El valle donde las mariposas nunca mueren.
El niño reía, estaba feliz allí. Él tenía catorce años y una mala vida, lo solía pasar mal menos en aquel lugar florido donde todo le alegraba, haciéndole la vida más llevadera.
Era rubio, esbelto. En sus ojos se podía ver perfectamente el color del hermoso cielo que andaba mirando, tumbado en el verde pasto junto a flores de vivos colores. La piel de su rostro tenía unas pequeñas pecas encima de su nariz y este, mostraba una brillante sonrisa. Una sonrisa que parecía verdaderamente difícil de desaparecer de sus labios.
En aquel valle, a pesar de ser tranquilo, encontró a sus amigos. Con ellos echaba todas sus risas contenidas de todo el tiempo atrás en el que no les conocía.
Y estaba orgulloso de haberlos encontrado al fin. ¿Qué sería de él si no los hubiese encontrado? Su vida no tendría la misma luz que ahora y todo lo vería gris; sin embargo, no pensaba en lo que pudiese haber ocurrido. No tenía tiempo para amargarse, descartaba completamente la mínima intención de hacerlo.
Él era feliz y así lo seguiría siendo.
Bajo la sombra de un árbol con una copa bastante espesa, veía las nubes desplazándose lentamente y notaba la brisa que movía con suavidad algunos de sus cabellos claros.
No necesitaba cerrar los ojos para imaginarse un lugar mejor. Una diminuta mariposa de color azul, exacto al de sus ojos, se posó sobre su nariz respingada. Aquel acto le sacó una sonrisa y con cuidado, subió su mano izquierda para alargar su dedo índice, pretendiendo que el insecto subiese. Y eso hizo.
El niño, con cautela, separó su dedo de la punta de su nariz y se quedó observando aquella diminuta maravilla alada.
-¿Cómo sería tener unas alas para volar? -Se preguntaba él, pues siempre tuvo la fantasía de poder volar por los cielos y mirarlo todo a vista de pájaro.
Aunque, en realidad no quería unas alas, no sentía la necesidad de tenerlas. Tenía en cuenta que eso no podría ser y como humano que era, tal y como estaba, era todo perfecto.
Empezó a escuchar una melodía muy tranquila mientras las aves piaban y la mariposa que estaba sobre su dedo, salió volando. Así que, el rubio decidió seguirla.
<< ¿A dónde me llevará? >> Pensaba mientras llegaba a un lugar más hermoso aún y lograba ver una pequeña figura humana de cabellos cobrizos oscuros al igual que el color de los ojos de este. Era otro niño, bastante más pequeño que él. Tal vez tuviese unos diez años por su apariencia.
-¡Hermano! -Exclamó, lleno de alegría mientras iba corriendo a su encuentro.
El otro le imitó, con una gran felicidad. Ellos dos no eran hermanos realmente, ni siquiera parientes pero, se trataban como si así lo fuesen.
Jugaron y jugaron hasta que ambos llegaron a su límite y se tumbaron en la hierba, contemplando el cielo. Tenían una sonrisa hasta que el rubio la quitó, poniendo una expresión algo apenada.
-Me tengo que ir ya, lo siento... -miró al pequeño volviendo a poner una cara agradable- Pero te prometo que volveré pronto, ¿está bien?
-Está bien, hermano -el menor no tardó en responder mientras asentía con la cabeza sin quitar su pequeña sonrisa y le daba un abrazo- Te echaré de menos, espero que vuelvas pronto...
El mayor cerró los ojos acariciando los cabellos suaves del niño y toda su bonita vista se desvaneció. Abrió los ojos de nuevo. Ya no estaba allí.
Todo había sido un sueño, un sueño que continuaba cada noche. Había amanecido ahora mismo y su alarma le había despertado, pero él seguía contento. Un día nuevo empezó para él y cogió ánimos para levantarse de la cama e ir a clase.
Cuando estuvo preparado, cruzó la puerta de su casa, saliendo a la calle. Echó una última mirada al interior del pequeño edificio.
-Te prometo que te voy a encontrar -susurró con una sonrisa- Te lo prometo. Estés donde estés, te encontraré y estaremos juntos.
Cerró el portón y empezó a caminar. Tal vez, aunque todos sus días fuesen iguales y aburridos, el de los ojos azules siempre le mostraría una sonrisa al amargo mundo que se presentaba frente a él.
El chico estaba lleno de esperanzas porque sabía que sus sueños se harían realidad, que todo lo que pasaba por las noches lo podría vivir de verdad... Pero hasta que eso no ocurriese, lo que más deseaba él en su día a día era que llegase la hora de ir a dormir y poder volver a ese lugar que tanto amaba. Ese lugar era el valle donde las mariposas nunca mueren.
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El valle donde las mariposas nunca mueren
Short StoryNo puedo hacer una descripción sobre esto. Así que, os invito a leerlo, ya que es una de las pocas cosas bonitas que soy capaz de escribir. Nada que ver con Kuroshitsuji, es una pequeña historia mía. Éso sí, todo fue gracias al título de la canción...