Primera parte

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La nieve del primer mes del año me estaba empapando por completo, y antes de que pudiera llegar a causarme algún resfriado (como cada invierno), me adentré en la cafetería más cercana. Pedí un café latte para calentar mi cuerpo, acompañado por unas galletas repletas de chispas de chocolate, tal y como me gustan. Tomé asiento en una solitaria mesita al estilo parisino que se encontraba al fondo de la tienda, con un enorme cuadro de un gato hipster con anteojos negros a su lado. Revolví mi bolso en busca de mi agenda, en donde tenía detalladas cada una de las preguntas que debía hacerle a mi madre para tomar su testimonio con mayor precisión. La historia debía ser contada de la misma forma en que ella, una y otra vez, me la relataba desde pequeña, es decir, desde lo más hondo y profundo del corazón.

Una vez devorada la merienda exprés, acomodé la bufanda a rayas alrededor de mi cuello, el gorro de lana que combinaba a la perfección sobre mi cabeza y el bolso colgado en mi hombro derecho. Debía continuar, sin congelarme, ocho calles arriba hacia el hogar de ancianos Hagerstown, que lleva el mismo nombre de la ciudad en la que vivo desde que nací.

Al llegar, pasé por un arco de hierro que contenía el nombre identificatorio del lugar. Allí se alzaba un enorme edificio que parecía haber sido remodelado unos años atrás, con numerosos ventanales y un frente revestido en color beige.

Continuaba nevando y debía apurar mi paso por entre el dificultoso camino que llevaba a la entrada y recepción del sitio. Donna (la encargada) me recibió con una cálida sonrisa, al igual que cada jueves que visitaba a mi madre luego del trabajo. Una vez anotado mi nombre en el cuaderno de visitantes, tenía permiso para subir al tercer piso donde próximamente encontraría a Sara junto a otros catorce ancianos, todos ellos frente al televisor que anunciaba las noticias del día.

—¿Mamá? ¿Cómo estas?— Pregunté al colocar una mano en su hombro. Ella estaba de espaldas y giró la cabeza enseguida.

—Mi querida Margaret. Bien, de maravilla— respondió formando una sonrisa al verme.

En donde antes se implantaba un radiante y voluminoso cabello de color miel, ahora se desprendían algunas hebras desteñidas como la blanca nieve del exterior; en donde antes predominaba una tersa y suave piel, ahora se extendían líneas que demostraban el resultado del paso del tiempo; en donde antes brillaba una mirada profunda y esperanzadora, ahora se hallaban unos ojos apagados marcados por la angustia, la pena y la tristeza.

—¿Estás lista?

—¿Para qué, querida?— Su tono era de desconocimiento.

—Mamá, en la última visita acordamos que hoy comenzaría a redactar los detalles de la historia entre tú y papá, para escribir el libro en conmemoración por su cuadragésimo aniversario de desaparición, ¿lo recuerdas?

—Ay cariño, mil disculpas. Cómo pude olvidarlo. Ven, pasemos a la habitación— dijo poniéndose de pie y dirigiéndose a la puerta que se hallaba al final del pasillo.

En lo que a nosotras respecta, el trato que tenemos con mi madre es verdaderamente bueno. A lo largo de los años aprendimos muchas cosas juntas; y una de la otra. Ella, a ser una madre excepcional, con todas las letras. Yo, a ayudarla en todo lo que podía, pero principalmente contenerla en cualquier momento (especialmente los más críticos).

Entramos a la pequeña habitación que estaba compuesta por una cama individual, una mesa de noche con una lamparita sobre ella, un escritorio de algarrobo junto a una silla del mismo material y un sillón de dos cuerpos.

—Primero que nada, quisiera contarte la historia basándome en la caja de recuerdos que tengo bajo la cama. ¿Podrías buscarla por favor?— habló a la vez que se acomodaba con dificultad en el sofá.

—Claro mamá, pero nunca me mencionaste una caja— contesté con asombro, colocándome en cuclillas en busca de un objeto prismático bajo la cama.

—Era un detalle que prefería mantenerlo en privado para mí, hija. Pero creo que ya llegó el momento de compartirlo contigo, y qué mejor ocasión que esta.

Hallé una caja cuadrada de madera pulida y barnizada de la cual hice entrega en sus temblorosas manos. La colocó en su regazo esbozando levemente una sonrisa y la abrió con sumo cuidado. Al parecer hacía mucho tiempo que no hacía aquello. De ella fue sacando lentamente diferentes objetos que, según me contaba, representaba diversos recuerdos que atesoraba de mi padre. Como si esa caja hubiera sido pensada para recordarlo frente a un suceso que podría ocurrir, justo como el que ocurrió.

Adheridos a cada elemento, pude divisar pequeños sobres hechos a mano en los que había sido tallada una elegante letra que describía cortas oraciones.

—Bien. ¿Qué te parece si te cuento la misma historia de siempre pero, esta vez, reflejada en cada uno de ellos? Ya después tú ves cómo puedes encargarte de que todo cuadre a la perfección con mis relatos.

Asentí con la cabeza, a la vez que disponía la grabadora sobre la mesa. El bolígrafo y el anotador ya se encontraban en mis manos.

—Muy bien mamá, ¿podemos empezar?

—Adelante.

Presioné el botón y así comenzó.

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⏰ Última actualización: Mar 11 ⏰

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