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Dos años habían pasado desde el inicio de aquella pelea que poco a poco se fue transformando en una guerra, en donde ambas partes no parecían tener intenciones de ceder.

Nadie sabía realmente el por qué comenzó aquello ni tampoco cuál sería la compensación que obtendría el bando ganador. ¿Riquezas?, no, eso es algo que todos ellos tenían de sobra; ¿territorios?, no, eran muy jóvenes y estúpidos para pensar que tener terrenos a esa edad sería beneficioso para sus futuros; ¿poder?, tampoco, de qué serviría tener poder en Angelecia si pronto todos partirán a diferentes partes del mundo para comenzar a pavimentar el camino hacia sus futuras profesiones.

La realidad era que ninguno de los compañeros que compartían salón con los implicados en aquella guerra entendían la situación. S'Çabían que todo habría empezado en cuarto año de secundaria, luego de que una de sus compañeras comenzara a recibir bullying por parte de otra chica. Nunca supieron realmente la razón del pleito, sospechaban razones, sí, pero nunca lograron confirmar sus conjeturas.

Claramente, aunque para todo el mundo resultaba estúpida la situación, para Katania y su grupo de amigos esto no era un juego. Para ellos esta lucha era muy importante, y harían hasta lo imposible para ganar. Aunque a los ojos de los demás no parecían muy entregados a su misión. Al menos no esa tarde en particular, en la que se encontraban jugando a las cartas en un parque de la ciudad de Arizel, la cual estaba justo al lado del Río de la Plata, en Buenos Aires, Argentina.

—¡Gané! Mi premio, lo quiero ahora. ¡Dame, dame! —exigía la más joven del grupo, Clarissa, mientras extendía su mano, abriendo y cerrando la misma; esperando impaciente para que se le pagara su parte.

 Katania, a regañadientes, le entregó su bolsa llena de dulces a su ahora no tan querida amiga. Clara, ante la expresión de disgusto, simplemente sonrió triunfante para proceder a comer lo que había ganado al vencer en aquel juego de cartas, el truco.

Los cinco chicos se habían escapado de sus responsabilidades para ir a la pista de skate, pero resultó que no estaban de ánimos para ello, aquél día de verano estaba bastante sofocante, así que decidieron ir al parque, aprovechando la sombra que los árboles les brindaban, para jugar con las cartas que Clara había traído.

Los gemelos Leiva, amigos de infancia de Katania Britt y cofundadores de su grupo "Los plebes", acompañaban a las chicas, y esto no era de extrañar. Lo raro se hallaba en que Peter, el mayor, los estaba acompañando esa tarde.

Se encontraba recostado cómodamente contra un árbol cercano, leyendo una novela de época que le fue prestada por la jovencita Peralta, pero su hermano, por otro lado, estaba concentrado en arrojar unas bolitas púrpuras; que tomó de un árbol, a su mejor amiga. La cual mantenía su cabeza apoyada en la mesa, lamentándose por haber perdido.

Mientras tanto, la mayor de ellos, María Peralta, quien les llevaba un año de edad, se mantenía alerta, pero sin dejar de lucir elegante y tranquila mientras bebía el batido que compró momentos antes. 

—¡Hey!, ¿saben de lo que me enteré? —pronunció Clara repentinamente, llamando la atención de sus amigos; quienes dejaron lo que estaban haciendo para poder prestar suma atención a lo que diría.

Y no hay que mal entenderlo, ellos no solían estar metidos en la vida de los demás, bueno, Katania quizás era algo metiche, pero ese tema no es de importancia. Lo que sí importaba era que aquella información saldría de la mejor informante del grupo, por lo tanto, si ella tenía interés en compartir algo, seguramente sería de interés para ellos también.

—Resulta que Candela —Al observar sus miradas expectantes y la duda en sus ojos se apresuró a decir—, sí, esa Candela, está comprometida.

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