1 El club les da la bienvenida...

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Nunca antes un tema había estado tantos días en boca de todas. Ya había pasado una semana desde que ella se había inscrito en la academia de mujeres, pero aún se seguía hablando del tema. Yo me inscribí hace un mes y pasé desapercibida. Al día siguiente, era una más. No era que me moría por conocerla, con solo saber quién era la susodicha, de quién se hablaba tanto, me conformaba.

- Hoy vamos a seguir trabajando en esa respiración y braceo. Dijo mi instructor Domínguez –hombre serio de ascendencia italiana, de unos cincuenta y tantos años de edad, alto como de 180 cm., cabello castaño (ya se le notan las canas y la ligera calvicie). Y sus tres hijas (de 15, 25 y 35 años) avalaban que no era un mañoso pedófilo al acecho de todas las señoritas de la academia. Que más decir de él...Es uno de los instructores más queridos por todas.

Yo aún no dominaba muy bien el braceo y la complicada combinación de respiración, movimiento y agua. Estaba esperando mi turno en la fila para nadar, cuando de pronto sentí dos manos tocando mis pantorrillas bajo el agua. No grité pero me sorprendí. Cosas así suceden casi todo el tiempo en la piscina. Vi cómo una cabeza se asomaba a la superficie. Los segundos más largos que he sentido...

- Disculpa –me dijo riendo una hermosa castaña de ojos verdes– venía con los ojos cerrados y cuando los abrí ya estaba cerca de ti...

- ¿Por qué llevas bikini? – estúpidamente fue lo único que se me ocurrió decir.

- ¡Ah! Aún no me compran el traje de baño, recién entré hace una semana. Soy Valeria.

- Yo Sofía –me sentí como un Neanderthal– digo, me llamo Sofía, ¿no tendrías que estar braceando?, ¿a Domínguez no le molesta que lleves bikini? –estaba totalmente distraída por el bikini que llevaba puesto y no me siento culpable por ello...

- Tranquila –me respondió riendo– me lo compro la semana que viene. Guiñó un ojo mientras se zambulló en el agua nuevamente y desapareció.

Todo el mundo me quedó mirando, sentí cómo un tremendo calor subía desde mi espalda hasta mis orejas y mis labios. Me sumergí lentamente bajo el agua.

Ya habían pasado unos días desde ese encuentro tan vergonzoso con Valeria en la piscina. No había vuelto a hablar con ella, la veía eventualmente en clases, no cruzábamos palabras; solo nos mirábamos. Por causa del destino el instructor nos colocó en grupos distintos así que solo la veía de lejos y rara vez coincidíamos en la misma piscina, o peor aún, en el mismo horario. Pero cuando coincidíamos ella me miraba y yo... Yo pretendía que no.

Raquel y Katherine eran mis amigas (Raquel más que Katherine, no por ser mala, sino que sentía un pequeño gusto por Katherine y eso evitaba que le confíe cosas que le confiaba a Raquel). Las tres estábamos en el mismo grupo: 2B. Raquel casi nunca participaba en los campeonatos: casi siempre le daba positivo en sus pruebas de antidoping, y no era porque tomaba suplementos "especiales" sino que se drogaba casi siempre. Ella consume marihuana y a veces coca. Sus padres lo sabían y por eso la inscribieron en la academia. Raquel viene de una familia adinerada con influencias en casi todo Lima. Su padre es congresista, con eso digo casi todo. Yo me junto con ella porque a pesar de que sea una persona casi "dependiente", tiene un sentido de confidencialidad y lealtad que hasta la podrían aceptar en la C.I.A; además, no es de esas que se drogan y quieren que todo el mundo a su alrededor lo haga.

Por otro lado, Katherine era la otra cara de la moneda. Una chica tímida, inteligente, primera en sus clases. El único detalle era que sus padres la mandaban al psicólogo por un problema de autoestima, en una ocasión trató de quitarse la vida (esa es otra historia). El psicólogo recomendó: "...necesita nuevas metas, algo didáctico en donde utilice más sus habilidades motoras y se relajen las intelectuales..." y la inscribieron en las clases de natación.

Yo en medio de las dos (no era la más "normal") me sentía cómoda, no tendría problemas de autoestima (eso creo), ni problemas con las drogas, pero llegué aquí como el resto de las chicas. Nunca me sentí parte de algo, siempre sentía que estaba en el lugar y momento equivocado, prefería trabajar sola y no me gustaban las multitudes; no iba a centros comerciales (los odiaba), ni a eventos que concentrara más de treinta personas (era todo lo que podía soportar). Un día descubrí que estando ebria no me afectaban las multitudes, así que ese era mi truco: estar ebria...casi todo el tiempo. Así que el doctor Díaz (psicólogo que le recomendaron a mis padres) ordenó: "...trabajar más en equipo, requiere de una actividad en donde desarrolle sus habilidades sociales y trabajo en equipo usando sus habilidades individuales, ocupar su tiempo libre en actividades que le demanden archivar un logro...". Conclusión: me inscribieron en natación.

"Club de Reinserción Águilas Calvas" se llamaba el club para todas nosotras, las desadaptadas sociales. El club abarcaba diferentes divisiones internas: Club Fénix, de natación (al cual yo pertenecía); Club Leónidas, de fútbol; Club Polar, de rugby; Club Pitón, de estrategias, etc. Todos los clubes nombrados con alguna relación a un animal fuerte, inteligente o hábil.

La mayoría de chicas empezaban como yo, Katherine o Raquel: "desadaptadas sociales" pero cuando se "reintegraban" a la sociedad podían dejar el Club o quedarse voluntariamente. La mayoría elegía quedarse. Era una decisión fácil de tomar, la mayoría de nosotras entrabamos sin nada: no amigos, no novios, no familia, no universidad, no instituto. Terminábamos la "reinserción" siendo parte de algo.

Los peces también se ahoganDonde viven las historias. Descúbrelo ahora