Capítulo 5

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El camarero no tardó en interrumpir la conversación para preguntarle a la rubia si quería beber algo más. Ella se giró, apoyando sus dos brazos en la barra e inclinándose ligeramente hacia adelante.

—Si, gracias —sonrió de lado—. Puedes ponerme una cerveza.

—De la mejor, ¿no? —inquirió con diversión.

—Espero que hayas aprendido de cual se trata —le rio la gracia, aunque en el fondo le hiciera poca. Nunca era amable con nadie, todo lo contrario, incluso con sus amigas era borde. ¿Por qué entonces estaba tratando de ser agradable?

—No se me olvida —le guiñó un ojo mientras sacaba de la nevera la cerveza, la abrió sin quitarle los ojos de encima y la puso en el mostrador. Sus ojos bajaron por un momento a su escote.

Christopher, a su lado, bufó al darse cuenta de la acción. Aunque ambos pensaron que se trataba de un resoplido por culpa del trabajo.

—¿Cómo es tu nombre? —le preguntó, claramente interesado.

—Cyara —respondió, ladeando su cabeza hacia la derecha—. ¿Tú eres?

—Brandon —puso su mejor sonrisa.

—¿Y desde cuando trabajas aquí, eh? ¿Qué ha sido de Susana? —cuestionó, interesada.

Él apretó los labios y después hizo una mueca, apoyó las palmas de sus manos en la barra y la miró con desdicha. El silencio reinó durante unos instantes. La rubia alzó sus cejas, invitándolo a que le contestase. Aclaró su garganta, como si en realidad no quisiera responder.

—¿No te has enterado? —preguntó en voz baja, con un tono misterioso.

—¿Enterarme de qué?

–Susana ha muerto. Encontraron su cuerpo sin vida esta mañana en su casa. Al parecer es una réplica exacta de los demás asesinatos que se han estado cometiendo durante estos últimos meses —informó—. Hay un asesino, o quizá más de uno, una secta o un grupo de pirados que hacen estas cosas. La policía cree que pueden ser varios, pues lo de la imitación es muy de película o de libro que busca venderse. Esta es la retorcida realidad.

Cyara tuvo que sujetarse con fuerza a la barra cuando le dio la noticia, sus piernas temblaron y sintió que en cualquier momento iba a desvanecerse. ¿Acababa de escuchar que a Susana la habían asesinado? Se negaba a creerlo, prefería pensar que su mente le estaba jugando una mala pasada.

Christopher lo notó de inmediato y llevó una de sus manos a su brazo, haciéndole saber que estaba ahí para no dejarla caer. Ella sintió su tacto, pero no reaccionó.

Estaba en shock. Su mente aún no procesaba la información.

—No —negó—. No puede ser, yo ayer la vi... Susana estaba bien, ella no... No, no.

Brandon la miró con pena, arrepintiéndose de inmediato de habérselo dicho.

—Cyara...

—¡No! —exclamó, apartándose de golpe—. No te atrevas siquiera a tocarme —habló, alterada—. Tú no eres más que un cómplice en toda esta mierda.

—Sabes que no es así, pero ahora estás mezclando las emociones recientes.

—¡Defiendes a culpables!

—A presuntos culpables —corrigió.

—¿Cuántos asesinos han de estar libres gracias a ti? —preguntó de manera retórica, llevándose una mano a la cabeza—. ¿De que culpable estás preparando ahora la defensa, eh? ¿Del que mató a Susana?

—Esa es información que no te pertenece —respondió, tajante—. Mira, Cyara, confío en la justicia. La policía sabe hacer su trabajo.

—¿Por qué eres entonces abogado defensor? Si tanto confías en la justicia...

Él sonrió de manera socarrona. Claro que le estaba preguntando por su trabajo, no esperaba menos de ella, y de una forma tan a la defensiva.

—Para mejorarla, para hacer del mundo un lugar más seguro y más justo.

—Menos películas y más realidad —exigió—. ¿Por qué defiendes a culpables?

—Porque puedo vivir sabiendo que no se encontró un asesino, pero no con el hecho de que encerraron a un inocente.

Asintió lentamente, dejando que sus palabras llenaran el tan necesario silencio. Esa había sido todavía una respuesta más de película.

Se notaba que era abogado.

No cualquiera soltaba ese tipo de oraciones así sin más y después se quedaba tan ancho.

—Me encargaré de esto —prometió—. La persona que lo hizo pagará por ello, tenlo por seguro.

—No sé si puedo confiar en ti —sonrió de lado—. No sé si puedo confiar siquiera en alguien más que en mí misma.

—No pienses en tomarte la justicia por tu mano, déjale a los que saben.

—¿A los que saben? —repitió con ironía—. Varios asesinatos en pocos meses, un asesino suelto... Y quieres que confíe en esta gente. De puta madre.

—¿Y qué más? —chasqueó su lengua, mirándola con curiosidad—. Has perdido a una persona conocida, tienes derecho a llorarle, tienes derecho a estar enfadada. Pero no a arriesgar tu seguridad, eso nunca, porque entonces tendré que implicarme también yo.

Alzó sus cejas, sin saber como tomarse eso que acababa de decirle. ¿Era una propuesta? ¿Una promesa? ¿O solo se trataba de la labia de un abogado?

Dejó un billete sobre la barra y guardó todo su trabajo en el maletín que siempre llevaba consigo.

—Cobra también de aquí lo que ha bebido la señorita —indicó al camarero, luego se volvió a ella—. Lo siento, Cyara, sé que es duro, quizá con los días duela más hasta que llegue un día que te acostumbras a vivir con el dolor, porque sabes que esa persona no va a volver. Así es la vida, no la hemos inventado nosotros.

Le sonrió de manera compasiva y sin decir ni una sola palabra más se retiró, incluso para él había sido demasiado y ahora tenía más información que necesitaba aclarar.

Cyara no se terminó de beber la cerveza, caminó hasta el baño de hombres, en donde se encontró a Esteban mirándose al espejo. Este no necesitó que dijera nada, tenía esa mirada. Y nadie mejor que él para interpretar esa mirada.

Todavía recordaba la primera vez que había visto esa mirada. Fue cuando, con diecisiete años, Cyara había rayado el coche de su padre. Mirada de culpabilidad. Él lo solucionó echándose la culpa a sí mismo. Luego vino la mirada de "la he vuelto a liar", cuando en segundo de bachiller rompió la pantalla táctil que tenían en clase. La mirada de "hice algo que no debía" que ponía en las fiestas para que él acudiese a su rescate.

Y ahora, que habían matado a alguien de su contorna.

Esteban esperaba interpretarla de una manera diferente, pero estaba ahí. Miedo. Desconfianza. Inseguridad. Incertidumbre.

Toda su vida había estado planeando su siguiente paso, pero esta vez se le habían adelantado en el camino y se empezaba a desorientar de verdad.

Infames intenciones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora