Capítulo 2

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Capítulo 2

BLASPHEMIA

Lisbeth Bradley no deseaba parecerse a su madre en absoluto pero era tan insolente como ella. Acababa uno por ser similar a lo que despreciaba.

Nadie notaba tanto el parecido como Beatrice, tampoco a nadie le era tan difícil soportarlo como a ella. Con cada oportunidad que tenía se lo echaba en cara. Era como París apuntando al talón de Aquiles.

—Este es más joven que el anterior —dijo la muchacha. Sus manos pálidas habían tomado una de las tantas fotografías que estaban sobre la cama. Ella fingía analizarla como si no hubiese tenido antes tiempo. Cuando terminó arrastró una de las butacas del maquillador y se sentó justo en frente de dónde su madrastra estaba parada. Lisbeth sabía que esa era una posición de poder—. Cada vez te da menos vergüenza usar el dinero de mi padre para que te follen hombres que podrían ser tus hijos.

—Y cada vez me gusta más —dijo Beatrice altiva. No la soportaba y verla alardear de sus modos le causaba náuseas.

Sus ojos inquisidores eran demasiado negros.

—Adúltera —acusó.

—Cada día que pasa me parece estar viendo a tu madre aún más marcada en ti —La muchacha se tensó, pero hizo el intento de no mostrarse afectada. De pronto la habitación se hacía más pequeña y el aire insuficiente. Beatrice se acercó a ella y conteniendo el asco de que sus dedos la tocasen, empuñó el rosario que colgaba del cuello blanco y sin darle tiempo a reaccionar, se lo arrancó—. Es una blasfemia que siendo encubridora de los pecados de una adúltera lleves a Jesús en el cuello. Esfuérzate un poco más, que sigues pareciéndote a la mujer que te abandonó.

Lisbeth Bradley que era capaz de mandar a seguir a su madrastra hasta los confines del infierno para que le dieran cuenta de sus fechorías. También de llenarle la recámara de las pruebas de su pecado y de llamarla por lo que era a la cara, no se atrevía a mostrarlo a su padre porque temía que el bochorno fuese tan grande que acabara muriendo de un infarto al corazón.

Elías Bradley estaba muy enfermo. Una mala noticia fue la causante de su último internamiento y esta era mucho peor.

En el fondo también temía a la víbora que se hacía llamar la señora de la casa. Beatrice ya no le pegaba, pero el resultado de una infancia llena de maltratos por su parte había dejado huella.

Lisbeth lloró, pero como no quiso mostrar que el acontecimiento de la tarde la había afectado decidió que sentarse en el comedor a la hora de la cena era la mejor forma de no ceder terreno.

Su madrastra, su hermano y ella cenaron en silencio. Solo se produjeron breves intervenciones en las que William interrogaba a la señora acerca de su viaje, ella le respondía con la amabilidad que no se interesaba en fingir con la muchacha.


*


Cuando Beatrice visitó a su esposo en su internamiento, se encargó de que este recordara aquello que había prometido cuatro años atrás. En cuando Eleazar terminara sus estudios administrativos en el extranjero, y si ostentaba las calificaciones más altas de su promoción, podía empezar a prepararse para el liderazgo de la empresa sin pasar por escalones más bajos.

Los Bradley eran accionistas mayoritarios del negocio inmobiliario más exitoso del país. Su constructora se especializaba en levantar mansiones de lujo. Estrellas y empresarios multimillonarios eran sus clientes habituales. Cómo se decía, la gente de la alta alcurnia. La historia familiar no podía ser contada sin que la empresa tuviese el papel más importante. Beatrice quería que todo fuese únicamente para su hijo.

— ¿A Eleazar le interesa algo en la vida más que ocupar esa silla?

—Está centrado en lo que debe. Y tendrías que estar orgulloso en lugar de autocompadecerte. Eres un hombre y él también. Deja esos dramas a cargo de nosotras las mujeres.

Elías en realidad no pedía que su hijo adelantara su viaje para verlo y llorar a sus pies. Nada de eso. Solo tenía el temor de que Eleazar no mirase más que por su ambición y que eso acabase por perjudicar a los otros. También en fondo albergaba la esperanza de que William se interesase por algo más que pintar garabatos en el ático. Quería lo que no tenía: tiempo para que se diese una competencia y el más pequeño pudiera demostrar su valía, no que al mayor le cayera todo del cielo. Sabía que ambos eran capaces.

Beatrice se marchó antes de que aquello acabara en discusión. Ocultó su rostro tras las gafas y la bufanda cuando vislumbró a la prensa y rápidamente entró en el coche que la esperaba.

La enfermedad neurodegenerativa de Elías era un secreto.


*


Beatrice Bradley se encargó personalmente de que todo lo que se sirviese en la cena desagradara a Lisbeth quién era muy quisquillosa a la hora de comer y repudiaba todo lo que viniese del mar. Pero la muchacha no le dio el gusto de retirarse. Con una sonrisa en el rostro y la mirada fija en la señora no paró de llevar a su boca bocado tras bocado, sin tragar, de todos los platos que ocupaban la mesa hasta que está quedó vacía de restos de comida.

Así fue como Lisbeth Bradley acabó en la sala de urgencias. Odiaba el pescado, pero no era alérgica a él, sino a la cúrcuma. El arroz del que se valió en cantidad para no sentir el sabor la tenía. Esa fue la primera vez que William encaró a su madrastra.

Beatriz Bradley se había cobrado la deuda de las fotos.


*


Siempre que se encontraba en casa, y esas ocasiones eran limitadas por todos sus viajes, a Beatriz Bradley le gustaba dar la hora del té como si de una dama inglesa del siglo XVI se tratase. Tenía una sala especial para ello "La salita del té" a la que invita a sus amistades.

Una más bruja que otra, pero con las que debía convivir por apariencia. Claudia Bautista fue la del día. Se trataba de la esposa de uno de los socios de su marido. Los hijos de ambas compartían una amistad muy estrecha. Se habían ido al extranjero al mismo tiempo y de la misma forma regresarían. Alexei era el nombre del chico.

—Cuento los días —dijo Claudia con evidente emoción. Dejó la tacita rosada sobre la mesa para evitar que sus manos temblorosas derramaran su contenido—. No sé cómo pudo aguantar tanto tiempo lejos de casa. Alexei es muy apegado a la familia —explicó.

Beatrice no pudo decir lo mismo del suyo. Conocía a Eleazar, marcharse había supuesto un respiro.

Lisbeth iba de salida cuando fue interceptada por Claudia en mitad del pasillo. Frente a la gente Beatrice no se mostraba como era.

—¿ Y estás contenta por el regreso de tu hermano? Debes de echarlo en falta.

Lisbeth no respondió a aquella pregunta. Ciertamente sabía su regreso, pero como si fuese un mecanismo de defensa su cerebro se había empeñado en la tarea de olvidarlo. El haberlo recordado le produjo una sensación amarga.

Una vez subida en el coche que la llevaría a la escuela, ella misma se quitó el Jesús crucificado que llevaba en el cuello. Este había venido a sustituir el que la víbora consiguió romperle. Le dolió admitir que ella tenía razón. Ni una cómplice de adulterio ni tampoco alguien que había hecho lo que ella hace cinco años merecía llevar al hijo de Dios en el pecho. Era una blasfemia. 

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⏰ Última actualización: Mar 15, 2022 ⏰

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EL PECADO DE LOS DIOSES (PRECUELA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora