Huesos negros

540 46 14
                                    

Sonríe cuando levanta el brazo que sujeta su varita y apunta al hombre que ha rondado sus pesadillas en los últimos treinta años. Va a morir, está segura, va a reunirse con sus padres, con su hermano, sus sobrinos y con todos los amigos a los que una guerra sin sentido le quitó, pero no honraría correctamente su memoria si va con ellos sin haber siquiera intentado luchar.

Y es allí, cuando está parada frente a la muerte —que se presenta en la figura de un hombre alto y de escalofriantes ojos rojos— que recuerda a la única mujer a la que nunca pudo dejar de amar...

—¡BLACK, BELLATRIX!

Ni siquiera las decenas de años que han pasado consiguieron que Amelia olvidara la primera vez que vio a Bellatrix. Nadie puede reprochárselo, absolutamente nadie en el mundo, porque nadie sabe lo que significó —y aún significa, a pesar del tiempo y el dolor— Bellatrix para su vida.

Recuerda a la niña de cabello oscuro y ojos negros apartando a todos a su alrededor para caminar hacia adelante con la frente en alto. Su rostro denotaba orgullo y soberbia, rasgos tan inherentes a la familia Black como la característica mandíbula cuadrada que todos en su familia poseían. Amelia recuerda cada detalle, cada suceso, incluso la voz del Sombrero Seleccionador y la expresión satisfecha de Bellatrix cuando caminó hacia la mesa de Slytherin.

No fue una sorpresa para Amelia ver que la primogénita de los Black fuera seleccionada para la casa de Salazar Slytherin porque ella sabía que toda su familia había vestido el verde y plateado, y ella no iba a ser la excepción a la regla. Además, pensó en ese momento de ingenuidad infantil, si todas las cosas que había escuchado de su padre eran ciertas, Bellatrix también había heredado la astucia, presunción y altanería que todos los miembros de la Más Noble y Antigua Casa de los Black poseían.

Al principio, recuerda con desazón, fue satisfactorio descubrir que sus primeras suposiciones habían estado en lo cierto, pero luego, cuando rogaba por encontrar algo de razón en esa mirada frívola, lamentó profundamente que Bellatrix se atuviera tanto a las normas establecidas por su familia.

—No estoy aquí para pelear y vencer —dice Voldemort en un siseo que le pone la piel de gallina—. No es mi intención derramar más sangre mágica y valiosa, no he venido para acabar con una de las brujas más brillantes de nuestro tiempo. Solo quiero hablar.

—Sé lo que quiere y he de reafirmar que la propuesta no me es tentadora... y ni siquiera su presencia servirá para hacerme cambiar de opinión —responde Amelia—. Temo que se irá de esta casa con otra decepción —añade con una sonrisa.

—¿Realmente?

—Ni siquiera tú puedes tenerlo todo.

La muerte nunca se ha sentido tan real como en esa ocasión y quizá sea esa la razón por la que se permite hacer algo que no haría en un duelo real. Nunca ha bromeado con algún otro adversario, nunca ha dejado salir ese lado divertido y espontaneo que ni siquiera sabía que guardaba. Pero allí está, con la muerte respirando en su nuca y una sonrisa vacilona que curva a sus labios.

Y, tal vez, esa también sea la razón por la que su mente continúa vagando en sus recuerdos de la adolescencia, reviviendo esos momentos tan lejanos que casi se sienten ajenos... ajenos hasta que Bellatrix aparece como un huracán y Amelia se dice que es imposible que eso le haya pertenecido a otra persona.

Y se deja arrastrar...

Bellatrix Black, rememora con una sonrisa, era la personificación misma de una masa de energía y vitalidad; era brillante, inteligente, bonita y absolutamente habilidosa. Lo suyo era talento innato para la magia y eso, según ella, le daba el total derecho de mostrarse arrogante y presuntuosa con el resto de sus compañeros.

Huesos negros | BELLATRIX X AMELIA AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora