¿VIKINGOS O VESTIAS?

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Había cesado el fragor de la batalla. Uno por uno fueron apagándose los gritos y lamentos de los heridos. La noche estaba silenciosa y el tiempo parecía suspendido. La luna de otoño, tintada en sangre, brillaba cansada sobre el horizonte esfumado. De tanto en tanto, el aullido distante de un lobo rompía la quietud y hacía que el silencio pareciera más pesado, más fantasmal. Jirones de niebla flotaban sobre el páramo, entre los cuerpos destrozados y mutilados de los muertos. Un muchacho, de no más de doce años, yacía al lado de su padre. Al fondo, elevarse la masa oscura del castillo de LACOCK, con la aguja de su única espada apuntando al cielo.

Dentro del castillo una asustadiza Eileen, aguardaba a escondidas con sus hermanas, su joven e inocente cuerpo no dejaba de temblar. Su padre estaba en combate, contra esas bestias que, sin ninguna razón, ansiaban poseer sus hermosas tierras.

Dominik de bakke observaba cómo sus hombres asolaban el castillo en una búsqueda furiosa de hasta el más insignificante objeto de valor. Los saqueadores subían y bajaban las escaleras que conducían a los dormitorios, derribaban pesadas puertas a puntapiés, vaciaban cofres y arrojaban los trofeos más valiosos sobre una gran tela, tendida ante el jefe. Su espada aun goteaba sangre, la sangre del señor feudal, aquel que sin esfuerzo había matado y sintió regocijo al notar todo lo que este poseía.

Unos gritos desde lo Más alto llamaron su atención, espero paciente por sus hombres los cuales seguro habían encontrado a las integrantes femeninas que hacían falta en el castillo, observo como un sensual y diminuto cuerpo corría escaleras abajo, con una daga dorada en su mano, avanzo hasta situarse frente a la doncella de hermosa cabellera rojas como las llamas más feroces del infierno.

Eileen corría escapando de unos hombres demasiados grandes y toscos, que minutos atrás habían ingresado en sus aposentos con intenciones nada buenas, su pequeña daga, la cual su padre había mandado a confeccionar años atrás solo para ella, yacía en sus pequeñas manos lista para salvaguardar su dignidad y pureza.

Apenas había terminado de descender por los últimos escalones cuando chocó de frente contra una enorme montaña, y se vio precipitada al suelo duro de madera.

Haaa­­ ­— un grito de sorpresa y dolor salió de su boca, cuando unos fuertes brazos la estrecharon bruscamente contra un torso demasiado duro para su gusto.

—Lo siento señor esta perra sajona es muy escurridiza. — Donimik elevo una de sus cejas sin poder creer que este diminuto ser era capaz de burlar siquiera el más regordete y lento de sus hombres. Podía sentir los temblores de la doncella y se sorprendió cuando sus dedos fueron sin su consentimiento a enroscar uno de los hermosos risos, nunca había visto a una sajona con tan hermoso color de cabello.

Con una débil sonrisa retiro su mano y con un brusco movimiento, empujo al hermoso espécimen que tenía contra si al suelo, lo hiso con tanta fuerza que se pudo escuchar el tronar de unos huesos acompañado por un grito de dolor aún más fuerte. Dominik se interpuso, arrancó la redecilla de la cabeza de la joven. El hombre vikingo envolvió su mano en aquella sedosa melena y obligó a la muchacha a ponerse de pie. Después la arrastró hasta una silla, la hizo sentarse con un brutal empellón, y le ató muñecas y tobillos a la gruesa armazón de madera. Sus hermanas, todavía atontada, fueron arrastradas y atadas a los pies de Aileen. Después los dos caballeros se unieron a sus hombres en el saqueo de la aldea. Ahora la muchacha estaba a los pies de él, vencida y cercana a las grises regiones de la muerte. Empero, de sus labios no salían ruegos ni peticiones de clemencia. Dominik pasó por un momento de incertidumbre cuando tuvo que reconocer que ella poseía una fuerza de voluntad que pocos hombres tenían

Eileen está en el suelo sintiendo un agudo dolor en su espalda, por el bruto vikingo que sin ningún escrutinio la había arrojado al suelo. Lamento su situación, era consiente de las crueles costumbres que dichas vestían solían tener, sin duda serian violadas y cruel mente torturadas ella y sus hermanas. Un juramento silencioso fue promulgado hacia el cielo, venganza.

.......

Dentro del castillo, Aileen estaba sentada en el suelo cubierto de tallos de junco, frente al trono desde el cual su padre, el ahora difunto señor de LACOCK , gobernara su feudo. Tenía en torno al esbelto cuello una áspera cuerda, cuyo otro extremo estaba enroscado en la muñeca de un vikingo, tan alto y fuerte que le costaba creer que hubieran hombres de semejante estatura, su piel era tan blanca o incluso más que la suya misma y eso ya era mucho decir, de facciones hermosas y toscas a Aileen le pareció el hombre más extraño y hermoso que ojos humanos habían podido ver, su cuerpo encerrado en una cota de mallas en el símbolo, toscamente tallado, de la posición de lord

Era un lord se dijo Aileen para ella misma, sin embargo, la actitud y ferocidad que dicho vikingo mostraba no eran las de un lord, eran la de una Vestía.

Aileen reconoció, entre los otros tesoros que habían embellecido su hogar, su daga enjoyada y un ceñidor de filigrana de oro que hacía un momento le había sido arrancado de las caderas. Entre los hombres estallaban discusiones por la posesión de alguna pieza codiciada, pero eran rápidamente silenciadas por una enérgica orden del jefe. El objeto motivo de la disputa era añadido, a regañadientes, al montón que crecía continuamente frente a él.

El alcohol corría libremente y era bebida en abundancia por los invasores. Carnes, panes y cualquier cosa comestible que cayera en sus manos eran devorados al instante. El caballero de las hordas de Guillermo que tenía a Ailenn sujeta con la cuerda bebía vino de su cuerno de toro ahuecado, indiferente a la sangre del lord de LACOCK, que todavía oscurecía la cota de malla de su pecho y sus brazos.

Cuando ninguna otra cosa requería su atención, el normando tiraba de la cuerda y hacía que las ásperas fibras lastimaran brutalmente la piel blanca y suave del cuello de la joven. Cada vez que las facciones de ella se crispaban en una mueca de dolor, él reía cruelmente y su pequeña victoria parecía aliviar su malhumor. Sin embargo, le hubiera gustado más verla rebajarse y postrarse implorando misericordia, como sus hermanas las cuales aunque sus facciones eran hermosas, estaban desalineadas y hasta un poco ,miserables, con sus vestidos rasgados y muecas de asombro y terror frente al comportamiento de los hombres extranjeros.

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⏰ Última actualización: Mar 14, 2022 ⏰

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