Capítulo 3

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6 OCTUBRE. ESTACIÓN DE RECARGA. 3.00 a.m.

Para Kayx, fue por lo menos una hora de viaje más, hasta que el camión salió de la autopista para ingresar a un descanso. Decenas de camiones, tan grandes como casas, de uno o dos remolques, ordenados en filas unas tras otras.

Se estacionaron, y esperó hasta que el chofer descendiese para retraer sus adoloridas garras.

Tenía el cuerpo aterido y las manos congeladas por el viento. Además, le dolía el hombro por el golpe al ser expulsado del vehículo en movimiento, aunque nada crítico, solo la molestia.

Bajo con cuidado, y observó el lugar.

Un gran edificio que parecía algún tipo de residencial, una bodega a los costados y un centro mecánico. Al otro lado, y de donde provenía el ruido. Algo como una cafetería perdida en el tiempo.

Era un descanso de camiones, y existían varios servicios algo olvidados.

Se movió por las sombras con cuidado de no parecer sospechoso, buscando algún baño por el sector de las bodegas, lejos del barullo. Pero solo vio a un humano sentado en la parte de atrás, fumando un cigarro que olía a desechos de alquitrán y cualquier intento de cuarto de aseo, sellado hace años.

Se alejó de ahí.

Recorrió la periferia, olfateando y rastreando cualquier hedor de peligro. Pero solo encontró humanos en diferentes estados de sudor, aceite de motor y comida chatarra.

Llegó hasta el sector donde vehículos familiares y motos descansaban en estacionamientos más concurridos. Pudo ver bien el restaurante abierto e inofensivo. Un «veinticuatro horas». Si tenía suficiente suerte existiría un cajero o un teléfono. Aunque los teléfonos públicos desaparecieron hace quince años, cuando la existencia de celulares y comunicadores se masificaron, tuvo la esperanza de encontrar uno en este lugar olvidado.

No tenía efectivo ni identificación, pero tío Pab, quien era condenadamente rico, abrió para Sly y él: una Tarjeta Diamante Premium, adicional a su cuenta de titular. Doce números, nada más, para tener acceso a un monto endemoniado en el BMC, Banco Mundial Central. Un tipo de tarjeta con el que no necesitabas identificación, solo una serie de números que únicamente el dueño de dicha cuenta debería saber.

Pablick se las obsequió cuando Kayx cumplió doce. Luego de que mamá le regañó por su décimo intento de regalarles más de lo que caía en su habitación. Su madre reprendió a tío como cada año desde que tenía conciencia. Pero para Pab era una meta de vida poder regalarle algo ostentoso que sus padres no pudieran decirle que no.

Así que el año pasado, para su cumpleaños. En un momento en que sus padres no estaban cerca, Pablick los alejó y les entregó este regalo sumamente subnormal. Pab siempre fue dadivoso, y era una demostración absoluta de confianza que ni Kayx ni su hermano querían arruinar, prometieron ser sensatos y nunca usarlo para gastos innecesarios. Ahora, los doce números quemaban en su mente.

«Solo para emergencias» les repitió una y otra vez.

Le juraron que no ocuparían ese dinero a menos que realmente lo necesitaran. Y la verdad es que nunca se les pasó si quiera por la mente. Sus abuelos le daban una pequeña mensualidad, y sus padres terminaban premiándolos con cualquiera fuera el juguete de temporada con el que estuvieran obsesionados, siempre que hicieran los deberes que ellos le pedían.

La vieja campana de la puerta lo volvió a tierra.

Un baño, eso necesitaba. Un cuarto de aseo, y luego un cajero automático.

Interfector - (Libro N°3 Serie Legado Lunar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora