LAS VOCES

16 5 0
                                    

Mientras salía de casa se dio cuenta de que estaba lloviendo, cosa que no le molestaba demasiado, ya que la lluvia le traía paz. Aunque, hoy no podría disfrutar de ella.

Empezó a correr y a correr, sin mirar hacia atrás, sin remordimiento alguno. Solo pensaba en una cosa. Escapar. Sentía que alguien le estaba pisando los talones, y escuchaba muchas voces distorsionadas, gritando, pero no lograba descifrar lo que decían. Cuando notó que su cansancio estaba llegando al límite, pudo escuchar una palabra, la palabra maldita.

No podía parar, tenía que seguir. ¿Pero hasta dónde? No tenía ningún lugar donde podría resguardarse de las voces que le acechaban. No sabía cuanto tiempo llevaba corriendo, pero las voces no paraban. Seguían gritando palabras incomprensibles.

De repente, sintió un rayo de esperanza cuando vio la entrada de una cueva, estaba muy oscura, por lo tanto, no debería ser muy difícil esconderse. Sin embargo, hasta ella sabía que eso no les impediría encontrarle.

Entró a la cueva sin remordimientos e, inmediatamente, se fue al punto más escondido y remoto de esta. Estaba muy incómoda, pues estaba empapada de toda la lluvia que había caído. Su vestido y peinado arruinados, muy a su pesar.

Intentó calmar su respiración por unos segundos, y se llevó la mano al cuello cuando notó que su corazón iba tan rápido que parecía que se le iba a salir del pecho. Todo se paró por unos segundos. Su respiración cortada, las voces en silencio y los sonidos de la cueva inaudibles. Había perdido el colgante.

No podía procesar lo que estaba pasando, su posesión más preciada, lo único que le mantenía en raya, que hacía que no se le fuera la cabeza. Ya no estaba, debió perderlo cuando estaba corriendo. Esa era la explicación lógica de lo sucedido, no podría haber desaparecido porque sí. Pensó en salir a buscarlo, pero si salía de su escondite le atraparían. Y no podía dejar que eso pasara. Se giró para ver si había alguna indicación de que estaba en la cueva, no obstante no hubo resultados, estaba demasiado oscuro para ver algo.

Súbitamente, las voces empezaron a sonar, y ahora eran aún más fuertes que antes. Se deslizó por la pared y se sentó en el suelo, cansada de todo lo que estaba ocurriendo.

Unos segundos más tarde de estar descansando y escuchar las voces, llegó a una decisión. Debía acabar con todo esto de una vez por todas.

Se levantó y comenzó a buscar por la cueva cualquier cosa que le ayudara con su objetivo. Con las manos empezó a guiarse por las paredes y escuchaba atentamente, aunque con dificultad, pues los gritos ahogaban gran parte de los sonidos naturales de la cueva.

Después de estar buscando por algunos minutos, vio una especie de luz natural que iluminaba parte del espacio. Avanzó mientras entrecerraba los ojos para intentar ver con más claridad. ¡Era la salida! Corrió hacia ella, con las voces persiguiéndole mientras seguían recitando sus protestas, cada vez más desesperadas y con más ímpetu.

La salida daba hacia un acantilado que parecía tener una gran profundidad. Era justo lo que necesitaba.

Miró hacia el cielo, mientras le caían gotas en la cara, y respiró hondo. Dio largos pasos hasta el borde del precipicio, hasta que la mitad de sus pies quedaban flotando.

Sin pensárselo dos veces, saltó.

La última palabra que escuchó antes de que todo oscureciera, fue la palabra maldita, la palabra que no podía repetir.

Mortem.

𝐋𝐀𝐒 𝐕𝐎𝐂𝐄𝐒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora