Sintió un vuelco en el estómago cuando escuchó el "te quiero" de sus labios en la despedida. Era la primera vez que viajaba sin él, aunque el viaje iba a ser mucho más corto de lo que nunca se hubiese imaginado. Tan sólo tenía que cruzar a la acera de enfrente.
Llevaba días observando el cartel de "se alquila por periodo vacacional" y aunque delante de la gente juraría no haberlo hecho, en ese momento necesitaba poner fin a la vorágine en la que se había convertido su mente. Así que, la idea de pasar un fin de semana en su casa vecina jugando a ser Sherlock Holmes le parecía maravillosa.
Deshacía la maleta de un viaje ficticio hacia una verdad incómoda. Tenía pruebas más que suficientes para saber lo que se le ocultaba, pero esto era algo que tenía que ver con sus propios ojos para terminar por aceptarlo. Así que ahí estaba, volcando su vergüenza en una copa de vino mientras esperaba paciente algún movimiento revelador en el que había sido su hogar los últimos quince años. Por desgracia la sensación de estar cerca, pero a la vez tan lejos, la conocía. Llevaba conviviendo con ella casi dos años. A veces se pregunta qué vino primero, la desilusión o el interés. Quizás llegó todo en el mismo momento, convirtiéndose en un neón luminoso difícil de esquivar aún con los ojos cerrados.
El día había pasado sin pena ni gloria, y no sabía realmente cómo sentirse al respecto. Cuando pensó en el plan, estaba completamente segura de que Bruno no perdería el tiempo en cuanto ella saliese de casa. No había sido así, lo que deshizo el nudo de su estómago pero apretó aún más el de su garganta. La culpabilidad se hizo más latente junto con sus ganas de llorar. ¿Y si estaba tirándolo todo por la borda? ¿Y si en realidad lo había entendido mal y estaban en momentos completamente distintos? Se le agolpaban un sinfín de preguntas que se hacen cuando dejas de pensar únicamente en ti. Quizás había pecado de valiente y esto le quedaba demasiado grande.
La tormenta duró hasta que los faros de un coche iluminaron la calle desierta. Dejó la tercera copa de vino en la mesilla que tenía al lado, y se acercó aún más a la ventana. Si aquello iba a desmontarle la vida, quería verlo con todo lujo de detalle. Unas piernas largas enfundadas en unas botas de cuero salieron del coche y recorrieron los pocos metros que le separaban de la puerta de entrada. Era rubia de pelo muy largo, tan esbelta que parecía salida del anuncio de un perfume tan caro como el que seguramente llevaba. Andaba con la seguridad y firmeza de quien se sabe protagonista de una historia paralela. Y le dio por recordar todas esas tardes tirados en el sofá viendo la tele y a Bruno burlándose de la superficialidad de la publicidad actual. Tanta crítica al plástico y silicona que ahora rodeaban su cuerpo de madurito venido a más. No sabía qué era lo que más le molestaba, su falsa burla o que en su ausencia se refugiase en unos brazos tan distintos a los suyos.
Los vio saludarse en un beso sacado de película, sintió las ganas contenidas de dos amantes que contaban las días para poder estar a solas y, contra todo pronóstico, sintió alivio. En su suspiro se fueron días de incertidumbre, de cuestionárselo todo, dudar hasta de lo más insignificante. Se fueron nervios y ataques de ansiedad por el juicio a sí misma. Y la calma trajo consigo el confort de saber que no estaba loca, que no habían sido imaginaciones suyas y que el amor que un día les hizo creer en un proyecto de vida, se había acabado de forma paralela.
Ahí lo tenía, delante de ella estaba su salida de emergencia. Se reían y compartían una complicidad que sólo te la da el tiempo. Y se sintió libre, tanto que sabía que había llegado su momento. Que por fin iba a hacer lo que su cuerpo le reclamaba. Llamó a Rebeca, que se presentó allí aún a pesar de su reclamo inesperado. Le dio igual la hora, el tiempo y el lugar. Por fin se había atrevido a dar el paso, y su orgullo no era tan grande como para perdérselo. La experiencia le había enseñado que las cosas buenas de la vida llegan cuando más despeinada estás.
—¿Por qué ahora? —rompió el silencio con una pregunta incómoda.
—Vale —suspiró—. Me he propuesto ser sincera a partir de ahora, así que mereces saber la verdad.
Alargó su mano para encontrarse con la de Rebeca, y juntas se dirigieron a la ventana que había sido su fiel compañera durante esas horas.
—Esa de ahí es mi casa, y dentro está mi marido con otra mujer —tragó saliva y prosiguió—. Llevo un año teniendo sospechas de que me engaña, pero después de tanto tiempo juntos necesitaba verlo para estar segura. No he encontrado mejor opción que ésta, aunque te parezca ridícula e infantil.
—¿Y si no hubieses visto nada? ¿Estaría yo aquí?
Ahí estaba la pregunta que no quería hacerse. Esa que quería evitar a toda costa para no admitir que las decisiones de su vida seguían ligadas a lo que hiciese su marido. Que su libertad venía provocada por la de él, que sí se había tomado la licencia de ser libre al margen de ella.
—Seguramente no, tengo que reconocértelo. Soy muy cobarde, llevo muchos años viviendo en pareja y no sólo de forma física. Llevo mucho tiempo tomando decisiones compartidas, pensando en alguien más, dejando a un margen mis intereses propios y priorizando los comunes. No sé lo que significa ser independiente. Me queda grande la libertad —tomó aire y continuó—. Y a pesar de todo, no cambiaría estos meses trabajando a tu lado por nada. Gracias a ti he podido saborear distintos matices de la vida, he recuperado los nervios y las mariposas de las que tanto hablan en los libros. Y puede que no sea la persona más valiente con la que te vas a cruzar, pero te puedo asegurar que tengo muchísimas ganas de seguir experimentando y aprendiendo a tu lado.
Rebeca no necesitó preguntar nada más. Entendía los motivos por los que se había dado en ese momento y no en otro. Ella en su vida también se había sentido patosa ante la libertad. Valoraba la enorme sinceridad y desnudez con la que Laura se había expuesto. Preveía que aquella nueva ilusión no iba a llegar muy lejos, que Laura necesitaría tiempo para estar consigo misma y conocerse en soledad, pero no podía evitar dejarse llevar por lo que tanto había esperado y deseado. Alargó su mano para estrecharse con la de Laura, le acarició el dorso y le dijo sin palabras que estaba ahí, con ella.
Pasaron al tenue salón y el incesante tintineo de la lluvia en la ventana acompañaba a la paz en la que ahora se sumía. Tenía a Rebeca delante, como muchas otras veces, pero ahora la miraba con la libertad de poder recrearse sin sentirse culpable por ello. Acarició su mejilla sintiendo el mundo en sus manos y la adrenalina en la piel. Mientras ella retenía en su cintura el poco equilibrio que quedaba en una vida que se acababa de sacudir. Empezaron a inundarse el cuerpo de agradecimiento en forma de besos, detuvieron las manecillas de un reloj que ya no tenía prisa. Se deleitaron con su deseo contenido y admiraron todas esas ganas de sentir que hasta ese momento se habían prohibido. Descubrieron vértices ocultos de unos cuerpos que, durante mucho tiempo, se habían privado de conquista.
Y fue así como tan cerca, pero a la vez tan lejos, entre líneas nuevas se puso fin a una historia caducada.
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Historias paralelas (Microrrelato)
RomanceCompartir una vida en la que ya ni puedes ni quieres estar.