Karlie miró a la distancia; se veían los canales de Venecia, se podía ver el mundo y su felicidad también. Plasmada en el agua, plasmada en los pequeños botes que recorrían la ciudad con paseos románticos y representaba todo lo que más amaba. No, no por la ciudad: sino por quién la acompañaba.
Taylor estaba durmiendo, había sido una noche... Una noche que no podría describirse en palabras; se necesitaba algo más humano para hacerlo, se requería pasión y caricias furtivas en la habitación del hotel — que por supuesto se dieron -, besos y suspiros. Pequeños gritos desgarradores que quedaron tatuados en las paredes; única muestra de su amor. Y la admiraba a una distancia prudente, los metros necesarios en los que todo observador se pone para poder apreciar, con amor y la elegancia necesaria, una obra de arte que no habla por sí sola. O en realidad sí, pero hacía falta un poco más de conocimientos para poder saber bien. Entender de verdad.
Y es que si alguien venía ahora mismo e irrumpía en la habitación — cualquier persona - , podría entender por qué la miraba dormir con las sábanas enredándole el cuerpo y los sueños. En su cara danzaba una sonrisa, quién sabe por qué. En su piel aterciopelada y fría se veían marcas inexistentes, rasguños de un amor que tenía que ser moldeado en el cuerpo de quién se ama. Entonces, ahí estaba Taylor y ahí estaba todo el cariño que necesitó depositar en ella.
¿Qué podía hacer ahora? Porque despertarla no era una opción. Y era una lástima que se estuviese perdiendo de tal espectáculo que la ciudad — aquella ciudad que se ahogaba entre tanta agua y amor de las parejas — representaba para ellas en la noche. Luces perdidas que iluminaban su alma, resaltaban lo que sentía; ¿y qué sentía? Amor. Amor como nunca. O, en realidad, que la ciudad se estuviese perdiendo del espectáculo que era ver a Taylor dormir.
Una pequeña brisa le recorrió el rostro y el cuerpo semidesnudo, la baranda de hierro le dio frío por primera vez y decidió que había sido suficiente, tenía que entrar. Recostarse a su lado e inhalar su perfume, deleitarse con su rostro y la sonrisa que seguía allí, intacta y resplandeciente; manteniendo en secreto sus sueños más profundos y alegres, la inocencia de una niña que podría estar deleitándose, en su mente, con un parque repleto de mariposas y hamacas. Momentos felices, supuso.
- Karlie... - susurró entre sueños. La abrazó con fuerzas y apoyó su nariz en el cabello.
No quería despertarla pero lo hizo, quién sabe cómo. Ahora los papeles se invertían y quién cerraba los ojos y se dejaba embelesar era ella. Porque también necesitaba un poco de afecto y que dos manos repletas de magia le recorrieran el rostro y cada uno de sus rasgos; dejando suaves besos por toda su cara y arrancándole una risita que jamás permitió, pero tampoco podía retenerla.
- ¿Hace cuánto estoy durmiendo?
- Diez años. — contestó seria y se preparaba para escucharla reír.
- Bueno, fueron unos hermosos diez años entonces. Porque me despierto y te encuentro a mi lado y, además, diez años soñando contigo... No parece algo malo.
Así que soñaba con ella y le tiraba la confidencia así como así, después de que se había pasado una hora entera preguntándose por qué sonreía tanto y qué era lo divertido. Momentos felices, recordó. Sí, tal vez sí habían sido felices si se trataba de ellas dos a lo largo del tiempo... Estancadas en Venecia para siempre, recorriendo los canales día y noche. Bajo la lluvia, bajo las estrellas o bajo sus mismas miradas que podían ser mejores que cualquier espectáculo.
O tal vez recorrer el mundo, sin que nadie las reconociera en ninguna parte. Que ella no fuera más Karlie Kloss, que Taylor no fuera una cantante famosa. Sonaba hermoso. Ambas, juntas y enamoradas — como siempre y como nunca -, yendo de un lado para el otro como con Big Sur. Como ahora en Venecia. Pero con países desconocidos para ellas, países pobres pero repletos de cultura y gente de lo más simple; la simpleza y humildad a la que necesitaban aferrarse siempre ya que era lo que las mantenía de pie todos los días.
Sí, ¿por qué no?
- ¿Qué soñaste?
No. No. No. Mil veces no.
La mirada que le dio no podía significar nada muy... Nada muy tranquilo, podría decirse. Y menos aún cuando se dio cuenta que poco a poco comenzaba a besarle el cuello y a posicionarse arriba de ella. Taylor había comenzado a llevarla a territorios en donde no ejercía ningún control; y eso que había sido siempre la que tuvo el carácter más fuerte. Pero cuánto más creía que se conocía, llegaba ella con una máquina demoledora y tiraba al vacío todos los esquemas que alguna vez se pudo haber puesto en la vida. "Dominas en la relación" y no, tampoco era así. En muchas otras más también, salvo que ahora, por culpa de una rubia extorsionadora y abusiva, era incapaz de concentrarse en poder enumerar en qué otras cosas se encontraba equivocada.
Y tampoco es que importara mucho porque el cuerpo, su cuerpo, estaba pidiéndole que hablara otro idioma. Que comenzara a preocuparse porque las terminaciones nerviosas le iban a abandonar el cuerpo y no sabía cuánto más era capaz de resistir; suspiró y gritó, exclamó, suplicó un poco más. Tan sólo un poco más. Entonces Taylor la miró, otra sonrisa, otra mirada que escondía tantas cosas. Más besos clandestinos que corrían a encubrirse entre los canales de Venecia y se ahogaban en el agua, en las construcciones antiguas y, si podían, se refugiaban en el resto de Italia, de Europa. Incluso en París, en el Puente de las Artes donde se apegaban a su candado, a su llave y ahí se quedaban porque era donde se hallaba el sello de un amor tan puro como el arte puro. Un arte que las representaba de lo más bien en ese momento exacto en el que Taylor se embrollaba en ella, cuando no podía definir sus emociones y mucho menos las partes de su cuerpo. Se mezclaban, se fundían porque sus piernas ahora no eran sus piernas y su amor no era su amor; su pasión pasó a pertenecerle a alguien más y el grito que acaba de salir de su garganta no era de ella, tal vez era de Taylor. Porque ella era de Taylor y Taylor era suya. Entonces ya no sabía en dónde terminaba y en dónde empezaba todo, y si es que había una línea que delimitaba las cosas.
Pero un roce de más hizo que las paredes dejaran de girar y todo se tranquilizara un poco, que su respiración fuera regular y que el corazón, que estaba a punto de salir corriendo de su pecho, se atara a él y se quedara ahí fijo; tratando de reorganizarle todos los sistemas.
Buscó, con necesidad, apoyarse sobre el cuerpo de Taylor e inhalar su perfume. Perderse y reencontrarse en ella, en su cuello, en su clavícula que tanto amaba morder; en tantas zonas hermosas.
Y sintió, con una fiereza abrumadora, que ahí era su lugar en el mundo. No, no en Venecia y menos en Italia. Era ahí, justo ahí. Cuando sentía dos manos susurrándole caricias melancólicas en el rostro, con una chica tan hermosa que era imposible creerlo, que la miraba con adoración; como si no hubiese visto algo tan perfecto en años. Y supuso que la miraba de la misma forma por el amor mutuo que se sentían.
Quiso hablar, decirle que quería quedarse allí para siempre. No en Italia, sino en la cama. Sintiendo la protección de las paredes y sin que los medios se metieran en el medio, sin nadie juzgándolas y amenazando con que ambas carreras podrían acabarse si algo salía a la luz... Pero nada salió. Sólo una mueca y un casto beso en los labios. Aunque con eso sólo, entendió.
- Todo va a estar bien. No te preocupes. Nos amamos y eso es suficiente.
Y lo era, al menos por ahora.
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Karlie loves Taylor
Ngẫu nhiênKaylor FANFIC Tanto Karlie como Taylor, son mujeres. Si estas en contra de este tipo de relación, directamente, no leas.