7. De regreso al inframundo

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Eran las primeras horas de la tarde para cuando Inuyasha sintió que su hermano regresaba. Dejó su juego con Izayoi y salió de la cabaña, respondiendo muy vagamente a la pregunta de su mujer.

―Sesshomaru volvió ―fue lo único que dijo antes de ir a su encuentro.

No tuvo que ir muy lejos, pues el demonio estaba justamente en los límites de la aldea, mucho más cerca de lo que había estado en sus rondas. Inuyasha se dio cuenta de inmediato que había algo que no marchaba bien. Sesshomaru estaba molesto. Más molesto de lo habitual, cabe mencionar. Y bien sabía lo peligroso que podía resultar un youkai lleno de furia, por lo que llegó hasta él cauteloso, con la mano preparada para blandir su espada en caso de ser necesario.

―¿Averiguaste algo? ―le preguntó.

―Utiliza el Meido Zangetsuha ―le espetó fríamente. Inuyasha arrugó el entrecejo.

―¿Qué? ¿Quieres hacer desaparecer el pueblo?

―Entraré al Meido ―y al ver que el hanyou seguía con su mirada interrogante, hastiado, agregó―. Acabaré con los seres que atacan a Rin.

El rostro de Inuyasha se relajó al comprender, pero un segundo después se volvió a amoldar a su típico gesto altanero.

―Tenía planeado hacerlo también. Si tú te marchabas, ésa era mi siguiente opción.

―Es la única opción ―Sesshomaru entrecerró los ojos―. Abre el Meido.

―¡Espera un momento! No me has dicho nada. ¿Qué averiguaste de esas cosas, los moradores? ¿Podremos matarlos estando en el inframundo?

―¿Podremos? ―siseó Sesshomaru.

―Claro, estúpido. ¿Cómo vas a salir después, si no puedes hacer el Meido Zangetsuha? ―roló los ojos, pero Sesshomaru permaneció impasible. El hanyou abrió la boca poco después, indignado―. Un momento... Querías quitarme a Tessaiga, ¿verdad? ¡Por eso creíste que irías solo! ¡Qué tramposo eres! De todas formas el campo de protección te repelerá ―lo señaló con el dedo, ceñudo y muy enojado.

Y pensar que el idiota de Inuyasha había notado sus intenciones antes de lo esperado. Sesshomaru meditó que quizás no fuera tan estúpido como creía. Pero él no tenía pensado robar a Tessaiga; la tomaría prestada, a falta de una mejor expresión. Sólo la usaría para entrar y salir del Meido, el campo de fuerza no le impediría blandirla por los pocos segundos que emplearía en hacer la técnica.

―Y no te permitiré ir y dejarme aquí, plantado como un imbécil ―agregó, fulminándolo con la mirada―. También quiero ayudar a Rin.

―Entonces deja de perder el tiempo ―gruñó. A cualquier otro le habría sacado un escalofrío, pero Inuyasha sólo lo miró cansinamente.

―Primero le voy a decir a Kagome ―sentenció―. No iré a ningún lado sin antes avisarle a ella y a Izayoi. Y deberías decírselo a Rin. Tiene derecho a saber lo que vamos a hacer.

―Sólo buscas aplazarlo ―lo acusó Sesshomaru, haciendo un gesto con la cabeza. Su paciencia estaba llegando al fin de su minúsculo límite, estrechado ya por el encuentro previo con su madre―. Abre el maldito Meido, Inuyasha.

El menor no sólo lo desobedeció, también le hizo una mueca arrogante para demostrarle que le importaba muy poco lo enojado que estaba.

―No, voy a hablar con Kagome. De todas formas hay que decirle a alguien que no deje dormir a Rin, ¿no te parece? Imagina que se duerma sin que sepa dónde estamos. Esos bichos la atacarían y no nos enteraríamos. Si no te hubieras ido, ya estaríamos a medio camino ―se quejó rolando los ojos otra vez―. Eres tú el que lo aplazó.

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