Subían las escaleras hacia la estación a toda velocidad, sin soltarse la mano, se habían vuelto a confiar con la hora y en esos momentos todo eran prisas, los minutos volaban. El tiempo no es el mismo para todos, lo percibimos de forma completamente distinta según las diversas circunstancias. Miraron la pantalla de salidas de autobuses, siempre caótica: Salida a Zaragoza a las 08:45h, andén 27.
— Vale ¡nos han sobrado siete minutos! —Dijo Nicole riendo.
— Está bien, pero no vuelvas a apurar tanto nena. —Contestó Santiago en tono cansado. — Mira tengo margen para sacar un café de la máquina al menos.
— ¡Que no me llames nena!, ¿lo haces a posta? Y ese café es asqueroso, no sé cómo lo aguantas.
— Bueno, es lo que hay, no estamos precisamente en el Viena Capellanes cariño —Contestó dirigiéndose a la máquina y en seguida el olor a café rancio de estación los inundaba a los dos.
El viaje previo en el metro había sido como siempre tranquilo durante las nueve paradas que los conducían a la estación de autobuses, a esas horas siempre se sentaban juntos y era el momento del leve descanso, obligado por el propio itinerario, donde respiraban un poco después de la ajetreada carrera matutina hasta la puerta del metro. Allí estaban sentados junto a la pequeña maleta con ruedas de Nicole. A veces charlaban, con frecuencia Santiago apuraba el tiempo para leer alguna novela y a ella le gustaba mirar fotos en alguna aplicación de su móvil. No obstante, al llegar a la parada que enlazaba con la estación de autobuses todo eran prisas. El tiempo, tan cambiante entre instantes tan cercanos, tan distinto según nuestras propias circunstancias.
El pasillo repleto de andenes era lo más característico del lugar; alargado como un túnel con las puertas de carteles luminosos indicando el número de cada andén y transitado por todo tipo de personas, con una tensión contenida por el viaje que debía afrontar cada uno. En los próximos minutos algún autobús se pondría en marcha a sus destinos, unos antes, otros después.
Ellos avanzaban de la mano, pasando entre la gente sin observarla, podrían haberse cruzado con la orquesta municipal y no se habrían dado cuenta. El tiempo pasaba fugaz en esos momentos, como arena deslizándose entre los dedos. Como en las ocasiones anteriores se encontraban inmersos una frenética conversación a menudo sin sentido, antes de la dolorosa despedida. Se querían decir todo y no se decían nada. Hay tantas formas de lenguaje.
— El andén 27, es al final del pasillo, ¡vaya suerte! —dijo Nicole riendo de nuevo.
— No seas quejica.
— Me molesta mucho el pitido que se oye aquí. Odio este ruido de la estación.
— ¿A qué te refieres?
— Ese pitido, monótono, que no para. No lo aguanto.
— Son los sonidos de la estación nenita. —contestó Santiago tirando un poco de su mano para apremiarla.
— Como me sigas llamando nena, la vamos a tener.
— Es que me gusta verte reaccionar. — contestó él divertido.
Llegaban al final del pasillo, en tres minutos la difícil despedida y Nicole estaría metida en ese autobús que en esos momentos ambos odiaban porque les separaba. El tiempo no es igual para todos. El tiempo se estiraba y se deformaba en esos momentos para ambos.
— Abrázame — dice ella sombría y él la abraza.
El lenguaje tiene tantas variantes.
— Tranquila, sólo te vas el fin de semana, irás a trabajar como las veces anteriores y volverás el lunes a Madrid, todo va a salir muy bien.
— No quiero ir — contestó casi infantil.
— Lo sé cielo, pero si todo sale bien, esta será la última vez que irás— le dijo mientras seguía abrazándola.
Dejaban que los demás pasajeros pasaran los primeros para alargar ese momento lo máximo posible. Daba la sensación de que iban accediendo al autobús de forma monótona, anodina, como si viajaran todos los días, como si no les importara. ¿Qué les pasaba?
Todo el mundo ha entrado. Entonces como en las ocasiones anteriores, el conductor del autobús se acerca en persona a la pareja, repleto de paciencia.
— Tiempo chicos. El autobús se pone en marcha ¡nos vamos! Y ya te hemos dicho que no puedes traer el café hasta aquí Santiago, bastante que dejamos acompañarla hasta la puerta, anda termina de despedirte, nos vamos.
— ¿Qué? ¿por qué no puede traer su café? ¿qué decís? — Nicole no entendía nada. — no, ¡no quiero irme! ¡Díselo tú Santi!
El pitido era monótono, incesante, hasta ese momento era como si Santiago no lo hubiera percibido, sin embargo, entonces se le hizo casi insoportable. La máquina de constantes vitales que monitorizaba a Nicole no cesaba.
— Debes terminar de despedirte de ella ahora, estará en buenas manos Santi. —sentenció el doctor Beniaiche.
— Está bien doctor, gracias por dejarme llegar hasta aquí hoy también. Sólo una pregunta rápida, a veces hace pequeños gestos, como si me escuchara cuando la hablo, ¿a qué se debe?
— Nadie lo sabe Santi. Los pacientes que están en coma pueden comportarse así. Con frecuencia crean su propio mundo, su propia percepción del tiempo.
— ¡Doctor! El quirófano 27 está listo, el equipo está preparado y esperando — Apremió la enfermera.
— En marcha, nos vamos. Tranquilo muchacho, tenemos la hemorragia muy localizada. — Dijo mientras estrechaba la mano de Santi por última vez.
El tiempo no es el mismo para todos, avanza de formas completamente diferentes para cada uno de nosotros, en función de lo que estemos haciendo, de cómo vivimos, de lo que sentimos, de nuestra situación, de nuestras esperanzas, de nuestras expectativas. Ya había pasado un año, con tantos buenos momentos, que para ellos había sido como una semana.
— Entonces, ¿no recuerdas nada cielo?
— ¡Ya te he dicho mil veces que no! —contestó riendo Nicole. — sólo sé que me acompañabas en todo momento y que eso me salvó la vida.
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La estación
Short StoryRelato breve sobre la percepción del tiempo y sobre lo que nos hace sentirnos vivos.