Capítulo 1 (parte 2)

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-Ahora parece que viene del este.  No lo sé  exactamente. 

Laura se movió en aquella dirección, ladeando su esbelto cuerpo e inclinando la cabeza.

-Qué raro, ¿no? Puedo oírlo y al mismo tiempo no lo oigo. Es como si nos rodeara por completo.

Julie se sacudió la arena rasposa de sus manos, que eran más pequeñas y finas que las de su hermana menor, de huesos  largos y sutiles. Laura Ferris tenía veinticuatro años y había salido a su padre, un hombre guapo y de cabello rubio, mientras que Julie tenía el pelo rojo obscuro, la nariz salpicada de pecas y la barbilla pequeña y puntiaguda de su familia materna. Era atractiva y, más que ser guapa, tenía cara de duendecillo. Estaba orgullosa de su figura y de sus piernas bien torneadas, y en su opinión tenía un trasero muy bonito.

-Sea lo que sea- dijo Julie-, es un fastidio, como mínimo- por un momento, el sonido pareció aumentar y una punzada de dolor atravesó su cabeza-. Me está poniendo nerviosa y dándome dolor de cabeza- estiro el cuello y observo la playa vacía, con cuidado de proteger sus ojos del sol bajo el ala del amplio sombrero de paja.

Miro el cielo azul desviando y procuro no fijar la vista en la hosca esfera del sol de Junio.

-Puede que venga de arriba... que sea algún tipo de onda, o un avión militar que vuela muy alto.

A sus veintiocho años, Julie era más extrovertida que Laura, más viva, más decidida a sacar partido a su vida. Su padre se había marchado cuando ellas eran niñas y los años de privaciones la habían dotado de una ambición implicable. Laura había reaccionado en sentido contrario: había crecido tímida y reservada, apoyándose en Julie para que ocupara el lugar de una madre que casi nunca estaba allí. De niña, Laura estaba casi siempre enferma... o, al menos, creía estarlo.

-Yo no veo nada- dijo.

 Julie escrudiño el cielo.

-Ni yo, pero ese ruido me está dando escalofríos. Quizás deberíamos entrar.

-No me apetece entrar todavía- dijo Laura, recostándose de nuevo en el respaldo de su sillita de playa-. Además, ya no se oye tanto. Creo que está empezando a apagarse —dio un enorme bostezo-. Seguro que para adentro de un minuto o dos.

Julie se froto la piel erizada y procuro ignorar el zumbido penetrante que no parecía importarle a su hermana. Volvió a tumbarse sobre la toalla roja y naranja, con la leyenda Cuidado con los tiburones, que había comprado en una convención de agentes inmobiliarios, en La Vegas.

-Sube la radio- Julie apretó los dientes y deseo que aquel ruido insidioso cesara de un vez-. Peude que esa emisora de rock que estabas oyendo ahogue ese sonido- se subió las gafas de sol por la nariz y se puso el sombrero sobre la cara para protegerse los ojos. A su lado, Laura alargo el brazo hacia el dial del volumen. Pero la radio ya no funcionaba.

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