7. Amistades y enemigos

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La semana siguiente, cuando las personas comenzaban a despertar del sopor de las vacaciones de invierno y regresaban lentamente a sus actividades, las idas y vueltas de Sesshomaru por aquel parque restablecieron su curso normal. Casi siempre se encontraba a la chica, a Rin, paseando a su perro si era muy temprano o yendo a trabajar si era un poco más tarde. Era tan habitual verla en ese parque que a veces se preguntaba si vivía ahí.

La muchacha no dio indicios de recordar que le había devuelto su chaqueta ni que habían tenido un encuentro tan incómodo, y él también mantenía esa misma actitud. Sabía que debía tener paciencia si quería llegar al fondo del asunto, y si se precipitaba podía mandarlo todo al infierno.

Pero no sólo era porque necesitaba saber lo que había pasado aquel día años atrás, sino también porque se dio cuenta de que, aunque no lo reconociera, le preocupaba ligeramente lo que pasaba con ella. Y no sabía realmente por qué, si a duras penas podía decir que la conocía. Debía ser la costumbre de verla casi todas las mañanas, de escucharla desearle los buenos días y dedicarle una tímida sonrisa, sumado a cómo la había conocido la primera vez lo que impulsaba su pequeña inquietud, pero no estaba demasiado seguro.

Por lo general, si no era alguien del que pudiera conseguir algo importante, Sesshomaru no le prestaba más atención de la que le prestaría a una mosca.

En ese momento, por ejemplo, cuando iba regresando de la cafetería, se la encontró lejos del camino de adoquines, bajo la sombra de un árbol. Era demasiado temprano como para que estuviera de camino a la clínica, por lo que aprovechaba el tiempo en jugar con su pastor alemán. La chica le acariciaba la cabeza cariñosamente mientras le dedicaba una triste sonrisa. No se la veía contenta como en otras ocasiones, sino más bien melancólica y distraída. Quizás creyendo que no había nadie que pudiera verla, abrazó al perro temblorosamente, y cuando lo soltó, se limpió el rostro de un manotazo.

Optando por no interrumpirla, Sesshomaru dobló el camino para no encontrársela de frente.

Fuera lo que fuera que le pasara, tenía que ser algo bastante malo.

Y eso, en su fuero interno, le preocupaba.

...

Estaba algo distraída aquella mañana. Era una de esas ocasiones en las que simplemente se sentía desconectada y ligeramente perdida a lo que pasaba a su alrededor. Era el primer día laboral del año, y había llegado un poco más temprano de lo habitual para hacer una limpieza profunda luego de más de una semana sin que nadie pisara aquel lugar.

Por suerte el polvo parecía haberse negado a salir durante las vacaciones, y no tuvo mucho que hacer hasta que la psicóloga llegara. Como tenía al menos diez minutos de sobra, sacó el teléfono celular y revisó sus correos electrónicos que no había visto desde hacía algunos días.

Se entretuvo leyendo el mensaje de Makoto, quien le adjuntó varias fotografías de la pequeña Kanna en sus atuendos navideños y al lado de sus obsequios bajo el arbolito decorado. No parecía entender mucho lo que pasaba, pues carecía de una emoción que la delatara, pero se la veía sana y tranquila, justo como cualquier niño debería estar. Rin sonrió al ver la imagen de la niña recibiendo el elefante de felpa que le había enviado, sus ojos negros abiertos a su máxima capacidad le indicaban lo mucho que le gustaba aquel regalo.

Sus otros amigos también mandaron algunas fotografías de sí mismos en diferentes celebraciones ―Rin sintió ganas de reír al ver a Rika mostrándole a la cámara un bonito vestido rojo que nunca pudo llegar a lucir gracias al terrible aguacero con granizo que arruinó su noche―, y toda la nostalgia la golpeó una vez más. A ella le habría encantado acompañarlos.

―¡Buenos días, Rin! ―saludó alegremente la doctora cuando arribó al consultorio―. Regresamos a la rutina después de todo. ¿Qué tal el fin de semana?

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