I

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Todo se ralentizó frente a sus ojos.

Las manos frías y férreas que sujetaban sus brazos por detrás, atrayéndolo con cada segundo a un pozo enorme lleno de lava ardiente, carecían de importancia cuando, ante él, tenía una vista mucho más aterradora: Hua Cheng, con su mano extendida, saltando hacia sí desde el tejado para rescatarlo de su captor.

En el instante en que lo notó, Xie Lian sintió su corazón detenerse, mientras que su mente —por lo usual serena y analítica—, se bloqueó de inmediato, dejándole con un único pensamiento. El fantasma caería en ese pozo de lava también.

Xie Lian no esperaba que Bai Wuxiang lo capturara en el último minuto, justo cuando se disponía a saltar después de salvar a Mu Qing de volverse cenizas. Pero ahora, se encontraba en su agarre, con Ruoye extendido y aferrándose al general Xuan Zhen en un intento por salvar a su amo. Resultó inútil, pues el Príncipe Heredero fue testigo de cómo, su compañero y amigo, terminó por ser arrastrado junto con él. No obstante, la visión del dios sólo tenía cabida para la figura que se acercaba en cada latido hacia sí.

Nada importaba ahora, ni las manos sobre sus brazos, ni la corriente de fuego líquido capaz de desintegrar hasta los huesos; todo palidecía ante la idea de que el Rey Fantasma de rojo se expondría a un peligro que no estaba seguro de poder sortear. Xie Lian quería luchar, quería gritar, quería hacer lo necesario para garantizar la seguridad de su amado y de sus amigos, algo que, por desgracia, era imposible.

Por favor, pidió, por favor, alguien, cualquier cosa, sólo... sálvenlos a ellos.

La mano de Hua Cheng se extendía, sus túnicas revoloteaban, su ojo obsidiana brillaba con desesperación y temor, la cascada de fuego resplandecía a su detrás y luego, no hubo nada. Nada excepto una oscuridad creciente y asfixiante.

Xie Lian inhaló y se removió de forma brusca, chocando en el proceso con una superficie dura a su espalda. Manoteó a su alrededor durante unos instantes, en un lío de piernas y brazos buscando asirse a cualquier cosa para estabilizarse. Tras unos instantes lo consiguió, apoyando ambas palmas en los laterales de lo que parecía una pared. Respiró de forma pausada para ralentizar su inquieto corazón, y de paso, eliminar la bruma que rodeaba su mente.

—¿San Lang? —llamó enseguida, con la esperanza de no encontrarse solo.

No obtuvo respuesta.

Bajó los brazos, ya más calmado, y examinó su situación. Notó que se encontraba sentado e ileso, o al menos, no se desintegró en nada. También que tenía algo sobre su cabeza obstruyendo su vista, la oscuridad que lo rodeaba era producto de esto. Por último, que parecía hallarse en un espacio estrecho. Quizá ese pozo de lava contaba con alguna matriz de teletransportación que lo mandó a un sitio diferente dentro de la montaña. Si ese era el caso, debía cerciorarse de que los demás corrieran con la misma suerte para no convertirse en polvo.

Decidiendo el curso de acción, lo primero que hizo fue deshacerse de lo que sea que tuviera encima, necesitaba su visibilidad de nuevo. Sin embargo, en el momento en que lo hizo todo su cuerpo se congelo, pues frente a él, se hallaba un escenario demasiado familiar.

—Qué... —soltó, sorprendido y conmocionado a partes iguales.

Agachó la vista enseguida, observando el velo de seda color rojo sangre y con bordados dorados que descansaba arrugado entre sus dedos. Eso no fue lo único impactante, sino que su propia ropa fue cambiada de sus blancas túnicas a un conjunto de boda color sangre. Se veía idéntico al que usó cuando capturó a la general Xuan Ji.

Como piezas colisionando, algo encajó en su mente, uniendo todas las pequeñas pistas. Un velo rojo, atuendo nupcial, sitio estrecho hecho de madera y cortinas rojas: estaba dentro del sedan matrimonial de su primera misión como dios. Pero ¿cómo? ¿Era eso siquiera posible? ¿No se trataría de alguna trampa impuesta por Bai Wuxiang?

Back In TimeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora