La cima del monte

2.8K 506 292
                                    

Todos somos sacados de la oscuridad.
En este mundo a través de la sangre y el dolor.
Y en lo profundo de nuestros huesos.
Las viejas canciones están despertando.
Así que cántalas con voces de trueno y lluvia.
Somos los hijos salvajes de nuestras madres.
Los que corren descalzos maldiciendo piedras afiladas.
Somos los hijos salvajes de nuestras madres.
No nos cortaremos el pelo, no bajaremos nuestra voz.
Savage Daughter - Sara Hester

—・—

En sueños se vio a sí mismo de pie al costado del muelle privado de su madre. Las luces de sol resplandecían sobre los lagos y lotos haciéndoles parecer piezas de joyería esparcidas a lo largo y ancho del territorio. Había una suave brisa revolviendo sus cabellos y túnicas que, curiosamente, poseían los tonos propios de la secta Jiang y Lan. Desde la lejanía oyó el murmullo de una dulce melodía que se le hizo familia; una canción de cuna común en la región de Yunmeng que conoció hace años de labios de su hermana.

Curioso se aproximó hacia la fuente del sonido y halló, sentada en una silla de madera tallada, a una mujer con túnicas púrpuras sosteniendo un bebé entre sus brazos. El aroma proveniente de la omega le hizo sentir nostalgia puesto que le recordaba a su madre. Llorando eliminó los metros que le separaban de Madam Yu, mas cuando se detuvo frente a ella lo que sostenía entre sus dedos era un capullo de flor de loto y no el bebé al cual le cantaba hace unos segundos. Jiang Cheng soltó un sollozo audible al momento en que sus ojos se posaron en el rostro de belleza afilada que observaba fijamente el atardecer que comenzaba a construirse en el horizonte. A Jiang Cheng le pareció que este ocaso simbolizaba el declive de la vida de su madre y la inevitable partida del plano mortal.

Sintió que una enorme piedra se aposentaba en su corazón y rápidamente se desmoronó sobre sus rodillas junto a las piernas de Madam Yu. Atribulado debido al peso de las emociones que tanto se esforzó por contener, Jiang Cheng apoyó la cabeza en el regazo de su madre y entonces lloró. Lloró ruidosamente, lloró de la misma forma que un bebé cuando necesita el consuelo de su progenitora, lloró porque necesitaba liberar esta montaña de dolor que le estuvo aplastando durante días. Parecía que las lágrimas nunca cesarían pero, en este plano onírico, a Jiang Cheng no le importó. Quería hacerlo porque luego de tanto añorarlo se le permitió derramar sus tristezas en las faldas de la mujer que tanto ama y extraña.

Solo entonces Madam Yu inclinó la mirada sobre su hijo, había una sonrisa triste en su semblante pero también orgullo. Acarició dulcemente los cabellos de Jiang Cheng y no cesó hasta que los bramidos se apaciguaron progresivamente.

—A-Niang —lloriqueó abrazándose a sus piernas—, te extraño tanto, tanto, que a veces pienso que mi corazón no será capaz de soportar tanta pena.

"Tu ausencia duele, A-Niang. ¿Por qué tenías que partir tan pronto? ¡No sabes todas las cosas por las que tuve que pasar! —exclamó de pronto levantando la cabeza para verla—. Pensé que moriría. . ."

La mujer guió su mano al rostro de su hijo para secarle las lágrimas con lentitud. Luego, se inclinó y le estrechó entre sus brazos con aquella característica brusquedad de siempre. —Estoy tan, tan orgullosa de ti, Jiang Cheng —expresó restregando su mejilla contra la de Jiang Cheng—. Mi pequeño, mi flor, el único que pudo derrumbar al sol y resistir el fuego.

"Has inundado el corazón de tu madre de alegría —añadió y de pronto lo que estrechaba entre sus brazos no era un joven de dieciocho años sino un pequeño de diez—. Creciste tan bien, mi pequeño, mi flor. Y por fin tu madre podrá marcharse al eterno reposo.

La flor que mancilló al fuego., xichengDonde viven las historias. Descúbrelo ahora