellos crueles actos que viví durante un año, sin embargo, si recuerdo que no fui la única víctima del "club de la amistad". Podrías pensar que un año es poco tiempo para que una persona pierda la cordura, pero bastó con un solo día para hacer que mi cólera superara los limites conocidos por el humano.
Ella era mi vida y vi cómo lentamente la perdía. Si tan solo hubiese podido recibir el castigo en su lugar nada de esto hubiese pasado.
Mi facultad de expresar lo que siento va decayendo mientras escribo esta carta y temo que quien la lea piense que no soy más que un criminal buscando perdón.
Ya no puedo plasmar el dolor que sentí en aquel momento, pues hoy solo siento un placer que es imposible describir con palabras. El dulce y cálido aroma de su sangre provoca que mi mente fantasee. Recordar como sus viseras recorrían tiernamente el asfalto buscando un lugar donde descansar es enternecedor. Los bellos cantos que emanan de la garganta de quienes aún claman por ayuda son la ópera más maravillosa que he escuchado en mi vida.
Termino mi carta aquí para así poder observar este bello paisaje una vez más antes de la oscuridad de la noche lo consuma, además, ya no queda más humanidad en mí que pueda hablar contigo.
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Saldando Cuentas
Non-FictionEl dolor de una perdida puede transformar a el hombre más correcto en un monstruo. Esta es una historia en donde un criminal relata su historia a su abogado mediante una serie de cartas, con el objetivo de que este pueda comprender los hechos que l...