Prólogo
La brisa rozó mi pelo y lo guio hacia la playa, donde el agua terminaba su camino y emprendía uno nuevo. Me sentía en paz, libre; más bien, liberada. El mar siempre tenía ese efecto en mi: me vaciaba por dentro para reconstruirme el alma. Los pies descalzos sobre la arena, el ruido de las olas rompiéndose, la risa de algún pájaro feliz de haber cazado a su presa... la magia de la costa.
Tengo una teoría de la que estoy plenamente convencida: el mar cura. Cura heridas superficiales, como esas que nos hacemos de niños cuando nos caemos en el parque, pero también aquellas que duelen por dentro cuando ya no somos tan pequeños. El mar sana, desinfecta, cuida y protege. El mar es terapia y medicina. Pobres aquellos que no lo tienen cerca.
Pisé fuerte intentando romper el agua y, a los pocos minutos, me descubrí mojada hasta el último pelo de la cabeza. Había sido un día largo, de esos que parece que nunca vayan a terminar, y esos días siempre me gustaba terminarlos en mi lugar favorito.
Había sido un día duro, largo y doloroso, pero ya había terminado. Si tenía mi mar, lo tenía todo.
Capítulo uno
Nueve y veinticinco de la mañana. El sol brillaba mientras bailaba por el cielo completamente azul como cualquier día de verano en Valencia. La oficina, en la última planta del edificio más alto de la ciudad, desprendía tensión por doquier. ¿Dónde estaba Danna? ¿Por qué no estaba ya en su despacho en uno de los días más importantes para la empresa? ¿Se había vuelto completamente loca?
Antes de que pudiera cundir más el pánico, salí del ascensor. Allí estaba, con aquel traje negro de americana corta que resaltaba mi pelo rubio, el mismo que se había empapado de agua salada la noche anterior. Tenía que cerrar el contrato más importante que había olido mi empresa, la apertura de 15 tiendas en el país de la aventura y los bichos venenosos: Australia.
-A buena hora.
Eché un vistazo al reloj sin mirar a mi secretario.
-Me sobran dos minutos.-Entré con la cabeza bien alta al despacho y escuché como Marcos cerraba la puerta detrás de mí.
-Tienes 15 minutos para convencer al australiano de que es una buena idea abrir quince tiendas en sus centros comerciales.-Dejó los apuntes sobre mi mesa y se apartó para que la cámara no lo captara.-15 minutos, Danna.
Siempre había sido fácil trabajar con Marcos. Fue mi primer secretario cuando abrí la empresa de zapatos, en un inicio en el que solo éramos cuatro en el equipo, y seguía conmigo cinco años después, cuando más de setecientos empleados formaban parte de todo aquello. Todo había pasado muy rápido, los zapatos comenzaron a gustar entre la población adinerada y terminé codeándome con las estrellas más conocidas del país en tan solo unos meses. Fue bastante sorprendente pasar de vivir con mis padres a despertarme un día, con una resaca increíble, en el sofá cama de una actriz cuyo nombre no me dejan decir pero fliparíais si lo supieseis. Fliparíais. De verdad. No insistáis, que no puedo decirlo.
-Me dijiste que el tío hablaba español, ¿no?
-Sí, nació en España. Se llama Pablo, tiene 27 años y es uno de los empresarios con más poder de Australia. Jode este contrato y dimito, Danna. Lo juro por mis hijos.
-Marcos, no tienes hijos.
-Ni tu prisa. Venga, dale al botoncito y empieza a elogiar al hombre este, que tiene que estar harto de tanto esperar.-Tan solo había pasado un minuto de la hora acordada pero Marcos era Marcos.
-¿Cómo has dicho que se llamaba?
-Pablo, Danna, ¡Pablo!- Marcos siempre se desesperaba cuando no estaba 100 % preparada en reuniones tan importantes como aquella, pero tenía tan poco tiempo, que lo último que me apetecía al llegar a casa era investigar al hombre que tan solo se encargaba de decir "sí" a la pregunta: ¿oye, buen hombre, puedo poner alguna que otra tienda en sus centros comerciales, por favor?
Apreté el botón de aceptar y aparecí de repente en la pantalla de mi ordenador. Me aparté el pelo delicadamente, me sonreí a mi misma y me acomodé en la silla para empezar la reunión de mi vida. Sí, de mi vida, literalmente, aunque en ese momento aún no lo sabía.
-Buenos días. ¿Se me escucha?-Un chico joven apareció en la pantalla de mi ordenador destacando ante un fondo blanco estático.-¿Hola?
-Buenos días. Se le escucha perfectamente.
Llevaba cinco años haciendo ese tipo de reuniones y aún no había conseguido que mis palabras sonasen seguras. Ser empresaria es difícil, pero lo es todavía más cuando eres una mujer. Aunque el panorama está cambiando poco a poco, la mayoría de empresarios son hombres con un mismo perfil: mayores de 40, montados en el dolar, cuestionablemente casados y con tres o cuatro chiquillos que no saben quién es ese hombre que solo se acerca a casa algún que otro fin de semana. Lo sé, no está bien generalizar; en mi opinión, solo el 90 % de los empresarios comparten ese perfil, simplemente es probable que aún no haya conocido al otro 10 %.
-Por favor, túteame. No soy mucho más mayor que tú.-Soltó mientras se hacía unos papeles de su mesa y los ordenaba hasta que pareciesen uno. -¿Cómo estás, Danna?
Miré la pantalla con más detenimiento, centrada en la imagen de aquel hombre. Marcos me hacía señas para que hablase desde una esquina de la habitación, donde estaba sentado escuchando la reunión para asegurarse de que todo iba bien.
-Habla, coño.- Gritó en susurros Marcos con las manos alrededor de la boca.-¿Se puede saber qué te pasa?
-¿Pablo?-Pregunté de repente haciendo caso omiso a Marcos, fuera ya del trance.
Mientras Pablo reía y yo pestañeaba para intentar entender, Marcos sentía que iba a empezar a hiperventilar en ese mismo instante. Parecía que el único que lograba entender algo era Pablo, quien sonreía desde el otro lado de la pantalla disfrutando de la situación.
-Hola, Danna. Veo que no te ha tratado mal la vida.
-Por lo que veo, a ti tampoco.
Pablo Noruega. Quién me iba a decir a mí que iba a volver a cruzarse en mi vida después de tanto tiempo. Es irónico como a veces la vida se parece tanto al mar. Si te pilla desprevenida, es probable que sus olas se lleven algo tuyo, lo engullan y lo suelten a la deriva en algún lugar muy lejano, donde nunca podrás alcanzarlo de nuevo. Sin embargo, las olas a veces se apiadan de ti y, cuando menos te lo esperas, te lo devuelven. Quizás ese algo ya no tiene la misma forma, quizás el agua y los años lo han cambiado, pero sigues sintiéndolo tuyo. La vida, muchas veces, hace una jugada parecida.
ESTÁS LEYENDO
La teoría del mar
RomanceTengo una teoría de la que estoy plenamente convencida: el mar cura. Cura heridas superficiales, como esas que nos hacemos de niños cuando nos caemos en el parque, pero también aquellas que duelen dentro cuando ya no somos tan pequeños. El mar sana...