Prólogo.

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Caminaba tan rápido como podía. Lo extraño era que, por más que intentara, no sentía nada. Ni siquiera dolor ni tristeza. Tal vez algo de decepción; decepción por mí misma, por llegar a ser tan idiota y creer que tal vez tendría oportunidad alguna de estar con Asher y ahora tener que escuchar de su propia voz que va a casarse.

¡Casarse! ¡Menuda estupidez!

Definitivamente sí que era una estúpida...

—¡Lia! por favor espera —escuché que me llamaba a lo lejos.

Ni siquiera era conciente de a dónde iba, porque lo único que me importaba era alejarme de todo el mundo.

Aunque qué ironía. Justo estaba en medio de la calle abarrotada de gente.

Podía sentir cada vez más cerca su presencia y eso me molestaba; me molestaba tener piernas tan cortas y cansarme rápidamente y que el maldito idiota pudiera literalmente recorrer casi dos metros en un solo paso y sin que ni siquiera se le moviera un mechón del cabello.

¡Diablos! ahora sí que me estaba enojando.

Sentí su mano en mi brazo tratando de darme la vuelta, pero me solté de un manotazo y lo enfrenté.

—¿Qué? ¿Ahora qué me dirás? Que también pusieron en tu plan de vida tener siete hijos, tres niñas y cuatro niños, a los que les pondrás los nombre de la realeza de España? —le dije un poco más fuerte de lo que pretendía y MUY enojada, aunque sabía que era una tontería lo que salía de mi boca.

Carajo... soy patética.

De inmediato sentí cómo mi cara se ponía como un tomate, mientras que Asher sólo podía verme con expreión de total confusión divertida. Sí, al idiota le hacia gracia todo lo que le decía. Lo único que podía hacer yo en esos momentos, era tratar de no verme más tonta e inmadura de lo que ya estaba siendo.

—B-bueno... ¡igual eso no me incumbe! puedes hacer con tu vida lo que se te venga en gana, ¿n-no?... —de acuerdo, ya estaba balbuceando demasiado, tenía que parar.

Tomé una pausa y agaché la cabeza, evitando que pudiera verme. Suspiré profundo tratando de aclarar mis ideas. Ya ni siquiera tenía fuerzas de reclamarle algo. Realmente no tenía ningún derecho. Y era cierto, el podía hacer lo que quisiera. Ya habían pasado años, y no comprendía siquiera por qué trataba de que todo fuera como antes entre nosotros. Ya no eramos niños, ya no se nos perdonaban nuestros errores sin que no hubiese consecuencias.

Ví su mano asomarse y, con suma delicadeza, tomar mi mentón y levantar mi rostro, acariciándome suavemente. Sentí que, por un instante, mientras nos mirabamos fijamente a los ojos, los dos nos perdíamos en nuestros propios pensamientos. 

Demonios, sus ojos siempre habían sido tan hermosos. Jamás me cansaría de ver a través de ellos, siempre mostrando tanta transparencia y sinceridad; transmitiendome calidez; tranquilidad; amor...

Pero no del amor que yo esperaba...

Tomé conciencia de lo que estaba sucediendo y me alejé, más por mí misma; porque me afectaba que esas simples caricias no me pertenecieran realmente. Que él no estuviera conmigo.

Que no me amara...

Ninguno de los dos dijo nada por lo que parecieron unos tres eternos minutos. Y sin darme cuenta, lágrimas que se sentían muy gruesas y pesadas caían de mis ojos. Lo más doloroso y confuso de todo, es que él también lo hacía; lloraba. 

Dejé a un lado mi enojo y mi decepción y lo abracé; tan fuerte como me era posible. Él al instante me envolvió en sus brazos, y sólo llorábamos juntos. 

—Lo siento —dije con total sinceridad—, lo siento de verdad, no estoy siendo buena al enojarme contigo por esto.

—Perdóname tú. Y-yo... —decía entre lágrimas— yo quería demostrar que era lo suficiente, y después de todo lo que ellos hicieron por mí... n-no quería defraudarlos —me apretó más fuerte contra sí mismo.  

Los dos nos habíamos equivocado demasiado. Ambos queríamos cambiar, saber quiénes eramos realmente, pero no nos dimos cuenta de que no hicimos nada por nosotros mismos durante mucho tiempo.

—¿Y qué es lo que realmente quieres tú, Asher?

—Y-yo... no lo sé.

Ahí. Justo ahí,  en medio de la calle abarrotada de gente, me dí cuenta de lo que era correcto para ambos. Durante tanto tiempo había estado tratando de saber qué era lo que quería para mí misma; de pensar en mí y hacer las cosas por mí. Pero después de que Asher había vuelto a mi vida, de nuevo perdía mi camino, de nuevo estaba dejando de pensar por mí misma, y no estaba permitiéndome lo que realmente merecía.

Él ahora también debía tomar una decisión. Debía encontrar lo que verdaderamente quería para su vida. Y como yo lo había hecho durante años, debía hacerlo él mismo y completamente solo.

Entonces dí un paso atrás, y le dije: 

—Lo siento, pero creo que lo mejor para ambos, es que por un tiempo nos alejemos el uno del otro. Siento que sólo nos lastimamos. Meréces ser feliz, y si lo eres ahora, entonces no me entrometeré más en tu vida —me costaba tanto decirle todo eso—, pero si no lo eres, entonces debes buscar y saber lo que quieres realmente. Y debes hacerlo solo.

Es hora de soltarlo...

—Te amo demasiado Asher... —dejé escapar lo que cargaba durante tanto tiempo—, y siempre lo hice. Siempre has sido tú al que le ha pertenecido mi corazón. Siempre serás tú.

Me dí la vuelta y comencé a alejarme. No quería ver su reacción, no quería desmoronarme por completo ante él.

Era lo mejor para ambos.

 ¿Estaba siendo egoísta? Tal vez sí, pero ya era momento de serlo un poco.


Siempre has sido túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora