Parte 1 Salto de Fe

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En un día de los más común que puede haber, dentro de una estación de metro llena de espectaculares colgados en la pared anunciando medicinas, artículos deportivos o propagandas políticas. La gente transitaba por los diferentes andenes, contemplando las obras de artes que se presentaban en esa estación como una manera de fomentar la cultura entre los usuarios; bajaban y subían por las escaleras eléctricas para ingresar o salir de la estación; mientras que algunas personas más observaban los puestos en los que ofrecían: bebidas, lentes oscuros, perfumes, recargas para celular o revistas.

Hacia más calor que de costumbre en esos inicios de primavera, era difícil mantenerse en los andenes sin utilizar algún ventilador improvisado, y ni siquiera la brisa de aire que los trenes despedían ayudaba a confortar a los pocos usuarios que circulaban cerca de las vías o a los asesores de las casetas de información.

Todo era tan natural como cualquier otro día dentro de la estación. Sin embargo, para un par de personas que esperaban de pie a la orilla del andén las cosas no eran tan comunes. Natalia y Erick, separados por las vías de cada uno de los andenes en la espera de sus respectivos trenes; solo de pie, a veces caminaban sin alejarse de la orilla, revisando el teléfono o cambiando de canción en el reproductor. Cada uno en sus propios asuntos, cada uno con sus propios problemas.

Erick es un chico de veintiséis años, alto, delgado y moreno, de cabello corto puntiagudo y oscuro, tiene ojos color ámbar. Es un joven alegre, trabajador, viviendo de forma independiente; aunque carece de decisión, confianza y una meta de superación personal o profesional. Veía su vida pasar con tranquilidad y sin preocupaciones, pero no sentía que la disfrutaba, nunca sonreía de forma honesta y parecía que iba a continuar de esa manera sin que nada lo cambiara. Hasta que algunos días atrás, en esa misma estación vio por primera vez a Natalia; frente a él de pie al otro lado del andén, contemplando el oscuro túnel en espera de su transporte.

Natalia por otro lado no sabía que llevaba días teniendo un admirador. La chica de veintitrés años de edad, bajita, morena clara con el cabello largo y negro hasta la espalda, con ojos de color cafés. Llevaba ya algún tiempo sufriendo demasiado de maltratos por parte de sus familiares, también decepciones amorosas y una terrible soledad que la habían llevado a un estado de depresión severa, la cual se reflejaba en su mirada y su apariencia delgada. A pesar de que su forma de ser era la de una chica fuerte, decidida, que se esforzaba en su trabajo, todo por lo que pasaba habían consumido todas sus energías y ganas de vivir.

El día en que Erick vio por primera vez a Natalia, fue amor a primera vista. También había sido el día en que ella, cansada de su situación, pensó que la única manera de acabar con el sufrimiento que la tenia harta, era quitándose la vida. Estaba de pie en ese mismo andén, observando las vías y esperando a que el convoy arribara a la estación para saltar enfrente de él. Erick la observo, pensando que nunca había visto una chica más linda en toda su vida, pero creyó que alguien como ella nunca se fijaría en un tipo como él, así que solo se quedo ahí de pie con la música de su mp3 a todo volumen reproduciendo una de sus canciones románticas favoritas.

Mientras que Natalia desconsolada, dejaba que unas cuantas lágrimas se deslizaran por sus mejillas ausentes de color, pensando que dentro de poco el dolor desaparecería. Se escucho el tren que se acercaba desde el fondo del túnel y la triste chica pudo verlo al fin; cerró los puños y los ojos con fuerza detestando todos los aspectos de su vida que la habían orillado a eso y comenzó a avanzar. El tren llego a su destino y se detuvo abriendo sus puertas para que los usuarios pudieran ingresar, sin embargo, Natalia continuaba ahí; no tuvo el valor suficiente para acabar con su vida, abrió los ojos y entro buscando el rincón más solitario del tren. Una vez que estuvo segura de que nadie la veía, el llanto se hizo presente, sus gemidos de dolor eran apagados por su bolso, y su tristeza estaba en un punto en el que posiblemente ya no disminuiría.

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