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(agosto de 2016)

A Ceric siempre le gustaron los amaneceres, pero ese lunes no se despertó para verlo. Le gustaban los tonos violetas, rosados y naranjas que ofrecía la vista desde su balcón, pero prefirió sostener su sueño por una hora más.

Apenas podía abrir los ojos: los sentía como si sus parpados estuvieran cosidos. Logró parpadear. Despabiló un poco, pasó sus manos por su cara, sacudió sus hombros y se levantó de la cama. No podía creer lo mucho que había dormido.

Tomó un baño rápido y casi se resbalaba cuando salía de la regadera. Se lavó los dientes antes de salir.

Secaba su cabello con una toalla cuando su madre le gritó desde las escaleras:

—¡Ceric! ¡Vas a llegar tarde!

—¡Ya voy! —respondió.

Ceric no quería parecer llamativo el primer día de clases. ¿Quizá unos vaqueros medio rotos y una camisa debajo de una cazadora color café? Si, no estaba nada mal, le decía a su reflejo del espejo. Y empezó acomodar las cosas de la escuela en su mochila; metió las dos libretas de su escritorio, las plumas seminuevas del primer cajón de la izquierda, y un libro del estante.

Ni siquiera se peinó, aunque no le hacía falta. Pero roció un poco de perfume sobre su cuello, era importante. A continuación, abrió la puerta de su habitación y bajó las escaleras mientras tarareaba su canción favorita. No sabía el nombre, pero recordaba la melodía.

Su madre le esperaba acostada en el sillón más largo. Acababa de despertar y su cabello era un desastre. Andaba en bata y pantuflas de cachorrito. En la mesa estaba una humeante taza de café. Solo quería desearle un feliz día a su hijo.

—¿Otra vez tarde? — le dijo a su madre cuando la vio.

—Si, lo sé—Ella se sentó sobre sillón—. Volvieron a pelear en el trabajo, y ¿adivina a quien le tocó recoger todo el desorden del jaleo?

—A ti—acertó Ceric.

—Exacto.

Rieron. Ceric la abrazó.

—¿Vas a pasar con el señor Baher?

Ceric asintió.

—Muy bien—Lo besó en la frente—. Entonces ya vete.

—Te quiero, ma— dijo Ceric mientras la puerta se cerraba.

—Yo también— alcanzó a decir antes del chasquido de la cerradura.

La cafetería adornaba la calle de casas de concreto con su decoración rustica de los 40's; con su acabado de madera, columnas de tabique rojo, fotos en blanco y negro y teteras viejas. Los clientes sentían que regresaban en el tiempo. A Ceric le gustaba ir allí desde que tenía seis años. Se divertía cantando las viejas canciones de Frank Sinatra que emanaban del tocadiscos, además de ayudarle al señor Baher recogiendo los platos y tazas de café medio vacías de las mesas y cubículos.

Raúl Baher. Un hombre corpulento de cincuenta y tres años, cabello negro con un mechón canoso que adornaba su frente; no tenía barba ni arrugas, como si los años no estuvieran pasando por su cuerpo. Alguna vez fue un cantante de Jazz, con la voz similar al señor Dean Martin. Además, era el amigo de la familia. Prefería que Ceric le llamase "Señor" y no "Tío": lo hacía sentir incómodo.

El hombre arreglaba una tubería del lavaplatos con una llave inglesa. Maldecía por no poder tapar la fuga del tubo, lo que era la rutina de cada día. Ceric entró en la cafetería y una campanita anunciaba su presencia.

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⏰ Last updated: Sep 10, 2022 ⏰

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